Demasiados años llevaba este bloguero sin asistir a un concierto de John McLaughlin, responsable de una de las actuaciones en directo más memorables que he visto en mi vida, allá por 1999, en San Sebastián. Por eso, para mí era obligatorio acudir anoche a la sala Barts, donde el excepcional guitarrista británico, al frente de su nueva banda, The 4th Dimension, presentaba su último disco, Black light.
Con su nuevo grupo, McLaughlin ha vuelto a su etapa setentera, seguramente la más fructífera de su trayectoria, y su actual proyecto rescata, por un lado, su vertiente más rockera, al tiempo que ahonda en la influencia que tienen los sonidos de la India en su música. McLaughlin debe de ser uno de los pocos occidentales que se ha traído de aquel subcontinente algo verdaderamente reivindicable, más allá de tanto pintamonas que afirma que visitar aquel país le ha cambiado la vida, lo que traducido al castellano significa que ha vuelto más gilipollas de lo que se fue. Volvamos a la música… o no: nada más comparecer en el escenario, McLaughlin presentó a sus músicos y, antes de empezar a tocar, tuvo tiempo de cagarse en el Brexit, con lo que empezó a conquistarme: sus canciones hicieron el resto. La cosa va más allá de una técnica guitarrística superlativa: la música es rica en matices, amplia de miras en su concepto y virtuosa en su ejecución, digna de alguien que hizo que Miles Davis dijera a quienes le criticaron por ficharle para su banda: «Traedme a un negro que toque igual de bien que él, y le contrataré». Alguien que no se recrea en su maravillosa trayectoria y aún es capaz de presentar canciones como El hombre que sabía, dedicada al genio de Algeciras, o Panditji, ésta en homenaje a Ravi Shankar, merece todos mis elogios. De los músicos, sólo decir que están a la altura del maestro y le aportan energía: Gary Husband, a los teclados, y también ocasionalmente a la batería, es la prueba viviente de que alguien que ha tocado en la banda de Allan Holdsworth tiene que ir sobrado de calidad; el bajista Ettienne Mbappé es tan peculiar en la indumentaria como avasallador en su técnica, y el batería y vocalista Ranjit Barot complementa a la perfección el sonido de una banda ecléctica y poderosa, que nos devuelve al John McLaughlin más eléctrico. Servidor salió muy satisfecho del concierto; el resto del público también, a juzgar por su reacción. Normal: acabábamos de verificar que uno de los grandes de la guitarra sigue en buena forma.
Así suenan:
Una pieza del último álbum: