LE GAMIN AU VÉLO. 2011. 85´. Color.
Dirección: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne; Guión: Jean-Pierre y Luc Dardenne; Dirección de fotografía: Alain Marcoen; Montaje: Marie-Helène Dozo; Música: Ludwig van Beethoven (Fragmentos); Diseño de producción: Igor Gabriel; Producción: Dennis Freyd, Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, para Les Films du Fleuve (Bélgica-Francia).
Intérpretes: Thomas Doret (Cyril); Cécile de France (Samantha); Jerémie Renier (Guy Catoul); Fabrizio Rongione (Dueño del kiosko); Egon Di Mateo (Wes); Olivier Gourmet, Batiste Sornin, Samuel De Ryck, Carl Jadot, Jean-Michel Balthazar, Sandra Raco, Romain Clavareau, Laurent Caron, Valentin Jacob, Charles Monnoyer.
Sinopsis: Cyril es un niño que se fuga del centro de menores en el que vive para encontrar a su padre, que había prometido ir a buscarle. Le acoge Samantha, una mujer con la que se cruza en una consulta médica cuando es perseguido por los tutores del centro para devolverle a él.
Convertidos en autores de culto para la cinefilia europea más inquieta, los hermanos Dardenne se dieron a conocer gracias a Rosetta, película con la que obtuvieron su primera Palma de Oro en el Festival de Cannes. Desde entonces, han insistido en su marca de fábrica: cine social, realista pero no panfletario, que trata sobre personas y vidas que no son las que solemos ver en las películas, sino en nuestros barrios. Creo que los Dardenne no han rodado ninguna obra maestra, pero su filmografía tiene un nivel medio de calidad bastante alto. El niño de la bicicleta me ratifica en esta opinión.
Existen muchas personas a las que las decisiones vitales de mayor trascendencia les vienen muy grandes y que, más que traer hijos al mundo, los arrojan a él. Cyril es un niño de once años, de cuya madre no tenemos noticia alguna y al que su padre ha dejado en un centro de menores tras la muerte de su abuela, que era quien cuidaba a la criatura. En principio, la estancia de Cyril en el centro debía ser de un mes, pero transcurrido ese tiempo, nada cambia, así que el niño se fuga e inicia una búsqueda desesperada de su progenitor, que ha cambiado de residencia sin avisarle. Perseguido por los tutores, Cyril entra en una consulta médica y se abraza a Samantha, una desconocida que queda impactada por la situación del muchacho y decide acogerle en su casa los fines de semana.
El principal mérito de los Dardenne es lo que no hacen: discursos enfáticos y concesiones a la sensiblería. El niño de la bicicleta habla de infancias arrebatadas, de adultos que jamás llegarán a serlo, de barrios duros en los que uno se curte o naufraga, y lo hacen sin enfatizar: describen, no juzgan. Confían en la inteligencia de su público y huyen de lo superfluo. Ponen distancia, pero no desprenden frialdad. Hay dos escenas de auténtico impacto emocional: una es la del primer encuentro entre Cyril y Samantha, en la que el niño se abraza a la joven con la desesperación que sólo dan el abandono y la absoluta falta de cariño; la otra transcurre en el restaurante en el que trabaja Guy, el padre de Cyril, quien ha decidido que su hijo es sólo un recuerdo del pasado que necesita borrar para poder rehacer su vida. Es una escena dura, pero también la mejor de la película. En El niño de la bicicleta no hay política, ni lucha de clases, sino un todos contra todos en una jungla urbana en la que, a veces, subsisten espacios para la piedad.
Los Dardenne siguen con su estilo de cámara al hombro, pero lo han pulido con los años: las imágenes se enlazan con fluidez, sin brusquedades ni afán de provocar mareos al respetable. No hay banda sonora, sino una utilización puntual, pero muy meditada, de una archiconocida pieza clásica. El montaje es acertado, la película un modelo de concisión narrativa, los diálogos creíbles y el final, que no satisface a todo el mundo, me parece coherente.
Parte de los logros de la película se deben a las sinceras interpretaciones de la conocida Cécile de France y del niño Thomas Doret, cuyo Cyril parece, en no pocos aspectos, una versión actualizada de un personaje mítico del cine europeo, el Antoine Doinel de Los cuatrocientos golpes. La actriz, por su parte, derrocha sensibilidad sin caer en excesos. Entre los secundarios, bien Jerémie Renier en el papel más ingrato de la película, e interpretaciones que no pasan de lo correcto en la gran mayoría de los casos.
El niño de la bicicleta es una muy buena película, que confirma que el talento de sus autores y su conocimiento del mundo real siguen ahí. Notable, y muy digna de recomendación para todos aquellos que piensan que el cine debe reflejar la realidad, sin que ello signifique que sus autores se suban a un púlpito.