Como persona que ha mamado flamenco, pero cuyos primeros amores musicales llegaron desde otras latitudes, siento querencia hacia aquellos artistas que expandieron las fronteras del cante jondo, que lo abrieron al mundo y a las otras músicas. Portando el estandarte de lo que en su día se llamó nuevo flamenco, surgió el dúo que formaron Lole Montoya y Manuel Molina, responsables de una galería de canciones maravillosas que les otorgaron gran popularidad desde su primer álbum, Nuevo día. Manuel Molina falleció este año. También Juan Habichuela, el guitarrista anunciado para compartir escenario con Lole en su visita a Barcelona, que tuvo lugar anoche en la sala Barts. Más triste que antes, pero la vida sigue, y en el concierto de anoche se vivió una atmósfera que osciló entre el tributo y la alegría del reencuentro.
Lole Montoya entra al escenario sabedora de que posee un repertorio formidable, que ha enamorado a flamencos y no flamencos desde hace cuatro décadas. Su voz, bella, versátil y cristalina, tiene mucho que ver en ello, y la conserva bien. La interpretación, gloriosa por momentos, algo titubeante en pasajes puntuales, pero siempre dotada de ese algo que distingue a los que saben tocar la fibra de la audiencia. La actuación estuvo centrada, como no podía ser de otra forma, en el repaso a los grandes éxitos: Tu mirá, Dime, Un cuento para mi niño, Nuevo día, Romero verde, Todo es de color… fue especial escucharlos en directo, con un sonido excelente y perfecta comunión entre la artista y su público. Como novedad, Lole interpretó el bolero No me vayas a engañar, popularizado por Antonio Machín. No faltaron las alusiones a la música andalusí, que siempre fue un rasgo diferencial en Lole, ni un tono reposado, casi íntimo, que invitaba a dejarse llevar por unas canciones eternas. Quien esto escribe lo hizo muy a gusto.
Madre, hija y nieta, por bulerías:
Nuevo día: