JCVD. 2008. 94´. Color.
Dirección: Mabrouk El Mechri; Guión: Christophe Turpin, Frédéric Benudis y Mabrouk El Mechri, basado en una idea de Frédéric Taddei y Vincent Ravalec; Director de fotografía: Pierre-Yves Bastard; Montaje: Kako Kelber; Música: Gast Waltzing; Dirección artística: André Fonsny; Producción: Jani Thiltges, Patrick Quinet y Arlette Zylberberg, para Gaumont- Samsa Film-Artemis Productions-RTBF (Bélgica-Francia).
Intérpretes: Jean-Claude Van Damme (JCVD); François Damiens (Bruges); Olivier Bisback (Eric); Zinedine Soualem (Atracador psicópata); Jenny De Chez (Taxista); Hervé Sogne (Teniente Smith); Jesse Joe Walsh (Agente de Van Damme); Liliane Becker (Madre de Van Damme); Rock Chen, John Flanders, Mourade Zeguendi, Vincent Lecuyer, Norbert Rutili, Alan Rosset, Saskia Flanders.
Sinopsis: De vuelta a su país después de un juicio por la custodia de su hija, el actor Jean-Claude Van Damme se ve envuelto en el atraco a una oficina de correos. Por un error, la policía cree que él es el responsable del delito.
Tenemos que hablar de Jean-Claude. El musculoso actor belga, célebre por ser la estrella de infinidad de películas violentas, algunas de las cuales son mejores de lo que dicen ciertas críticas que uno lee por ahí, se redimió gracias a JCVD, film que mezcla realidad y ficción. Para ello, Van Damme halló la complicidad del joven director Mabrouk El Mechri, que también salió beneficiado del éxito crítico de una obra que hizo que mucha gente empezara a mirar de otra manera a la estrella belga del cine de acción y artes marciales.
JCVD, además de jugar siempre en la frontera del falso documental, mezcla diversos géneros, aunque en lo esencial es un thriller que sigue la estela de Tarde de perros. Por otra parte, el film también podría haberse titulado ¡Jo, qué día!, porque su protagonista está marcado por la ley de Murphy y, desde el primer fotograma, entra en una espiral de desgracias que no parece tener fin. La película, que derrocha ingenio, comienza recreando con indisimulado sarcasmo una típica escena Van Damme, en la que el actor se enfrenta a golpes y tiros con una banda de maleantes en lo que parece ser una fábrica abandonada. Sin embargo, nada está en su sitio: los escasos medios técnicos fallan; el actor, que ya bordea la cincuentena, se ve obligado a repetir larguísimas tomas (los extensos planos-secuencia son la marca estilística de JCVD) que requieren un gran esfuerzo físico, y apenas consigue entenderse con un desganado director oriental. Para colmo, Jean-Claude comparece en el juicio por la custodia de su hija, y allí debe oír que incluso ella se avergüenza de las películas que hace, cuyos contenidos violentos son aprovechados por el abogado de su ex-esposa para desacreditarle ante el tribunal. Cansado, Van Damme vuelve a su país, pero el encuentro con una impertinente taxista será sólo el preámbulo de sus desdichas.
Mabrouk El Mechri imprime estilo a una película que nunca falla. El director mezcla con estilo, tono oscuro y cámara nerviosa el ingrediente autobiográfico con el thriller urbano, añadiendo toques de comedia, apuntes sociales y momentos de indiscutible intensidad dramática. Lo que podría haber sido un batiburrillo de autopropaganda se convierte en una conmovedora confesión sobre lo fantástico que es ser Jean-Claude Van Damme… salvo que lo seas. En la vida real, las hostias duelen, los culatazos te derriban y los tiros te matan; los malos son de verdad, los buenos a veces no se enteran de lo que pasa y los superhéroes de ficción pueden no ser más que hombres maduros y confundidos. Van Damme parece decirnos: detrás de la estrella de cine que reparte hostias a discreción hay una persona. Quizá no os interese, o no os guste, conocerla, pero allá voy de todas formas.
JCVD nos permite, también, reflexionar sobre la interpretación cinematográfica. Que, en su filmografía anterior, Van Damme nunca necesitó actuar mucho es un hecho, lo que no significa que no sepa hacerlo. ¿Actúa Jean-Claude en esta película, o se limita a ser él mismo? Visto y oído su acojonante monólogo frente a la cámara, la respuesta favorece al actor en cualquiera de los dos casos: si está interpretando, entonces resulta obvio que posee fuerza y expresividad; si no, lo honesto de su confesión merece ser alabado. Los secundarios, casi todos ellos desconocidos, no desentonan en absoluto, destacando las intervenciones de François Demiens, en el papel de un policía que sabe ver más allá de sus narices, Olivier Bisback y una divertida Jenny De Chez.
Ahorrémonos la condescendencia: JCVD no es una buena película para ser de Van Damme: es una buena película a secas. Está bien rodada, engancha al espectador (la acción no deja mucho respiro, y la escena más reflexiva resulta ser la más poderosa) y consigue dar una acertada visión de cómo nuestra sociedad construye y destroza a sus ídolos, a la vez que proyecta en ellos sus deseos y frustraciones. Finalizo esta reseña en el idioma de la película: chapeau, monsieur Van Varenberg.