La noticia del desarme de ETA, enésimo capítulo de la agonía de esta banda, llegará, cuando finalmente se produzca, con 39 años de retraso. La organización armada vasca debió disolverse cuando lo hizo su rama político-militar. Llegados a este punto, es necesario subrayar que, una vez desaparecidos los santuarios en países como Francia o Bélgica, el fin de ETA era sólo cuestión de tiempo, y que ese fin se produce sin que la banda haya logrado sus objetivos políticos, que desde hace lustros eran más pretexto que motivo. Más allá de cuestiones identitarias, la lógica dice que la independencia es un sinsentido en el País Vasco, al menos mientras se mantengan sus privilegios económicos. A la izquierda abertzale, que nunca ha destacado por su agudeza analítica, todavía le cuesta entender esto. De hecho, no entenderlo supone para muchos un cómodo medio de vida. En todo tiempo y lugar se subestima el poder de quienes defienden, incluso hasta el asesinato, ideas equivocadas siendo perfectamente conscientes de este pequeño detalle, pero predicando a los ejecutores, a la carne de cañón, justo lo contrario. Es de celebrar que, pese a todo, en Euskadi todos estén dispuestos a defender sus errores ideológicos sólo con la palabra. Ojalá estas conductas se extiendan en un mundo cada vez más inseguro pero, para qué mentir, no creo que suceda.