He leído que los científicos han adelantado el reloj del Apocalipsis. Por un lado, pienso que el fin del mundo podría haber sucedido antes de ver a Donald Trump tomar posesión de la Casa Blanca, que es como decir del mundo entero, o a Nadal ganando otra vez el Open de Australia pero, por otra parte, reconozco que hay una porción de mí que desea seguir disfrutando de la fiesta o, mejor dicho, que se siente incómoda ante la perspectiva de un Apocalipsis inminente. En primer lugar, porque me gustaría ver muchas más películas, escuchar muchos más discos y leer muchos más libros antes del último toque de trompeta, pero también por otras cosas que han sucedido o han de suceder en el mundo exterior y me haría gracia no perderme: por ejemplo, Scarlett Johansson vuelve a estar soltera (aunque a un servidor, que es poco celoso, tampoco le dolía demasiado su anterior estado civil), lo que hace del mundo un lugar un poco más ilusionante. Más en clave doméstica, un Armagedón inmediato nos privaría de ver cómo Cataluña deja de ser Mongolia para convertirse en Finlandia, o si será posible para un barcelonés nativo alquilar un piso en su ciudad sin tener que vender a miembros escogidos de su familia política a las mafias que trafican con órganos humanos. Sea como sea, nadie puede negar que la cosa promete. Un último detalle: si en lugar del fin del mundo previsto, lo que se produce es una invasión alienígena, desde aquí quiero decirles a los extraterrestres que tienen todo mi apoyo.