BAD LIEUTENANT. 1992. 96´. C0lor.
Dirección: Abel Ferrara; Guión: Zoe Lund y Abel Ferrara; Dirección de fotografía: Ken Kelsch; Montaje: Anthony Redman; Música: Joe Delia; Diseño de producción: Charles Lagola; Producción: Edward R. Pressman y Mary Kane, para Bad Lt. Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Harvey Keitel (Teniente); Victor Argo (Policía veterano); Paul Calderone (Policía nº1); Leonard Thomas (Policía nº2); Frankie Thorn (Monja); Paul Hipp (Jesús); Robin Burrows (Ariane); Jaime Sánchez (Sacerdote); Victoria Bastel, Stella Keitel, Anthony Ruggiero, Vincent Laresca, Zoe Lund, Gene Canfield, Penelope Allen, Eddie Daniels, Bianca Bakija, Peggy Gormley.
Sinopsis: Un teniente de la policía de Nueva York ha establecido su rutina diaria entre la corrupción, las drogas y el nihilismo más absoluto. Mientras su vida se hunde en el precipicio, investiga la violación de una monja.
Cineasta irregular donde los haya, Abel Ferrara ha construido su carrera alrededor de la polémica. Uno de sus títulos más recordados es Teniente corrupto, crónica del descenso a los infiernos de un policía neoyorquino que convirtió a Ferrara en uno de los enfants terribles por excelencia de la industria cinematográfica.
Rodada a continuación de uno de los mejores films del director del Bronx, El rey de Nueva York, Teniente corrupto nos adentra en los bajos fondos de la ciudad de los rascacielos de la mano de un policía al que no le falta ningún vicio: drogas, apuestas y putas son su pan de cada día. El inicio nos sitúa en 1988, coincidiendo con las históricas Series Mundiales de béisbol entre los Mets de Nueva York y los Dodgers de Los Ángeles. El teniente sigue la crónica de uno de los partidos por la radio mientras lleva a sus hijos en coche al colegio. Todo muy normal, pero algo falla: el policía parece irritado. Deja de estarlo cuando los niños bajan del coche y puede meterse unas rayas de cocaína. Lo que sigue es la espiral de degeneración de un politoxicómano que, por aquello de ser un agente de la ley, debe investigar la violación de una monja. Ése será el detonante para que todos sus demonios salgan al exterior.
Todo esto, obviamente, recuerda sobremanera a los films rodados por Martin Scorsese sobre guiones del gran cronista de la decadencia y la redención en el cine norteamericano, Paul Schrader. Ocurre que Ferrara no posee el estilo de Scorsese, ni desde luego su agilidad narrativa. El estilo visual es más minimalista que el de su ilustre referente, más en la onda de un Jim Jarmusch. Tampoco el guión, reiterativo y en el que los personajes secundarios no tienen peso alguno, está a la altura de los libretos más logrados de Schrader. Nada sabemos del pasado del teniente; futuro, pronto intuimos que no lo tiene. También se intuyen la culpa y la desesperación, pero sólo las vemos en su estadio final, y tampoco el protagonista las verbaliza; más bien, las aúlla. La película es mejor en su primera mitad, en la que se nos da cuenta del sinfín de excesos que el Teniente Sin Nombre comete, no se sabe muy bien si para sentirse vivo o para morirse de una vez. Esto último es lo más probable, porque el policía no teme a la muerte; más bien, se ríe de ella. Su conducta nos dice que la desea. La escena más brillante es, en mi opinión, aquella en la que el policía para a dos jóvenes que, después de salir de una discoteca de moda, conducen un coche sin tener carnet. Lo que allí ocurre es a lo que aspira toda la película: es intenso, provocador, sórdido , está bien definido, las reacciones de los personajes son creíbles… algunas de estas virtudes no las volveremos a encontrar en el resto del film. Entiendo que a ese desecho humano que es el protagonista le impresione la actitud de la monja, que perdona a quienes la violaron igual que Jesucristo (que también se le aparece al teniente en uno de sus delirios psicotrópicos) perdonó a quienes le ofendieron. No es lo usual, ni entre creyentes ni entre ateos, pero lo puedo entender. Que eso haga brotar toda la culpa que siente el protagonista, y que de allí mane su ansia de redención, me parece artificioso, tan carente de sentido como la mitología católica en sí misma.
El estilo visual, ya lo he dicho, es austero; todo lo barroco se queda para el guión. Ken Kelsch, el cameraman fetiche de Ferrara, hace un muy buen trabajo. El montaje me parece mejorable, y la música no brilla demasiado.
En el apartado interpretativo, Teniente corrupto es un clarísimo one man show. El hombre es Harvey Keitel, un gran actor aquí algo pasado de vueltas, como si se hubiera metido demasiado en el personaje. El teniente supone un desafío para cualquier intérprete que se le acerque, y Keitel lo asume con convicción y, casi siempre, acierto, aunque en ocasiones, como al director, se le va la mano. De los secundarios, poco que decir, salvo que encuentro desaprovechado al eficaz y prolífico Victor Argo, y que la dirección de actores no creo que esté entre las mayores virtudes de Abel Ferrara.
Teniente corrupto es una obra provocadora, que busca el riesgo y supone una caída a los infiernos en toda regla. No obstante, uno no puede dejar de pensar que, en manos de Scorsese y Schrader, la película sería mejor.