STILL CRAZY. 1998. 93´. Color.
Dirección: Brian Gibson; Guión: Ian La Frenais y Dick Clement; Dirección de fotografía: Ashley Rowe; Montaje: Peter Boyle; Música: Clive Langer; Diseño de producción: Max Gottlieb; Producción: Amanda Marmot, para Marmot Tandy Productions- The Greenlight Fund (Reino Unido).
Intérpretes: Stephen Rea (Tony Costello); Billy Connolly (Hughie); Jimmy Nail (Les); Timothy Spall (Beano); Bill Nighy (Ray); Juliet Aubrey (Karen); Helena Bergström (Astrid); Bruce Robinson (Brian); Hans Matheson (Luke); Rachael Stirling (Claire); Phil Daniels (Neil); Frances Barber, Zoë Ball, Virginia Clay, Luke Garrett, Sean McKenzie, Rupert Penry-Jones, Matthew Finney, Alex Palmer, Gavin Kennedy, Lee Williams, Andy Nichols, Francis Magee.
Sinopsis: El teclista de un grupo de rock de los 70 decide volver a reunir a la banda veinte años después de su última actuación.
Brian Gibson, director aplicado pero carente de inspiración, cerró su filmografía con la que es su mejor película, Siempre locos, para muchos la versión (más o menos) seria de ese hilarante falso documental que es This is Spinal Tap.
Si lo que se quiere tratar en un guión cinematográfico es cómo de mal pasa el tiempo, resulta bastante idóneo hacerlo a través de la historia de un grupo de rock de los 70, en los últimos coletazos de la época dorada del género, antes de que las luchas de egos, los excesos, el do it yourself, el empoderamiento de las grandes discográficas y la MTV llevaran al rock, y a la música popular en general, hacia terrenos mucho menos agradables para quien esto escribe. En Siempre locos se narra la historia de Strange Fruit, una ficticia banda de rock setentero, de éxito moderado, en la que puede reconocerse a más de cuatro grupos que sí existieron en realidad. Dos décadas después de la disolución del conjunto, a sus miembros no les va nada bien ni en lo económico, ni en lo personal, por lo que, cuando a uno de ellos se le ocurre reunir a la banda, después de reclutar para la causa a su antigua representante, encuentra poca resistencia en el resto, pese a que las rencillas que rompieron el grupo siguen ahí. Mientras Karen, la manager de Strange Fruit, trata de localizar a los músicos, descubre que uno de ellos, el carismático guitarrista Brian, ha fallecido. Los demás deciden volver a tocar juntos, previo fichaje de un talentoso joven para reemplazar a Brian, y se embarcan en una caótica gira holandesa como preparación para un gran concierto que conmemora, precisamente, el vigésimo aniversario del festival tras el que Strange Fruit dejó de existir.
Cuando se hace mayor, la gente engorda, pierde el cabello, enferma, se vuelve más aburrida. o todas las anteriores. Lo que casi nadie hace es aprovechar la experiencia adquirida para mejorar como individuo, limitándose a reproducir los errores de sus antepasados o a inventar otros nuevos mientras el tipo de la guadaña siga mirando hacia otro lado. O, como dice la magistral frase que da inicio a la película: «la gente hace lo correcto una vez ha agotado el resto de posibilidades». Y ahí están los viejos ídolos del rock: fondones, arrugados, heridos por la vida, convertidos en una caricatura de lo que fueron en su juventud. Las penurias económicas y el deseo de recuperar el tiempo perdido les vuelven a unir sobre los escenarios. Ninguno de ellos sabe si volverá a surgir la antigua llama o se convertirán en otro patético revival de rockeros viejunos. Quizá ocurra todo a la vez, pero ninguno de ellos tiene nada mejor que hacer.
El film tiene un guión brillante y bien estructurado, que utiliza todos los tópicos del rock al tiempo que se cachondea de ellos. Película por y para nostálgicos, Siempre locos oscila entre la reivindicación de unos músicos que todavía hoy poseen la capacidad de hacer feliz a mucha gente con sus canciones, y la jocosa exhibición de sus miserias personales. El punto de vista que se escoge es el de Hughie, técnico de sonido, pipa y uno de los hombres fuertes del grupo, pese a no ser uno de sus músicos. La banda sonora, aspecto fundamental en esta clase de películas, encaja perfectamente con lo que cabría esperarse de un grupo como el que se retrata. En la puesta en escena se opta por lo funcional, lo que por un lado ayuda a centrarse en lo que de verdad importa, pero por el otro priva a la película de alcanzar cotas mayores.
Sin duda, una de las piedras angulares para el éxito del proyecto era reunir a un elenco de actores de buen nivel. Y vaya si lo hay: Stephen Rea, uno de esos intérpretes que siempre cumple con buena nota, da vida con su eficacia acostumbrada al tímido y bondadoso teclista que vuelve a hacer que la máquina funcione. Quien se lleva buena parte de los focos es Bill Nighy, que interpreta de forma excelente al personaje más Spinal Tap de todos, el cantante egocéntrico e inseguro que reúne en sí mismo todos los clichés del frontman rockero. Billy Connolly y Timothy Spall encarnan de maravilla a los dos personajes que menos han evolucionado (o degenerado, según se mire), con el tiempo: Hughie y el batería de la banda. Jimmy Nail cumple con nota en el rol de Les, el personaje más amargado del grupo. Sobria y brillante Juliet Aubrey, y muy bien Helena Bergström como la clásica bruja nórdica que hay detrás de muchas estrellas del rock.
Siempre locos es una notable comedia dramática, en la que el humor, la música y la nostalgia van de la mano. No es una obra maestra, y al final le sobra azúcar, pero hace reír, emociona a ratos y nunca aburre.