FIODOR DOSTOIEVSKI, El Jugador (Igrok). Sarpe. 219 páginas. Traducción de Ángel C. Tomás.
¿Existe un novelista mejor que Dostoievski? Si es así, yo no le conozco. El escritor ruso dejó un puñado de obras tocadas por la genialidad y otras que, sin llegar a la excelencia de sus mejores libros, poseen una calidad incuestionable. El jugador es una de estas últimas. Escrita en tiempo récord por las exigencias de un editor, esta novela narra, en primera persona, las vivencias de un ruso que trabaja como preceptor para una rica familia venida a menos. De vacaciones en una ciudad-balneario alemana bautizada como Ruletemburgo, la familia (y algunas sanguijuelas que la rodean) espera con ansiedad la muerte de la abuela, pues del dinero de su herencia depende el patriarca, un general retirado, para saldar deudas y conseguir los favores de mademoiselle Blanche, una bella francesa. El protagonista, Alexei Ivánovich, es un hombre instruido pero pobre, que está enamorado de Polina, la hijastra del general, aunque las preferencias románticas de la joven se inclinen hacia De Grieux, un buscavidas francés acreedor de la deuda contraída por el general. En Ruletemburgo, la familia se dedica a sus aristocráticos quehaceres mientras espera el ansiado telegrama que anuncie la muerte de la abuela. Sin embargo, es ella misma la que se presenta desde Moscú, para pasmo de propios y extraños. La anciana, una mujer acostumbrada a hacer su voluntad, cae embrujada bajo el influjo de la ruleta, algo que también le sucede a Alexei Ivánovich.
El jugador es una de las obras más autobiográficas del autor, que fue ludópata y hace aparecer en la novela al gran amor contrariado de su vida, Polina, con su propio nombre. El tono a veces ligero, casi cercano a la comedia de enredo, que predomina en la primera parte de la obra, es engañoso. La llegada de la abuela trae consigo la del drama, y también la del psicologista genial que fue Dostoievski. En pocas novelas se describe con mayor exactitud tanto el perfil del ludópata (extrapolable a la práctica totalidad de las adicciones), como el desarrollo de la enfermedad, el proceso que va del hechizo a la dependencia. El jugador es, además una novela de nacionalidades: rusófilo convencido, Dostoievski muestra la dualidad del alma rusa, a la que ama pese a todas sus contradicciones, con su pasión y su tendencia al embrutecimiento, y adecúa el perfil de sus personajes a sus propios prejuicios nacionales: los franceses son encantadores, pero falsos y proclives a la traición; los ingleses, personificados en Mr. Astley, vienen a representar la discreción y el buen sentido, y los polacos no son más que unos miserables aprovechados carentes de honor. Más allá de la injusticia de estas generalizaciones, o de la verdad que pueda esconderse tras ellas, la novela brilla por su logrado crescendo, por la coherencia en el planteamiento y resolución de los conflictos que plantea y por la utilización de un lenguaje tan claro como preciso, adornado por un puñado de frases en francés y un incuestionable dominio de la jerga propia de los casinos. Alexei Ivánovich es un personaje riquísimo, de esos en cuyo perfil no hay impostura ni trampas de ninguna clase. Lo que piensa, lo que hace, los porqués de todo ello se nos presentan diáfanos, con una coherencia y una profundidad psicológica que sólo los genios son capaces de alcanzar. Por eso Dostoievski sigue siendo un novelista tan actual como lo fue en su época, porque, en el fondo, el interior de los seres humanos ha cambiado más bien poco. Y nadie lo ha retratado mejor que él.