JÛSAN-NIN NO SHIKAKU. 2010. 125´. Color.
Dirección: Takashi Miike; Guión: Daisuke Tengan, basado en el guión cinematográfico de Kaneo Ikegami; Dirección de fotografía: Nobuyasu Kita; Montaje: Kenji Yamashita; Música: Kôji Endô; Diseño de producción: Yûji Hayashida; Producción: Kôji Yoshida, Shigeji Maeda, Tôichirô Shiraishi, Minami Ichikawa, Takahiro Ohno, Michihiko Yanagisawa, Hisashi Usui y Kazuomi Susaki, para RPC-Sedic International- ABC-Dentsu-Toho Company-NBN- Tsutaya Group (Japón)
Intérpretes: Kôji Yakusho (Shinzaemon Shimada); Takayuki Yamada (Shinrokuro Shimada); Yûsuke Iseya (Koyata Kiga); Ikki Sawamura (Gunjiro Mitsuhashi); Arata Furuta (Heizo Sahara); Sôsuke Takaoka (Yasokichi Hioki); Seiji Rokkaku (Mosuke Otake); Gôro Inagaki (Lord Naritsugu); Mikijirô Hira (Sir Doi); Masachika Ichimura (Hanbei Kito); Kazuki Namioka (Rihei Ishizuka); Kôen Kondô (Yahachi Horii); Yûma Ishigaki, Masataka Kubota, Tsuyoshi Ihara, Hiroki Matsukata, Kazue Fukiishi, Mitsuki Tanimura, Shinnosuke Abe, Hiroshi Tatsumi.
Sinopsis: En el Japón de las postrimerías del Shogunato, el cruel Lord Naritsugu está a punto de conseguir el poder. Para evitarlo, el alto funcionario Doi autoriza al samurai Shinzaemon Shimada a matar a Naritsugu. Para ello, recluta a un grupo de expertos guerreros.
El prolífico director japonés Takashi Miike es conocido por la violencia de sus films, que abarcan casi todos los géneros más socorridos en el cine nipón: terror, policíaco o películas de yakuzas. No faltan los films de samuráis, y entre ellos destaca 13 asesinos, remake de una estimable película de 1963 y una de las obras más maduras del siempre excesivo Miike.
La acción se sitúa en el Japón de mediados del siglo XIX, todavía bajo el Shogunato. El país vive en paz desde hace años, aunque esa situación amenaza con acabarse con la inminente llegada al poder de Naritsugu, una especie de Calígula a la japonesa. El suicidio del jefe de un poderoso clan, provocado por el enésimo acto de crueldad de Naritsugu, hace reaccionar a Doi, uno de los más veteranos consejeros del Shogun actual: el príncipe debe ser asesinado antes de que el país caiga en sus sádicas manos. El encargo recae en Shinzaemon Shimada, que forma un pequeño ejército de samuráis para cumplir con una misión casi imposible, dada la numerosa escolta que protege a Naritsugu, encabezada por Hanbei Kito, un antiguo compañero de armas de Shinzaemon.
Miike propone una revisión actualizada del cine de samuráis, tomando como punto de partida una de las obras clásicas del género. 13 asesinos posee una estructura bastante típica: una introducción, en la que se nos presenta a los personajes y se dan las razones de lo que va a ocurrir; un nudo, en el que se prepara el enfrentamiento final (y en el que se hace una pequeña concesión al fantástico con la aparición, en auxilio de los personajes que van a hacer justicia, de un Tanuki u hombre-mapache, figura emblemática del folklore japonés), y un desenlace, en el que durante una hora se libra la cruenta batalla de trece hombres contra doscientos. Hasta esa larguísima lucha, las escenas de acción son escasas, el ritmo es pausado y la ambientación destaca por su calidad. Miike ofrece su versión más reposada, y demuestra que, además de derramar litros de sangre, sabe hacer cine a la antigua usanza, con bella fotografía, abundancia de planos fijos y utilización de encuadres que recuerdan a los maestros del cine japonés. Es en la batalla, que a su vez se puede dividir en dos partes (las emboscadas con que el grupo de samuráis consigue diezmar y amedrentar a la escolta de Naritsugu, y la lucha cuerpo a cuerpo), cuando Miike se desata, aunque de una manera que ha conseguido fascinarme de una forma a la que jamás se acercó en ninguna de sus obras anteriores, debido al brioso ritmo, a las magníficas coreografías de esa guerra de espadas convertida en danza de la muerte y, por qué no decirlo, a esa apología del tiranicidio con la que comulgo de pleno. Llama la atención el contraste entre la belleza que ve Naritsugu en la guerra cuando la sangre que se vierte es la de otros, y lo mucho que se arrastra por el barro cuando bebe su propia medicina. Así son muchos poderosos, en Japón y en todas partes. Por eso, a veces, un ejército de samuráis puede ser muy bueno para el pueblo. Pocos peros le pongo a su película, al margen de algún exceso en la cromatización digital (que queda bien en pantalla, todo hay que decirlo) y algún efecto especial chirriante (en concreto, la escena de los toros ardiendo). Por lo demás, 13 asesinos es violenta, sí, pero bellísima, y no da tregua al espectador.
Es sabido que las interpretaciones en el cine japonés acostumbran a ser muy extremas: hieratismo, o histrionismo. En 13 asesinos, casi todos los personajes siguen el camino de la contención, como es usual en los films de samuráis. La nota discordante la pone Yûsuke Iseya, el Tanuki, encargado de ofrecer unos toques humorísticos que más de una vez (y me refiero a su curiosa aparición final) no vienen al caso. El resto del elenco destaca por su sobriedad, y, desde luego, por su destreza en las escenas de lucha. Un desfile de tíos duros en el que Masachika Ichimura, Kôji Yakusho y Mikijirô Hira sacan buena nota. Gôro Inagaki me parece algo inexpresivo: su crueldad está en sus actos, no en su rostro.
Dos horas de adrenalínico disfrute, con aromas de homenaje al cine clásico de samuráis y respetable poso ideológico. Todo eso es 13 asesinos, la mejor película de Takashi Miike que he visto, con diferencia.