ELECTRIC BOOGALOO: THE WILD UNTOLD STORY OF CANNON FILMS. 2014. 106´. Color.
Dirección: Mark Hartley; Guión: Mark Hartley; Dirección de fotografía: Garry Richards; Montaje: Jamie Blanks, Sara Edwards y Mark Hartley; Música: Jamie Blanks; Producción: Brett Ratner, Veronica Fury y Mark Hartley, para Fury Productions-RatPac Documentary Films-XYZ Films (Australia-EE. UU.- Israel).
Intérpretes: Sam Firstenberg, Boaz Davidson, Richard Kraft, Mark Helfrich, Avi Lerner, David del Valle, Mark Goldblatt, David Paulsen, Menahem Golan, Yoram Globus, Michael Hartman, Sybil Danning, Martine Beswick, Rusty Lemorande, Mark Rosenthal, Catherine Mary Stewart, Robert Forster, Tobe Hooper, Lucinda Dickey, Just Jaeckin, Charles Matthau, Chuck Norris, Michael Winner, Alex Winter, Franco Nero, Frank Yablans, Elliot Gould, Bo Derek, Michael Dudikoff, John Frankenheimer, Franco Zeffirelli, Molly Ringwald, Barbet Schroeder, Sheldon Lettich, Cassandra Peterson, Richard Chamberlain, Albert Pyun, Jerry Schatzberg, Dolph Lundgren.
Sinopsis: Historia de la productora Cannon Films, reina de la serie B en los años 80, y de los dos hombres que la hicieron posible, Menahem Golan y Yoram Globus.
A los cinéfilos que crecimos en los 80 se nos debía una película como Electric boogaloo: La loca historia de Cannon Films. Bueno, de hecho se nos debe una serie de muchos capítulos sobre esta productora, pero algo es algo. El australiano Mark Hartley, experto realizador de documentales, cogió el toro por los cuernos y se puso a contar la historia de dos primos israelíes que cambiaron Hollywood y reinaron en los videoclubs del mundo entero.
Golan era el cineasta (dirigió varias películas, alguna estimable); Globus, el encargado de los negocios. Aprovechando el tremendo éxito en Israel de la comedia adolescente Polo de limón (claro antecedente de Porky´s, otro icono ochentero), los luego conocidos como The GoGo Boys compraron una pequeña productora en crisis y se dispusieron a conquistar Hollywood, lo que, cinematográficamente hablando, es sinónimo de conquistar el mundo entero.
Hartley no cuenta con el testimonio directo de los dos protagonistas (que declinaron intervenir mientras producían otro documental sobre sí mismos), pero sí con el de infinidad de actores, escritores y técnicos que trabajaron a sus órdenes. En esto, la película es un vivo ejemplo de que cada cual cuenta la feria según le vaya en ella. Pueden encontrarse desde elogios encendidos hasta críticas despiadadas (una actriz aparece en el documental prendiendo fuego a la última copia que posee del film que rodó para la Cannon), pero hay coincidencia en varios puntos: en la hiperactividad de los productores, en su afán por abarcar mucho más de lo que podían permitirse, en su afición al chanchullo, en su amor por el cine, en su incorrección política (y laboral), en su capacidad para crear películas con argumentos imposibles desde la nada… Cannon es sinónimo de serie B, cutrerío, películas de acción de ideología derechista, subproductos rodados y montados a la carrera, cine comercial y barato. Y fue todo eso, pero fue bastante más. En retrospectiva, Golan y Globus hicieron a lo bestia lo que tantos otros han hecho, hacen y harán en el cine (y en la vida): rodar productos minoritarios y de prestigio con los beneficios obtenidos gracias a un montón de películas de mierda (mejor aún: con los beneficios que se obtendrán en el futuro con un montón de películas de mierda que ni siquiera existen: pura pirámide). Lo cierto es que los primos israelíes inventaron unos métodos que todo el mundo copia hoy en día (los hermanos Weinstein no son más que la versión artística y estilosa del Cannon way of filmmaking), subieron como la espuma, cayeron con el mismo estrépito y dejaron a su paso un puñado de películas gloriosas, un sinfín de bodrios, algunos de los cuales son divertidísimos delirios, y un buen reguero de cadáveres cinematográficos a su paso. A Golan y Globus les importaba, sobre todo, rodar películas de éxito. Entre bromas y veras, el director nos muestra su tesis: que Cannon se hundió cuando quiso competir con las grandes majors en su propio terreno, el de las superproducciones. Teoría cierta en su mayor parte, aunque un punto inexacta: películas de gran presupuesto, como Cobra, protagonizada por Sylvester Stallone, tuvieron un enorme éxito. Uno cree, más bien, que el pecado de Golan y Globus fue ir demasiado a lo fácil: escoger como protagonistas a tíos cachas y bellezas que no tenían ni idea de actuar (produce cierta gracia oír cómo algunos de ellos critican las películas de la Cannon en las que intervinieron, cuando ninguna de sus otras películas vale mínimamente la pena), o bien a intérpretes de nivel pero muy venidos a menos, y apañar con lo mínimo aspectos tan importantes como los guiones, la fotografía, el montaje o los efectos especiales. Amaban el cine, pero acabaron regentando un McDonald´s del celuloide. Sin embargo, cuando contrataron a gente con talento y la dejaron trabajar con libertad, cosa que no ocurrió demasiadas veces, el resultado es satisfactorio en grado sumo. Sí, detrás del símbolo de Cannon Films también se esconden algunas películas muy buenas.
Electric boogaloo: La loca historia de Cannon Films sigue cronológicamente las andanzas de Golan y Globus, y se ve con deleite. El único pero que le pongo es que, como sus homenajeados, intenta abarcar más de lo que puede: la historia que se cuenta da para mucho más que 105 minutos, y eso hace que el montaje sea acelerado, incluso atropellado por momentos. Las declaraciones, la información y las imágenes de las películas se superponen de un modo al que en ocasiones le falta pausa. Eso sí, esta película no va a aburrir a nadie. Al contrario: para los cinéfilos de mi generación se ha convertido, con razón, en un clásico inmediato.