LA VIDA POR DELANTE. 1958. 93´. B/N.
Dirección: Fernando Fernán Gómez; Guión: Manuel Pilares y Fernando Fernán Gómez, basado en una idea de Fernando Fernán Gómez; Dirección de fotografía: Ricardo Torres; Montaje: Rosa Salgado; Música: Rafael de Andrés; Decorados: Eduardo Torre de la Fuente; Producción: José María Rodríguez, para Estela Films (España)
Intérpretes: Fernando Fernán Gómez (Antonio Redondo); Analía Gadé (Josefina Castro); José Isbert (Testigo del accidente); Rafaela Aparicio (Clotilde); Manuel Alexandre (Manolo); Félix de Pomés (Padre de Josefina); Rafael Bardem (Sr. Carvajal); Pilar Casanova (Srta. Adrados); Xan das Bolas (Copiloto de la camioneta); Gracita Morales (Rosa Sanchidrián); Manuel de Juan, María Luisa Ponte, Matilde Muñoz Sampedro, Julio San Juan, Carmen López-Lagar, Carola Fernán Gómez, Lola Bremón.
Sinopsis: Aventuras y desventuras de una joven pareja de recién casados en el Madrid de los 50.
Fernando Fernán Gómez, actor de prestigio que ya había dirigido varias películas, obtuvo un gran éxito con La vida por delante, crónica de las vicisitudes de un joven matrimonio madrileño que lucha por salir a flote en un entorno poco favorable. Costumbrismo, crítica social y el humor cáustico marca de la casa se dan cita en esta deliciosa comedia, la mejor que se hizo en España en la década de los 50, como mínimo entre las que no fueron dirigidas por Luis García Berlanga o Marco Ferreri.
Antonio es un joven de famila humilde que estudia Derecho (lo que da pie a varios chistes con los que un servidor, que también estudió esa carrera por las salidas que prometía tener, puede sentirse muy identificado). En la universidad conoce a una bella estudiante de Medicina, se enamora de ella, la cosa prospera y ambos deciden emprender el viaje de la vida adulta en común. Muchas películas, la mayoría detestables, terminan ahí. Los caminos del Fernando Fernán Gómez director son, ya desde sus inicios, muy otros. Entre ellos, el muy loable de contar la vida tal cual es, aunque con un tono menos ácido que el empleado en algunas de sus obras maestras posteriores. Antonio, que no es ninguna lumbrera, trata de prosperar como puede: pasa por un bufete de abogados, de cuyo cierre es indirectamente responsable, y por empleos de lo más variopinto, hasta acabar de profesor en un liceo de señoritas; Josefina, cuya familia tiene más posibles e influencias que la de su pareja, es un desastre como doctora, por lo que acabará dedicándose al psicoanálisis. La ilusión es mucha, el amor que se tienen Antonio y Josefina también, pero el dinero escasea y, sin él, todo es más difícil.
La película, que tiene una estructura circular, está rodada con pocos medios (lo que casa muy bien con el piso al que se traslada la pareja protagonista), pero mucho ingenio; hilarante es la aparición del personaje interpretado por Pepe Isbert, con montaje tartamudo incluido. Mucha importancia tiene el personaje de Manolo, que envidia a Antonio y Josefina mientras se pega la vida padre. Con todo, el momento más brillante de la película sucede cuando las familias de los protagonistas se echan las manos a la cabeza por el bajón académico sufrido por sus vástagos a causa de su enamoramiento y solicitan la opinión de un especialista: «Para superar ese atontamiento que provoca el amor, lo mejor es seguir el consejo que nos da la Iglesia católica: el matrimonio». Deduzco que el censor debía de estar de vacaciones. O mal casado. Valgan estas muestras para poner de manifiesto la calidad del guión, en el que nada sobra y todas las situaciones están resueltas con gracia.
Fernando Fernán Gómez pone toda su calidad como actor, que es mucha, al servicio de un personaje que viene a ser el vivo retrato del españolito medio de entonces, y de casi siempre. Su Antonio, un tipo más empujado por las circunstancias que dueño de su destino, es una buena persona que intenta poner buena cara a las adversidades y pelea por superarlas. Los monólogos ante la cámara, con esa voz inimitable, son de altura. La bella Analía Gadé le da una buena réplica, en un papel que, en muchos aspectos, se aparta del arquetipo de mujer española de la época y emplea registros más modernos. Como es usual en el mejor cine patrio, el plantel de secundarios es excelente, destacando la breve pero tronchante intervención de Pepe Isbert , el talento de Manuel Alexandre para interpretar a un vividor quejica (algo españolísimo, por otra parte) y, cómo no, la comicidad de Rafaela Aparicio. Mencionar que esta película contiene una de las primeras apariciones importantes de Gracita Morales, aquí en el papel de estudiante repelente, y que el resto de secundarios en nada desmerece a los mencionados.
La vida por delante, gran película, obtuvo un merecido éxito, que llevó a su director a rodar una secuela de forma casi inmediata. No consiguió igualarla, aunque, para ser justos, hay que decir que pocas comedias españolas, anteriores o posteriores, poseen su nivel.