DISTRITO QUINTO. 1957. 93´. B/N.
Dirección: Julio Coll; Guión: Jorge Illa, Lluís Josep Comeron, José Germán Huici y Julio Coll, basado en la obra teatral de Josep Maria Espinàs Es peligroso hacerse esperar; Dirección de fotografía: Salvador Torres Garriga; Montaje: Emilio Rodríguez; Música: Xavier Montsalvatge; Producción: Julio Coll, para Juro Films Producciones Cinematográficas (España)
Intérpretes: Alberto Closas (Juan); Arturo Fernández (Gerardo); Jesús Colomer (David); Carlos Mendy (Andrés); Linda Chacón (Tina); Montserrat Salvador (Marta); Pedro de Córdoba (Miguel); Carlos Otero, José María Caffarel, Carmen Martín, Antonia Barrera, Santiago Sans, Josefina Güell.
Sinopsis: Después de cometer un atraco, una banda de ladrones se reúne en el piso que funciona como su centro de operaciones. Falta Juan, que se llevó consigo el botín, y su tardanza hace que entre los demás cundan la impaciencia y el desasosiego.
El primer largometraje producido por Julio Coll es, a la vez, su obra más recordada. Se trata de Distrito quinto, adaptación libre de una obra teatral de Josep Maria Espinàs y film emblemático del policíaco barcelonés.
Como todo conocedor de la Ciudad Condal sabe, el Distrito Quinto era la denominación oficial del Barrio Chino, zona asociada desde que el mundo es mundo a pobreza, delincuencia y prostitución. Sin embargo, la película está lejos de ser un retrato paisajístico de esa parte de la ciudad, pues la acción transcurre íntegramente en un ático de la por entonces llamada Calle Nueva. Sí que es, en cambio, un retrato humano, el de un puñado de rateros que acaban de dar el golpe que, en teoría, cambiará su suerte y les llevará a cumplir sus sueños. Mientras esperan a Juan, el cabecilla y portador del botín, todos recuerdan cómo le conocieron y de qué manera fue planificándose el atraco, al tiempo que les consume la impaciencia por la demora del hombre que tiene en sus manos el futuro de toda la banda. A todos les mueve la ambición, por motivos distintos: unos quieren darse a la gran vida; otros, poseer el colchón económico que les permita dedicarse a sus vocaciones artísticas; a uno de ellos es el amor el que le hace plantearse el salto a la delincuencia. En definitiva, lo que todos buscan es salir del fango, escapar de la miseria que les rodea.
La película no esconde su origen teatral, pero está rodada con brío y sentido del ritmo. El director hace buen uso de los escasos medios técnicos de que dispone, y la estructura a base de flashbacks es acertada e inteligible. Dado el enfoque narrativo, el montaje es de capital importancia para el resultado final de la obra, y hay que decir que, en ese aspecto, el trabajo realizado es meritorio. Algunos diálogos pueden sonar acartonados, o demasiado deudores de los clichés del cine negro norteamericano, y a veces chirría la dosis de moralina añadida para obtener el visto bueno de la censura, pero la película es poderosa, sus personajes creíbles y bien definidos, y sí posee una virtud propia de su modelo anglosajón: una ejemplar capacidad de síntesis.
Al frente del reparto, un enérgico Alberto Closas marca el paso de la película. Su personaje, enigmático, contradictorio y de aguda inteligencia, es muy agradecido para un actor, y Closas sabe sacarle buen partido. Le acompañan un joven Arturo Fernández, que demuestra que sabe brillar desde la visceralidad y que, pese a algún amago de sobreactuación, lo mejor de su carrera pertenece a la época pre-chatina. Bien Montserrat Salvador en el papel de femme fatale, y más discreto el resto, aunque es de destacar el solo que se marca el bailarín Pedro de Córdoba.
Distrito Quinto puede ser vista hoy como un remoto precedente de Reservoir dogs, pero lo que es indiscutible es su condición de clásico del cine negro español.