EL AMANTE BILINGÜE. 1993. 104´. Color.
Dirección: Vicente Aranda; Guión: Vicente Aranda, basado en la novela de Juan Marsé; Dirección de fotografía: Juan Amorós; Montaje: Teresa Font; Música: José Nieto; Diseño de producción: Wolfgang Burmann; Producción: Andrés Vicente Gómez. Enrique Cerezo y Carlos Vasallo, para Lolafilms-Atrium Productions-Cartel Films (España)
Intérpretes: Imanol Arias (Juan Marés/Juan Faneca); Ornella Muti (Norma Valentí); Loles León (Griselda); Javier Bardem (Limpiabotas); Joan Lluís Bozzo (Valls Verdú); Pep Cruz (Cuxot); Arnau Vilardebó (Serafín); Ricard Borràs (Lobo); Jordi Dauder (Faisal); Vicky Peña (Voz de Norma); Eufemia Román, Carla Lombardi, Blanca Apilánez, Julieta Serrano, Fernando Guillén.
Sinopsis: Juan Marés dio un braguetazo de órdago casándose con Norma, la bella hija de una rica familia barcelonesa. Pero a Norma le pirran los charnegos, y el matrimonio se va a pique. Desfigurado y reducido a la indigencia, Marés decide reconquistar a su esposa convirtiéndose en Faneca, un apuesto charnego que se crió con él en la calle Verdi y emigró a Alemania.
Con El amante bilingüe, Vicente Aranda llevó a la pantalla por tercera vez una obra del mejor novelista barcelonés de todos los tiempos, Juan Marsé. Como de costumbre, al escritor no le gustó la adaptación cinematográfica, pero, y quizá por armonizar con el tono satírico de lo narrado, su protesta fue menos virulenta que en otras ocasiones. El resultado, un film cargado de mala baba que constituye un burlón retrato de la realidad sociolingüística de Cataluña, y que también puede leerse como una reflexión sobre la identidad personal.
Algunas veces, el diablo sella tu perdición concediéndote aquello que más deseas. En esta parte del mundo, y en casi todas las otras, uno de los sueños más recurrentes es el ascenso social. Si estamos en Barcelona y ese ascenso viene de la mano de un matrimonio con una rica heredera, que además está muy buena, pues mejor que mejor. O no. «La historia de Juan Marés es triste», dice la voz en off del susodicho al principio de la película. Porque a su gran amor, la bella y catalanísima Norma, le pierden los charnegos, ya sean taxistas, camareros o limpiabotas. El ataque de dignidad del plebeyo mantenido acaba con la rica heredera abandonándole a su suerte. Marés, ventrílocuo de profesión y acordeonista competente, termina por pedir limosna en las calles más céntricas de Barcelona, hasta que un día, en las Ramblas, se le ocurre interpretar la canción equivocada (Els Segadors) en el momento menos apropiado, justo cuando una jauría de skinheads fascistas desmonta a lo bestia un tenderete montado por un grupo favorable a la independencia de Cataluña. Un cóctel molotov lanzado por un cabeza rapada que no comparte sus gustos musicales impacta en Marés, quien, convertido en el Fantasma de la Ópera, llega de forma abrupta al final de su caída libre. Entonces, y de la forma más feísta posible (como una voz que habla al protagonista desde el fondo de la taza del váter), aparece una constante en Marsé: la construcción de una nueva identidad. Esa voz que empuja a Marés a recuperar a Norma es la de Juan Faneca, un charnego de su calle que emigró a Alemania en cuanto alcanzó la edad adulta. Después de diversas apariciones, el protagonista entiende que debe cambiar de identidad para conseguir lo que se propone.
Aranda filma esta sátira, llena de referencias literarias y cinéfilas y en la que la música juega un papel primordial (desde el Vals de las velas a ese clásico inmortal llamado Perfidia), con espíritu costumbrista, estilo seco, mucha mala baba y enfatizando los contrastes sociales que están tan presentes en la novela como en la ciudad que retrata. Hay escenas, como aquella en la que un Marés obsesionado da rienda suelta a su otro yo charnego para soltarle guarradas por la calle a Norma, ahora al mando de una oficina de la Generalitat para temas lingüísticos, o cuando la telefonea para preguntarle por la traducción al catalán de los nombres de diversas prendas de ropa interior, que me parecen divertidísimas, al igual que aquella en la que Griselda, una andaluza con la que Marés ejercita el sex appeal de su alter ego, responde a una encuesta diciendo que la Caballé y Carreras tendrían que cantar las óperas en catalán, o cuando ésta le pide a Faneca/Marés que se la folle, pero que las burradas se las diga en la lengua de Pompeu Fabra. También hay espacio para una verdad más grande que la Sagrada Familia: en el amor, siempre tiene las de ganar quien menos ama. Dentro de la sátira, Aranda encuentra hueco para abordar por enésima vez una de las claves de su cine: el estudio de los resortes que mueven el deseo, el carácter esencialmente animal del sexo.
Al frente del reparto, el actor vasco-panameño Imanol Arias hace una interpretación más que correcta y consigue hacer de Faneca el divertido seductor que se pretende. La elección de Ornella Muti para interpretar a Norma fue muy criticada (como es obvio, la voz de la italiana es doblada en la película), pero hubiera sido imposible dar con una actriz nostrada con una belleza felina siquiera similar a la de este mito erótico de toda una generación. Loles León está muy acertada como charnega deseosa de integrarse en esa Cataluña generosa y llena de oportunidades que un servidor ha visto muy poquitas veces en su vida, y Javier Bardem convence como limpiabotas charnego que desencadena la tragedia de Marés. Una de las figuras del teatro catalán, Joan Lluís Bozzo, interpreta de manera impecable a un personaje que, para su mejor análisis, precisa de un apunte personal de este charneguísimo bloguero: uno jamás ha llegado a Ornella Muti (qué más quisiera), y siempre que miró hacia arriba estuvo más cerca del pasatiempo que del braguetazo, pero puede atestiguar que a más de una moza de la zona alta de Barcelona le pierden los charnegos, aunque prefiera que las obscenidades se las susurren en castellano de extrarradio que en catalán montillero. De ahí que también haya conocido a catalanes de pura cepa (y ahí vuelvo a Valls Verdú, el personaje interpretado por Bozzo) a quienes se les escapa el resentimiento racista-clasista cuando descubren que a la pubilla de sus sueños lo que le va es que sea un charnego de mierda quien la ponga mirando a La Bisbal de l´Empordà. Lo que, dicho sea de paso, hacía aún más agradable el asunto. Sí, para mí El amante bilingüe tiene la gran virtud de decir lo que se suele callar, de hacerlo sin remilgos y haciendo uso de ese néctar de los dioses llamado sarcasmo, y de saber de lo que habla. Como sátira y como análisis sociológico de una realidad que no deja de ser estrambótica, la película funciona y merece ser vista con atención y mente abierta.