Después de dudarlo mucho por un quítame allá esos precios (gracias a Eva por el chivatazo del descuento), anoche volví al Jamboree para ver la actuación de un cantante que, en mi opinión, merece estar entre los grandes estandartes del soul y el rhythm & blues contemporáneos. Earl Thomas, de cuyas dos anteriores apariciones por Barcelona fui testigo, se presentó en el sótano de la Plaza Real al frente de una formación renovada y que prometía potencia: Benjamin Zinn a la guitarra, Noah Williams en los teclados, Tim McNalley en el bajo, Julian Davis a la trompeta y coros, Erik De Whirst en el trombón y coros, y Mark Lamson a la batería. En el público, una mezcla de guiris y nativos, de melómanos y bailongos. Servidor esperaba mucho del evento, y mucho vio y escuchó.
En mis anteriores reseñas de los conciertos de Earl Thomas ya destaqué el talento, la energía y la calidad como intérprete del vocalista de Tennessee. Con nuevo disco bajo el brazo, y una banda que suena realmente bien, Thomas volvió a dejar claro que su repertorio, del que sonaron piezas de referencia como Do I know you y What about me?, le permite sumergirse en diversos estilos sin dar un solo paso en falso, y que además es dueño de la capacidad de mejorar esas canciones frente a su público. Ya dije que su anterior álbum, Crow, es muy bueno. Por lo que escuché del nuevo, Soulshine, cuyo tema-título se reservó para el bis, el estado de gracia se perpetúa. Al final, los que estaban sentados se levantaron para ovacionar a Earl Thomas y a sus músicos, de entre los que destaco a Noah Williams y Julian Davis. Antes de eso, hubo incluso tiempo para que el cantante rememorara episodios musicales de su infancia (con jocosa traducción de la historia al español-chicano por parte del batería), exhibiciones sin micro, marcha, baladas y música negra de un nivel caro de ver por estos lares. Lo repito: hay que escuchar a Earl Thomas, y hay que verle actuar. Que uno no repite con cualquiera.
Versión de los Eagles:
Él sí tiene ritmo: