MURDER BY DEATH. 1976. 96´. Color.
Dirección: Robert Moore; Guión: Neil Simon; Dirección de fotografía: David M. Walsh; Montaje: John F. Burnett; Música: Dave Grusin; Diseño de producción: Stephen Grimes; Dirección artística: Harry Kemm; Producción: Ray Stark, para Rastar Pictures-Columbia Pictures (Reino Unido-EE.UU.)
Intérpretes: Eileen Brennan (Tess Skeffington); Truman Capote (Lionel Twain); James Coco (Milo Perrier); Peter Falk (Sam Diamond); Alec Guinness (Bensonmum); Elsa Lanchester (Jessica Marbles); David Niven (Dick Charleston); Peter Sellers (Sidney Wang); Maggie Smith (Dora Charleston); Nancy Walker (Cocinera); Estelle Winwood (Enfermera); James Cromwell (Marcel); Richard Narita (Willie Wang).
Sinopsis: Los cinco detectives más famosos del mundo son invitados a una cena, cuyo anfitrión es un excéntrico millonario, tras la que se producirá un asesinato. Quien descubra a su autor se embolsará un millón de dólares.
Un cadàver a los postres es la película más conocida de la corta carrera como director de Robert Moore. Se trata de una pieza eminentemente teatral, surgida de la pluma del cèlebre dramaturgo Neil Simon, cuyo propósito es el de parodiar las novelas de detectives, situando el objetivo en Diez negritos, uno de los grandes best sellers de Agatha Christie. La película gustó mucho, y hoy goza de un reconocido status como film de culto.
La estrategia de Simon es la de la reducción al absurdo: coger todos los tópicos del género (mansión señorial, noche de tormenta, millonario excéntrico, renombrados detectives, y un crimen sin resolver con un nutrido grupo de sospechosos) y darles la vuelta de un modo exagerado para así poner al descubierto los artificios, muchas veces lindantes con el truco barato, propios de esa clase de novelas. El entramado funciona, aunque la gracia de los gags es desigual y en la parte central de la película se produzca un descenso en la agilidad narrativa que sí encontramos al principio y al final. Moore dirige de manera aplicada, sin brillo: en la película no da la impresión de haber nada que no se encuentre en el libreto de Neil Simon. Un cadàver a los postres es, en lo fundamental, su película. En sus manos, el detective estadunidense se convierte en una lograda parodia de Bogart, miss Marple en una inglesa chillona que cuida a su propia enfermera y Poirot en un belga comilón y homosexual. Además, tenemos un detective británico, de maneras aristocráticas y mantenido por su esposa, un oriental que todo lo convierte en proverbio, un mayordomo ciego, una cocinera sordomuda y un anfitrión deseoso de demostrar que el mejor detective del mundo es él. No falta ni uno solo de los tópicos del género parodiado, lo que convierte a la película en una distinguida precursora de las spoof movies. No obstante, además de algunos gags ingeniosos, como el mítico grito de la actriz Fay Wray rebajado a la categoria de timbre de la puerta, la parte que prefiero de la película es, paradójicamente, cuando se pone seria y el organizador del evento se despacha a gusto denunciando la inverosimilitud de las tramas de las novelas detectivescas, antes de lanzarse a un final más inverosímil que el de cualquiera de ellas. Grand guignol desfasado, en el que lo estiloso y lo zafio van de la mano, el film destaca por la agudeza de sus diálogos, en especial de aquellos en los que interviene el detective norteamericano Sam Diamond. La saltarina música de Dave Grusin capta de maravilla el tono burlón de la película, que se sitúa entre el Lumet de Asesinato en el Orient Express y el Mel Brooks de Máxima ansiedad, para decirnos al final, en boca de un escritor de reconocido prestigio y lengua viperina, que, con independencia de quién sea el asesino, muchas veces la víctima de las novelas de detectives es la buena literatura.
El escritor aludido es el mismísimo Truman Capote, cuyo inmenso ego estaba, como mínimo, a la altura de su talento. El autor de Música para camaleones se interpreta a sí mismo con la desenvoltura de quien se pasaba el día haciendo precisamente eso. En general, el reparto es difícilmente superable, lo mejor de la película. Un plantel de inmensos actores mostrando sus dotes para la comedia, ya sea recreando los papeles que les dieron la gloria, como David Niven o un magnífico Peter Falk, o bien exhibiendo su inagotable abanico de registros, como Alec Guinness o Peter Sellers, aquí convertido en un detective oriental de cargante sabiduría. Actrices de la talla de Elsa Lanchester y Maggie Smith, y secundarios de lujo como Eileen Brennan o James Coco dan lustre a una película en la que la elección de actores no puede ser mejor.
Un cadàver a los postres me parece una obra notable, quizá menos divertida y más inspirada en su mensaje de lo que dice la opinión general. Vista hoy, queda como una exquisita rareza, muestra de un tipo de cine muy de su época que ha envejecido bien gracias a su ingenio y al trabajo de un elenco soberbio.