La Barceloneta está triste. De niño, muchas veces fui a comer con mis padres a algunos de los restaurantes y chiringuitos de ese barrio, todavía entonces pescador y obrero, y en casi todas ellas fui testigo del carisma de ese hombre entrañable, de aspecto pulido y simpatía contagiosa, llamado Bernardo Cortés. Ni Palomino, ni hostias. Toda una institución en un barrio del que se convirtió en símbolo, hasta el punto de que sería de justicia que una de las calles que lo forman fuera rebautizada con su nombre.