THE BREAKFAST CLUB. 1985. 94´. Color.
Dirección: John Hughes; Guión: John Hughes; Dirección de fotografía: Thomas del Ruth; Montaje: Dede Allen; Música: Keith Forsey; Diseño de producción: John W. Corso; Producción: John Hughes, Michelle Manning y Ned Tannen, para Universal Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Emilio Estévez (Andrew); Paul Gleason (Profesor Vernon); Anthony Michael Hall (Brian); Judd Nelson (John Bender); Molly Ringwald (Claire); Ally Sheedy (Allison); John Kapelos (Carl, el conserje); Ron Dean, Perry Crawford, Mary Christian, Fran Gargano, Tim Gamble, Mercedes Hall.
Sinopsis: Cinco alumnos de instituto, de perfiles muy distintos, deben cumplir un castigo y pasar la mañana del sábado encerrados en un aula.
John Hughes se convirtió en un tipo de éxito en los 80 gracias a la repercusión de las comedias juveniles que dirigió y, sobre todo, escribió y produjo. La más recordada de esas películas es la segunda en la que compaginó sus tres facetas cinematográficas, El club de los cinco, film que supo captar como pocos el espíritu de los adolescentes de una década en la que un servidor también lo era.
El riesgo de revisar películas que te marcaron en tus años mozos cuando éstos quedan lejos es evidente: puede que el visionado provoque que te invada la nostalgia, que el mito se te caiga a trozos o (lo que es todavía peor) ambas cosas. Puedo decir que El club de los cinco ha resistido el paso del tiempo con mucha mayor dignidad que la inmensa mayoría de películas que comparten con ella década y género, pues la sensación de comprender por qué te enganchó la película supera con creces la de vergüenza ajena, ese cómo coño pudo gustarme esto al que, con el paso de los años, acaba uno por habituarse.
La adolescencia es la etapa de la vida en la que uno se asoma a la realidad, que no suele ponértelo fácil. El reto es encontrar tu lugar en el mundo, lo que suele convertir a las personas en estereotipos (para facilitar el encaje, nada mejor que la pertenencia a un grupo). Con ellos juega John Hughes, que encierra en un instituto vacío a cinco alumnos tan distintos entre sí como representativos de la muchachada ochentera: el atleta, el empollón, la rara, la guapa oficial y el rebelde. Pertenecen a cursos distintos y apenas se conocen, pero todos han sido castigados por faltas diversas y deben pasarse toda la mañana del sábado metidos en un aula, vigilada por un profesor malcarado y autoritario. El docente pide a los jóvenes que dediquen el tiempo a escribir un ensayo sobre sí mismos, pero los chicos se dedican a hacer algo mucho mejor: descubrirlo a través de la interacción con sus ocasionales compañeros.
Aunque se permite algún travelling circular en el que se percibe más empeño que virtuosismo, John Hughes, como director, no pasa de aplicado. Éste es el calificativo que mejor le cuadra a la película, en lo que a la valoración de sus cualidades técnicas se refiere. Los méritos hay que buscarlos en la psicología de los personajes, que son mucho más que bombas hormonales en perpetua ebullición, y en la verosimilitud de situaciones y diálogos. La adolescencia es la etapa de la vida en la que todo se vive con una intensidad que con el tiempo se atenúa, y Hughes sabe captar muy bien la gestualidad y el lenguaje de unos jóvenes que, siendo típicamente norteamericanos, no resultan extraños a quienes vivimos aquella época en latitudes muy distintas. Sólo al final, y en clara concesión al público, la película se vuelve ñoña, defecto del que por suerte carece hasta entonces. Los viejunos del lugar sabemos, por ejemplo, que el romance entre el malote y la sex-symbol del instituto es probable que acabe en embarazo adolescente y órdenes de alejamiento, pero esa ya sería otra película.
El club de los cinco es otra de esas películas que lanzó a una nueva ramificación del llamado Brat Pack a un estrellato que, en el caso de los actores de esta película, fue efímero. En el quinteto adolescente, el nivel medio es bastante aceptable, el mejor que han ofrecido en sus respectivas carreras unos intérpretes que, no nos engañemos, resultaron ser del montón. En la película (y en general) destaco a Ally Sheedy, aunque también brilla un Judd Nelson que en esto se quedó. Los demás, cumplen bien, al igual que Paul Gleason a la hora de encarnar a la autoridad adulta y represora.
Que levante la mano quien fue adolescente en los 80 y no siente que algo resucita en su interior cuando escucha el Don´t you forget about me, de los Simple Minds. Esa es la baza ganadora de la mejor película de John Hughes: el certero retrato de una edad que le marca a uno para siempre.