LITTLE CHILDREN. 2006. 136´. Color.
Dirección: Todd Field; Guión: Tom Perrotta y Todd Field, basado en la novela de Tom Perrotta; Dirección de fotografía: Antonio Calvache; Montaje: Leo Trombetta; Música: Thomas Newman; Diseño de producción: David Gropman; Dirección artística: John Kasarda; Producción: Todd Field, Albert Berger y Ron Yerxa, para Standard Film Company-Bona Fide- New Line Cinema (EE.UU.).
Intérpretes: Kate Winslet (Sarah Pierce); Jennifer Connelly (Kathy Adamson); Patrick Wilson (Brad Adamson); Jackie Earle Haley (Ronnie McGorvey); Noah Emmerich (Larry Hedges); Gregg Edelman (Richard Pierce); Phyllis Somerville (May McGorvey); Raymond J. Barry (Bob); Jane Adams (Sheila); Ty Simpkins (Aaron); Sadie Goldstein (Lucy); Helen Carey, Sarah Buxton, Mary B. McCann, Trini Alvarado, Marsha Dietlein, Will Lyman.
Sinopsis: Sarah, una mujer infeliz en su matrimonio y poco integrada en la vida de la pequeña ciudad en la que reside, conoce a Brad, un hombre casado, e inicia una aventura con él. Mientras, la ciudad vive inquieta por la puesta en libertad de un condenado por pederastia.
Todd Field debutó como director de largometrajes con En la habitación, brillante drama que le situó en un destacado lugar en el mapa de los realizadores estadounidenses con mayor futuro. Un lustro después, Field estrenó Juegos secretos (lamentable título español que no volveré a utilizar en toda la reseña), película que supera a su ópera prima en todos los aspectos.
Field adapta una novela de Tom Perrotta, coescritor asimismo del guión, y ofrece un film que se erige como un lúcido tratado sobre la infelicidad y el miedo, dos de las obras más conseguidas del cerebro humano a juzgar por el elevado grado de perfección con que se manifiestan día a día en cada uno de nosotros, insignificantes mortales. Little children nos habla de gente que sólo es feliz en apariencia, de sólidos entramados sociales que se derrumban al más mínimo sobresalto, de lo que significa vivir en mitad de de la cerrazón y la hipocresía, de personajes que, por sus elecciones vitales o por su propia naturaleza, son seres derrotados por la vida. Sarah es una mujer insatisfecha que debe interpretar un papel de joven madre feliz que, sencillamente, no le sale. Es una mujer culta, con inquietudes, a la que el matrimonio, la maternidad y la vida en una localidad cerril y provinciana han cortado las alas. Su marido, un próspero publicista, encuentra la satisfacción sexual en la pornografía; su hija, Lucy, es una pequeña tirana que no parece tenerla en demasiada estima, y el círculo de madres con las que alterna no son más que un puñado de cotorras puritanas que, paradójicamente, se derriten cada vez que ven aparecer en el parque infantil a Brad, un hombre guapo, que prepara el examen que le permitirá ejercer la abogacía y está casado con una bella directora de documentales. Sarah se acerca a Brad, que se siente anulado por su esposa y no encuentra algo que le apasione desde que dejó el deporte, y ambos se convierten en amantes.
Aprecio la sensibilidad y la compasión, pues son virtudes raras de ver en el arte y en la vida, siendo con demasiada frecuencia sustituidas por la sensiblería y la generosidad nacida del narcisismo y el complejo de superioridad. Pues bien, Little children me parece una obra mayor porque la sensibilidad y la compasión con la que Todd Field explica la historia de unos personajes que no se encuentran a sí mismos son sinceras. A los humanos nos resulta mucho más cómodo definirlo todo, empezando por nosotros mismos, en blancos y negros, pero la realidad y nuestro propio interior son tozudamente grises. Field remarca la grandeza de sus protagonistas sin ocultar en ningún momento sus miserias, que las más de las veces son las que les marcan el camino. Little children avanza a un ritmo pausado, pero su progresión dramática nunca se detiene. La película atrapa porque está rodada con mimo y buen estilo, porque la cámara ejerce de testigo silencioso, porque la música resalta lo que vemos pero no intenta modelar lo que sentimos al verlo, porque la voz en off explica pero no sobreexpone, y porque el buen gusto es marca de fábrica. El film está vivo, transmite, no es cómodo pero sí profundamente honesto, en su planteamiento y en su resolución, mucho más realista que peliculera. El drama de los personajes de Little children es el de cualquier persona: quizá el problema radique en que, para ser felices, deberíamos dejar de ser nosotros. Y eso es posible, como máximo, durante un breve período de tiempo. Algunos personajes y algunas escenas, como la que marca el clímax de la película en el parque infanil, son de las que se quedan grabadas con la marca del gran cine.
El director cuenta con una de las grandes actrices de nuestro tiempo, Kate Winslet, cuyo trabajo es de altura, pues nos permite ver el interior de Sarah, una Madame Bovary en la América de provincias. El otro actor inmejorable de la película es Jackie Earle Haley, que interpreta con conmovedora convicción a alguien que se sabe un monstruo. La bella Jennifer Connelly aparece poco, pero consigue lucir, y Patrick Wilson está bien en el papel de un hombre que sólo sabe serlo en el catre, pero su interpretación queda algo ensombrecida por el brillo de la de Kate Winslet. Muy bien Phyllis Somerville como abnegada madre del monstruo, y destacable también la labor de Noah Emmerich como patrullero urbano lleno de demonios.
Lo peor de Little children es que, a día de hoy, sigue siendo la última película dirigida por Todd Field. Para mí, es uno de los mejores dramas que ha dado el cine norteamericano en lo que llevamos de siglo. Un film duro a la vez que sensible, con una ambientación excelente y grandes momentos e interpretaciones. Imprescindible.