MATADOR. 1986. 108´. Color.
Dirección: Pedro Almodóvar; Guión: Pedro Almodóvar y Jesús Ferrero, basado en un argumento de Pedro Almodóvar; Dirección de fotografía: Ángel Luis Fernández; Montaje: José Salcedo; Música: Bernardo Bonezzi; Diseño de producción: Fernando Sánchez; Diseño de vestuario: José María de Cossío; Producción: Andrés Vicente Gómez, para Compañía Iberoamericana de TV (España).
Intérpretes: Nacho Martínez (Diego Montes); Assumpta Serna (María Cardenal); Antonio Banderas (Ángel); Eva Cobo (Eva); Julieta Serrano (Doña Berta); Eusebio Poncela (Comisario Del Valle); Chus Lampreave (Pilar); Carmen Maura (Julia); Luis Ciges (Mariano); Verónica Forqué (Periodista); Pedro Almodóvar. Bibi Andersen, Eva Siva, Lola Peno, Jaime Chávarri.
Sinopsis: Diego Montes, un matador de toros retirado a causa de una cogida, da clases a jóvenes aspirantes a torero. Para Diego, matar es un arte. Una violación cometida por uno de sus alumnos, Ángel, provoca que Diego se encuentre con María, una abogada con idénticas tendencias.
Matador, quinto largometraje de Pedro Almodóvar, se sitúa entre dos de sus mejores obras, ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y La ley del deseo, en una época en la que el director manchego empezaba a convertirse en la gran estrella del cine patrio que todavía hoy sigue siendo. Con Matador ocurre algo curioso: siendo muy almodovariana, en lo bueno y en lo malo, no es un film demasiado reivindicado por los fans del director pero, en cambio, suele ser una de sus películas mejor valoradas por quienes no formamos parte de su cohorte de adoradores.
Tauromaquia, sexo, muerte y los toques petardos marca de la casa son los signos identificativos de Matador, film que para Pedro Almodóvar supuso un avance en la construcción de su estilo, añadiendo elementos dramáticos al kitsch desinhibido que caracteriza sus primeras obras. Uno diría que la segunda escena de esta película (en la primera se nos muestra, de un modo no demasiado sutil, cómo el protagonista masculino se excita ante la visión de la muerte violenta) fue vista con mucho detenimiento por Joe Eszterhas, guionista de Instinto básico. En ella, una mujer culmina una sesión de sexo salvaje con un asesinato de lo más taurino. Esta mujer, María, es una abogada obsesionada por Diego Montes, un torero retirado que se dedica a enseñar su arte a un puñado de jóvenes. Para Diego, la retirada de los ruedos no ha supuesto el fin de los sentimientos placenteros que le produce dar muerte, sino sólo su transformación: ahora sus víctimas no son toros, sino mujeres. Diego tiene una novia, Eva, que le quiere de un modo arrebatado pero tradicional, que a él no le llena. El cuarto elemento que desarrolla la trama es Ángel, un joven alumno de Diego, niño bien con madre hipercastradora y sexualidad confusa. Para probarle su hombría a su maestro, al muchacho no se le ocurre otra cosa que violar a Eva, hecho que hace que las trayectorias criminales de Diego y María se crucen.
Uno, que reconoce sentir escasa identificación con el universo de Pedro Almodóvar, hasta el punto de que buena parte de sus historias me resultan ajenas y poco creíbles, confiesa sentir atracción hacia ésta, que es ambas cosas. Me gustan el modo de filmar el sexo y la muerte como ritos, la construcción de buena parte de los personajes de entidad, y ni siquiera me chirrían los momentos más petardos, como el encuentro entre violador, violada y mamá de la artista ante los ojos del estupefacto comisario, o la escena del desfile de moda entre bambalinas con cameo incluido del director. Soporto algo peor un homenaje cinéfilo tan obvio como fusilar la escena final de Duelo al sol. o la deriva final hacia el misterio, con el rollo macabeo de la videncia y el discursito de que hay cosas que la razón no puede explicar, que me creería si pudiera explicar las mismas que hace un siglo, o sólo una década, y no muchas más. No obstante, la película engancha, técnicamente está bien resuelta (el Almodóvar desaliñado de las primeras películas va dejando paso a un director más preocupado por el estilo y más clásico en las formas), y mezcla con acierto lo moderno con lo cañí. Muy destacable la calidad del vestuario y de la música de Bernardo Bonezzi.
Entre los actores, de todo hay. El mejor de todos ellos, Eusebio Poncela, demuestra su calidad con creces. Bien Nacho Martínez, muy correcta Assumpta Serna, cuya mirada en el clímax (y no sólo ahí) es puro Tánatos, y más que bien Chus Lampreave y Julieta Serrano como los dos modelos de madre que obsesionan al director: la religiosa y castradora frente a la moderna y desacomplejada. Antonio Banderas, actor que muy pocas veces me convence, tampoco aquí consigue hacerlo, y la interpretación de Eva Cobo es mala, sin paliativos. Luis Ciges, tan entrañable como siempre, y a Carmen Maura la veo bien en un personaje que no acaba de dar mucho de sí.
Dicen que las discrepancias entre Pedro Almodóvar y el productor de la película, Andrés Vicente Gómez, fueron muy importantes. Creo que la película no se resiente de ello, y este hecho sirvió para que el director creara su propia productora, junto a su hermano Agustín, y consiguiera a partir de ahí (chanchullos en Panamá al margen) el control absoluto sobre su obra y el prestigio internacional que tanto ansiaba. Con todo, Matador me parece una de las películas más interesantes de un cineasta que, para mí, no suele serlo.