COOL CATS. 2015. 82´. B/N-Color.
Dirección: Janus Koster-Rasmussen; Guión: Janus Koster-Rasmussen; Dirección de fotografía: Theis Mortensen y Lars Bonde; Montaje: Thomas Winkel Ravn; Música: Ben Webster, Dexter Gordon (Canciones). Música incidental de Frank Hasselstrom y Bjarke Falgren; Producción: Morten Thomsen Hojsgaard, para DR Histoire-Danmarks Radio (Dinamarca).
Intérpretes: Dexter Gordon, Ben Webster, Alex Riel, Birgit Nordtorp, Henrik Wolsgaard-Iversen, Susanne Knudsen, Torben Ulrich. Frank Büchmann-Moller, Klaus Albrechtsen.
Sinopsis: Crónica del periplo danés de dos grandes saxos tenores del jazz, Dexter Gordon y Ben Webster.
Quienes siguen este blog saben que a su autor le apasionan el cine y la música. Por tanto, los documentales musicales constituyen un material del que me place disfrutar en mi tiempo libre. Joyas como Cool cats, que se estrenó por estos lares en el Festival InEdit, me ratifican en mi afición por estas obras que aúnan cine, música e historia.
Janus Koster-Rasmussen nos presenta una película que, en poco menos de hora y media, retrata a la perfección una época, un estilo musical y un país, que son, respectivamente, los primeros años 60, el jazz y Dinamarca. A este pequeño país escandinavo llegaron por esa época dos jazzmen ilustres, Dexter Gordon y Ben Webster, cuya situación personal no era la mejor posible. Gordon, uno de los grandes saxos tenores del bebop, era un tipo tan genial como inestable, que se había pasado buena parte de la década anterior entrando y saliendo de la cárcel a causa de su adicción a las drogas y al acoso policial, de tintes claramente racistas, al que solían enfrentarse los músicos negros. A comienzos de los 60, Gordon grabó una serie de exitosos álbumes para Blue Note, recuperó su prestigio y se embarcó en una minigira europea que incluía actuaciones en Inglaterra, Francia y Dinamarca. En este pequeño país, Gordon encontró lo que pocas veces había tenido en su tierra natal: paz y respeto hacia su música y su persona, sin padecer discriminación alguna por el color de su piel. Decidió mudarse allí, y lo que en principio iba a ser una breve gira se convirtió en una estancia de más de una década. Algo parecido le ocurrió a Webster, quizá el mejor baladista de la historia del jazz. Veterano de la época del swing, con un estilo enraizado en el blues y una poderosa lírica, Webster estaba pasado de moda en una época en la que dominaban los hardboppers y las tendencias las marcaban Miles Davis y, entre los más vanguardistas, el free jazz de Ornette Coleman. Un poco forzado por la falta de ingresos estables y suficientes, el ya maduro saxofonista viajó a Europa en 1964, superando su miedo a los vuelos transoceánicos, y se enamoró de Dinamarca al igual que le ocurrió a Gordon. De hecho, más incluso, pues Webster vivió en Europa hasta el fin de sus días.
Janus Koster-Rasmussen tiene el acierto de recuperar valiosas imágenes, no pocas inéditas, de actuaciones y entrevistas realizadas por Gordon y Webster durante su periplo nórdico. En una de ellas, que explica la película mejor que ninguna otra, el segundo llora mientras interpreta una de esas baladas que tocaba como nadie. El director recoge testimonios de amigos y ex-amantes, decidiéndose por el enfoque cronológico y la alternancia entre las vivencias de ambos músicos como manera de narrar una historia que no oculta el lado oscuro de sus protagonistas: Gordon alternó períodos de sobriedad con severas recaídas en su drogadicción, fue detenido en Francia por posesión de narcóticos, y se le responsabilizó de la muerte por sobredosis de una joven danesa que le acompañaba (corroído por la culpabilidad, el músico intentó suicidarse poco después, y este suceso traumático le motivó para reencauzar su vida). Por su parte, Webster era alcohólico, y durante su etapa danesa, que en general fue muy positiva para él, esplendor y decadencia se sucedieron sin solución de continuidad. Genios complicados, Gordon y Webster marcaron, no siempre para bien (véanse las escenas que analizan la reacción de los testimonios al recordar el visionado de ´Round midnight, la película en la que Gordon interpreta a un músico de jazz exiliado en Europa que, en diversos aspectos, no es otro que él mismo), a quienes les conocieron de cerca, que disfrutaron de su arte y de su lado bueno como individuos (Webster solía invitar a compartir cervezas al conserje de su finca, que no sabía inglés, y Gordon pasea por el centro de Copenhague sereno y feliz), pero también padecieron su inestabilidad y las consecuencias de sus adicciones.
Lo dicho, una joya. Los amantes del jazz que no la hayan visto deberían hacerlo muy pronto. Los demás, también. Entenderían muchas cosas.