DRAG ME TO HELL. 2009. 97´. Color.
Dirección: Sam Raimi; Guión: Sam Raimi e Ivan Raimi; Dirección de fotografía: Peter Deming; Montaje: Bob Murawski; Diseño de producción: Steve Saklad; Música: Christopher Young; Dirección artística: James F. Truesdale; Producción: Grant Curtis y Rob Tapert, para Ghost House Pictures- Universal Pictures (EE.UU).
Intérpretes: Alison Lohman (Christine Brown); Justin Long (Clay); Lorna Raver (Sylvia Ganush); Dileep Rao (Rham Jas); David Paymer (Mr. Jacks); Adriana Barraza (Shaun San Dena); Chelcie Ross (Padre de Clay); Reggie Lee (Stu); Bojana Novakovic, Molly Cheek, Kevin Foster, Flor de María Chahua, Lia Johnson.
Sinopsis: Christine es una joven ejecutiva que aspira al puesto de subdirectora de la sucursal bancaria en la que trabaja. Una anciana acude a pedirle una extensión de su crédito hipotecario para no ser desahuciada, pero Christine se la niega. La anciana, en venganza, la maldice.
Después de la trilogía de Spiderman, Sam Raimi decidió volver al género que le dio la fama con Arrástrame al infierno, película con la que regresó al terror gamberro de la saga Evil dead. Coescrito con su hermano Ivan, el film supone un regreso a los orígenes bastante conseguido.
Ya desde la introducción, que nos habla de maldiciones gitanas que llevan a quien las sufre directamente a la morada del Maligno, Sam Raimi nos pone en situación: su película es un revival en toda regla, que funcionará o no en función de su capacidad para conservar la frescura de sus obras primerizas. Y lo hace: en el plano terrorífico, a base de acumular golpes de efecto, no por conocidos menos eficaces; a esto se le añade un interesante mensaje social, que le sirve a Raimi para sacar todo ese humor negro marca de la casa. En su infancia, Christine fue una pueblerina gorda que tuvo que lidiar con una madre alcohólica. Ahora, todo ha mejorado para ella: su figura es estilizada, tiene un novio guapo y rico y trabaja en un banco, siendo la candidata mejor posicionada para ser la nueva subdirectora de la sucursal. Aplicada y agradable, Christine descubre que quizá la consideren demasiado blanda para el puesto, y decide sacar su faceta de trepa despiadada en el peor momento posible, con una anciana del Este de Europa que le pide más margen para pagar su hipoteca. Viéndose en la calle ante la negativa de Christine a concederle la ampliación, la mujer recurre a sus ritos ancestrales y, tras atacar a la joven en el párking de la empresa, le lanza una maldición que en poco tiempo la llevará a reunirse con el Príncipe de las Tinieblas.
Lo que Raimi nos propone, en estos tiempos de crisis económica, ensañamiento con los débiles y legiones de seres mediocres dispuestos a machacar al prójimo si eso les supone recibir caricias de sus amos y gozar de una confortable existencia burguesa (va por ti, Desgraziella), es una fábula terrorífica con moraleja incluida: ojito con putear a quienes poseen buenos contactos en el Inframundo. Christine no tarda en descubrir que ha abierto una caja que siempre debió permanecer cerrada: un vidente indio le alerta de la gravedad de su situación; una serie de presencias y fenómenos extraños la persuaden de que está en un buen aprieto. Sus intentos por remediarlo (que incluyen, en una escena que es toda una invitación a la risa malvada, el asesinato a sangre fría con el que una chica moderna, progre y vegetariana obsequia a su gato), no hacen más que empeorarlo todo, hasta que a Christine no le queda otra que librarse de la maldición o perecer por su causa.
Raimi, aunque con un presupuesto más holgado y mayores medios técnicos, saca su arsenal de viejos trucos para provocar la inquietud del espectador mientras le concede de vez en cuando ocasiones para compartir su humor macabro. Los trucos no han dejado de funcionar: Arrástrame al infierno se ve con interés desde el primer al último fotograma, sólo decae en las escenas que comparten Christine y su novio (excepción hecha de la delirante cena en casa de los padres de él), y viene a ser algo así como los últimos discos de Black Sabbath o Metallica: nada nuevo, pero sí la demostración de que quien tuvo, retuvo. Incluso se diría que, en el modo de filmar, Raimi renuncia a lo aprendido desde entonces y vuelve a la atrevida inconsciencia de Posesión infernal, lo que es un punto a favor de la película. La música de Christopher Young es elogiable y efectiva; en este aspecto, hay que destacar que en los créditos finales se utiliza una pieza, desechada en su momento, que Lalo Schifrin compuso para El exorcista. Otro punto.
El ramillete de actores no es nada del otro mundo, aunque la interpretación de Alison Lohman, actriz de carrera irregular y discontinua, es acertada. Justin Long es un actor normalito, y quien mejor parada sale del plantel de secundarios es la veterana Lorna Raver, en el jugoso papel de la anciana que desencadena la trama.
Arrástrame al infierno es una película muy divertida, un regreso al pasado que, más allá de la nostalgia, aporta nuevos elementos que lo convierten en un film reivindicable que prueba que, blockbusters al margen, Sam Raimi no ha perdido pegada.
Sí, estoy de acuerdo, me lo pasé muy bién. Este Raimi siempre ha sido un poco punk!
Ya lo decían los de Siniestro Total, más vale ser punki que maricón de playas. Raimi ha hecho algunas películas más propias de lo segundo, pero aquí se empeña en demostrar que el tipo gamberro de «Evil dead» no ha muerto del todo, y lo consigue.