A TIRO LIMPIO. 1963. 85´. B/N.
Dirección: Francisco Pérez-Dolz; Guión: José María Ricarte, Miguel Cussó y Francisco Pérez-Dolz, basado en una historia de José María Ricarte; Dirección de fotografía: Francisco Marín; Montaje: Teresa Alcocer; Música: Federico Martínez Tudó; Producción: Francisco Balcázar, para Balcázar Producciones Cinematográficas (España)
Intérpretes: José Suárez (Román); Luis Peña (Martín); Carlos Otero (El Picas); Joaquín Navales (Antoine); María Asquerino (Marisa); Gustavo Re (Señor del garaje); María Julia Díaz (Hermana de Román); Pedro Gil (Comisario); Carolina Jiménez, Juan Velilla, María Francés, Victoriano Fuentes.
Sinopsis: Dos atracadores de ideología comunista llegan a España para dar un golpe. Recurren a un antiguo camarada y completan la banda con un ex-presidiario que guarda varias armas.
Última obra destacable del cine policíaco español de la posguerra, A tiro limpio es la ópera prima, y casi única, de Francisco Pérez-Dolz, cineasta nacido en Madrid y criado en la Ciudad Condal. El film sigue la estela de anteriores producciones, ya reseñadas en este blog, como Brigada criminal o Apartado de Correos 1001, y comparte varias de sus principales características: trama barcelonesa, rodaje en exteriores, asimilación, en clave local, de los esquemas del cine policial norteamericano mezclada con elementos del neorrealismo y defensa de la labor de los cuerpos de seguridad.
En ocasiones, el buen cine es políticamente repugnante. A tiro limpio puede servir como ejemplo de ello. Las andanzas de una banda de atracadores comunistas en la Barcelona de principios de los 60 están explicadas desde un punto de vista indisimuladamente afín al franquismo (imagino que la censura se aplicó a la tarea, en el caso de que los artífices de la película pretendieran ofrecer una visión más objetiva) pero, desde una óptica meramente cinematográfica, y también sociológica, estamos ante un film capaz de despertar el interés del espectador. Se dice que la historia está basada en la actividad delictiva de una banda de anarquistas (de uno de los cuales, Facerías, me han explicado cosas que en poco concuerdan con lo que se ve en la película) que operó en la Barcelona de los años 50, perpetrando atracos cuyos objetivos eran desestabilizar al régimen y, de paso, huir de la miseria. Porque miseria la había, y mucha, en la España de la época. El comunismo y el anarquismo, como todas las ideologías (pienso que la segunda de ellas, en menor proporción que casi todas las demás), han sido a veces refugio de indeseables, pero es que aquí el cabecilla de la banda lo tiene todo: sádico, inmisericorde, rojo y homosexual. Para los cánones nacional-católicos de la época, Satanás en persona. Es lógico que el franquismo pretendiera disuadir a los millones de españoles sumidos en una enorme miseria moral y económica de que se pusieran a hacer justicia social pistola en ristre, pero falta sutileza, algo propio de un régimen que asesinó, torturó y encarceló a miles de personas a causa de su ideología.
Y, miren por dónde, la película es buena. Está bien contada y fotografiada, huye de los tiempos muertos y ofrece una visión realista, política al margen, de la Barcelona de los primeros años 60, con sus lavaderos públicos, sus meublés, sus bares, sus barcas mejilloneras en el puerto, sus casas abandonadas y sus encuentros sardanísticos junto a la Catedral. A tiro limpio es cine policíaco de calidad, con tipos duros, mujeres abnegadas o fatales, robos, persecuciones, investigación y ese círculo que de forma inexorable va cerrándose sobre los protagonistas. Las pistolas tardan en hablar, pero en cuanto lo hacen, se adueñan del conjunto. Lo espartano de la producción es más virtud que lastre, hay planos muy logrados, un montaje preciso y una música que oscila entre lo dramático y el repaso a los géneros más populares en la época. La película es, fundamentalmente, de acción, pero existe coherencia entre forma y fondo, así como en las acciones y la evolución de los personajes.
Encabeza el reparto José Suárez, aquí alejado de sus papeles de galán y metido en la piel de un maleante con ética. Luis Peña incorpora a Satanás de un modo convincente, y María Asquerino, la otra cara conocida de un reparto poco llamativo, ejerce su habitual saber hacer en un papel mil veces visto. Bien Carlos Otero, y más discreto Joaquín Navales como delincuente francés bisexual. El resto del reparto, como es norma en estas producciones, oscila entre lo correcto y lo voluntarioso.
Concluyo: buena película, si uno consigue abstraerse de su cavernario mensaje político, y postrero coletazo potable de un género que dio buenas piezas al cine español en su momento y que, de forma cíclica, reaparece con filmes estimables que, al margen de su calidad, son buenos retratos de la realidad española de cada época.