AU REVOIR LES ENFANTS. 1987. 103´. Color.
Dirección: Louis Malle; Guión: Louis Malle; Director de fotografía: Renato Berta; Montaje: Emmanuelle Castro; Música: Franz Schubert y Camille Saint-Saëns; Diseño de producción: Willy Holt; Producción: Louis Malle, para Nouvelles Éditions de Films-MK2 Productions (Francia).
Intérpretes: Gaspard Manesse (Julien Quentin); Raphael Fejtö (Jean Bonnet); Francine Racette (Mme. Quentin); Stanislas Carré de Malberg (François Quentin); Philippe Morier-Genoud (Padre Jean); François Berléand (Padre Michel); François Négret (Joseph); Peter Fitz (Dr. Müller); Pascal Rivet (Boulanger); Irène Jacob (Profesora de piano); Benoît Henriet, Richard Leboeuf, Xavier Legrand, Arnaud Henriet, Luc Etienne, Jacqueline Staup.
Sinopsis: En la Francia ocupada por los nazis, el joven Julien es enviado, junto a su hermano mayor, a un colegio religioso alejado de la zona en conflicto. El muchacho entabla amistad con Jean Bonnet, un niño recién llegado a la escuela.
Adiós, muchachos significó el retorno de Louis Malle a su país natal, Francia, después de una década rodando en los Estados Unidos. Para su regreso, el cineasta galo escogió la que posiblemente sea la historia más autobiográfica de toda su filmografía, pues relata un traumático episodio vivido en su infancia. Malle se encargó de escribir el guión, y su esfuerzo personal se vio recompensado por la gran, y más que merecida, respuesta que obtuvo por parte de crítica y espectadores.
Como ya había demostrado años atrás con Lacombe Lucien, Malle nunca compró el discurso oficial sobre la ocupación nazi de Francia, ese que dice que todos los franceses, a excepción de «cuatro miserables» (en palabras de Charles de Gaulle), eran de la Resistencia, jamás tuvieron simpatías por los invasores alemanes y liberaron su país ellos solitos. Y no lo compró porque vivió ese período, que marcó su infancia, y tras lo vivido en esos años, poco podían engañarle. De esto habla Adiós, muchachos: de la sinrazón colectiva que lleva al genocidio, de los que tratan en lo posible de evitarlo, de los leales, de los traidores, de los chivatos y, sobre todo, de los niños a los que la guerra arrebató la infancia de cuajo. El joven Julien, alter ego del director, es enviado por su madre a un internado religioso alejado del frente, en la zona bajo la influencia del régimen filofascista de Vichy. Le acompaña su hermano mayor, François. Julien, joven de inteligencia despierta y mucho carácter, capta todo lo que sucede en su entorno y desarrolla una cada vez mayor curiosidad, convertida más tarde en simpatía, hacia un brillante compañero recién llegado, Jean Bonnet. Tímido y retraído, Jean destaca en lo académico, y es esa cercanía intelectual la que le une a Julien, que al fin descubre que su nuevo amigo tiene buenas razones para mostrarse huidizo: su origen judío hace que, si es descubierto por los genocidas, su destino sean los campos de exterminio.
Adiós, muchachos es una magnífica película que, huyendo de excesos melodramáticos, derrocha sensibilidad. Malle, cineasta que jamás perdió la elegancia pero no rehuyó la polémica, vuelca sus recuerdos de infancia con una mirada que consigue ser a la vez emocionada y sobria, la de un hombre maduro que rememora su experiencia y homenajea a quienes murieron por el solo hecho de ser judíos y a quienes trataron de librarles de la barbarie, sin olvidar que estos últimos fueron, en realidad, muy pocos. Al principio, la película puede parecer fría, aunque ofrezca un retrato de la infancia poseído por la inteligencia, pero en cuanto Julien descubre el secreto de Jean Bonnet, lo que vemos en pantalla es digno de encendidos elogios. El final hace honor a la gran frase con la que el director culmina su obra: «Han pasado cuarenta años, pero hasta el día de mi muerte no podré dejar de recordar cada segundo de lo que sucedió esa mañana de enero de 1944». Con todo, hay otro momento cumbre: la proyección para los niños de Charlot emigrante, que es un homenaje a la magia del cine, a esos cómicos capaces de arrancar risas en mitad del horror. En la estética predominan los grises propios del invierno, el tono es melancólico, los movimientos de cámara, llenos de distinción. Para huir del efectismo, Malle no utiliza banda sonora, sino que sólo emplea la música cuando ésta forma parte de la narración (en concreto, en la mencionada escena de la proyección de la película y durante las lecciones de piano que reciben Julien y Jean). Hay emoción, pero no olvido: junto a los pocos valientes abundan los miserables, los delatores, los simplemente estúpidos (y también algunos religiosos con inclinaciones pedófilas). Es verdad que la Segunda Guerra Mundial la ganaron los buenos, pero también que una parte nada pequeña de los mejores no sobrevivió a ella. Adiós, muchachos es un homenaje a todos ellos.
Una buena ayuda para el espléndido resultado final de esta película reside en la convincente interpretación de los muchachos que la protagonizan, capaces de mostrar la inocencia y la sensibilidad, pero también la inconsciencia, el egoísmo y la crueldad de los niños. Quienes hicieron el casting acertaron de lleno al escoger a Gaspard Manesse y Raphael Fejtö como dúo protagonista. Entre los adultos, ausencia de caras conocidas, debut de Irène Jacob en un pequeño papel, e intachables interpretaciones. Que la minuciosidad y el mimo que Malle empleó en el guión y en su plasmación en imágenes se extendiera a la labor de los actores es lo que hace de Adiós, muchachos un film excepcional.