THE HATEFUL EIGHT. 2015. 167´. Color.
Dirección: Quentin Tarantino; Guión: Quentin Tarantino; Dirección de fotografía: Robert Richardson; Montaje: Fred Raskin; Música: Ennio Morricone; Diseño de producción: Yohei Taneda; Dirección artística: Benjamin Edelberg y Richard L. Johnson; Producción: Stacey Sher, Richard N. Gladstein y Shannon McIntosh, para Double Feature Films-FilmColony- The Weinstein Company (EE.UU.).
Intérpretes: Samuel L. Jackson (Mayor Marquis Warren); Kurt Russell (John Ruth); Jennifer Jason Leigh (Daisy Domergue); Walton Goggins (Chris Mannix); Demián Bichir (Bob); Tim Roth (Oswaldo Mobray); Michael Madsen (Joe Gage); Bruce Dern (General Sandy Smithers); James Parks (O.B.); Channing Tatum (Jody); Dana Gourrier, Zoe Bell, Lee Horsley, Gene Jones, Keith Jefferson, Craig Stark, Belinda Owino.
Sinopsis: En las nevadas montañas de Wyoming, John Ruth, un cazarrecompensas, lleva a una criminal al pueblo en el que será ajusticiada. Por el camino, aparece otro cazador de forajidos, cuyo caballo ha muerto, que le pide a Ruth que le deje subir a su diligencia.
Cuando uno piensa en quiénes son los mejores directores que ha dado el cine norteamericano en el último cuarto de siglo, el nombre de Quentin Tarantino es quizá el primero que le viene a la mente. Ejemplo de autor total, creador de un sello inconfundible y original gracias a la mezcla de elementos que no lo son en absoluto, Tarantino genera sentimientos encontrados entre la cinefilia. Quien esto escribe se encuentra entre sus seguidores, por los motivos que acabo de explicar y por otros que irán saliendo. Después de ver Los odiosos ocho, creo que el talento de Sir Quentin permanece intacto.
La película es la suma de tres cosas: la devoción de Tarantino por el cine de Sergio Leone, el regreso al espíritu de Reservoir dogs y… Diez negritos. Por ir desgranando, Los odiosos ocho sustituye los parajes desérticos característicos de los westerns del director romano por un temporal de viento y nieve, que es el factor externo que origina el encuentro de los protagonistas. Más allá del clima, la película es leoniana hasta el tuétano: una galería de personajes moralmente abyectos, una espiral de violencia y la música de Ennio Morricone no dejan lugar a dudas sobre el hecho de que estamos ante una película-homenaje, el tributo de un alumno aventajado a uno de sus maestros. Pero el amor verdadero, como la caridad bien entendida, debe empezar por uno mismo, y Tarantino vuelve a los orígenes y recrea, en clave de western, su ópera prima al repetir el núcleo argumental de Reservoir dogs: un grupo de tipos violentos encerrados en un espacio minúsculo difícilmente puede dar lugar a una comedia con canciones al lado de la chimenea (el momento en el que John Ruth corta de raíz la inspiración musical de su prisionera es toda una declaración de principios), sino un monumental derramamiento de sangre en el que, poco a poco, los protagonistas van asesinándose unos a otros porque el ser humano es tal que así. Lo que nos lleva a Diez negritos…
Quizá la mayor virtud de Quentin Tarantino es ser un magnífico guionista. Más allá de sus legendarios diálogos, admiro su capacidad para entretener, para conseguir que el público no se aburra ni un instante, incluso en sus películas de metraje más extenso. Su manera de jugar con el espacio-tiempo, su empeño en dignificar géneros poco valorados por la crítica y su habilidad para crear personajes con aura son otras virtudes que le sitúan muy por encima de la media, y que están presentes en cada fotograma de Los odiosos ocho. Hombre de costumbres, Tarantino divide la obra en cinco capítulos, siendo el central el más extenso con diferencia. Sin embargo, su talento y la devoción por sus mayores no se quedan sólo en lo narrativo: aunque he visto la película en su versión digital, y no la rodada en 70 mm. (que, además, contiene obertura, intermedio y unos pocos minutos de metraje extra), cuesta encontrar defectos en el apartado visual, ya sea en los exteriores o en la muy claustrofóbica pensión de Minnie. Una vez más, la colaboración entre Tarantino y Robert Richardson ofrece un resultado excelente, que, combinado con la escenografía de Yohei Taneda y con la banda sonora de Ennio Morricone (que aquí luce sus dos mayores características, que a la vez casan perfectamente con la película: maestría y autoplagio), producen un envoltorio de gran obra cinematográfica. No todo es coherente, no hay concesiones a los espíritus sensibles, entiendo que haya gente a la que le pueda parecer fuera de lugar algún momento gore o el cachondeo a costa de Brokeback mountain, pero no puedo más que alabar a alguien que hace las películas que le da la gana, y las hace tan bien.
El otro aspecto que todos destacan en Tarantino es la dirección de actores, y en Los odiosos ocho la vuelve a clavar. Viejos conocidos como Tim Roth o Michael Madsen (que ya incorporaron a personajes clave en Reservoir dogs, lo que constituye un nuevo elemento autorreferencial), el omnipresente Samuel L. Jackson (actor que debería tener una foto de Tarantino encima de su mesita de noche) o el duro Kurt Russell vuelven a rayar a gran altura, pero quien de verdad reina en la película es Jennifer Jason Leigh, toda una fémina asesina de las que tanto gustan al director. Walter Goggins y Demián Bichir, nombres menos conocidos, están muy convincentes, lo mismo que Bruce Dern. Actores de verdad, no estrellas, como es marca de la casa.
Un apunte final, dedicado a quienes dicen que el virtuosismo de Tarantino está al servicio de la intrascendencia: la habilidad de un director de cine no tiene por qué subordinarse a otra cosa que no sea el propio cine. No obstante, considero que Los odiosos ocho dice mucho sobre la violencia y el racismo (la historia se desarrolla al final de la Guerra de Secesión estadounidense, pero su enfoque es muy contemporáneo), lo pretenda o no su autor («sólo hay que colgar a los hijos de puta, pero a esos, hay que colgarlos»). Lo que sin duda sí pretende es que la película se vea sin pestañear, que sea una obra personal y a la vez un homenaje, y que deje huella en el público. Todo eso se logra con creces.