KILLER JOE. 2011. 98´. Color.
Dirección: William Friedkin; Guión: Tracy Letts, basado en su obra de teatro; Director de fotografía: Caleb Deschanel; Montaje: Darrin Navarro; Música: Tyler Bates; Diseño de producción: Franco-Giacomo Carbone; Vestuario: Odile Dicks-Mireaux; Producción: Scott Einbinder y Nicolas Chartier, para Voltage Pictures-Picture Perfect Corporation (EE.UU.).
Intérpretes: Matthew McConaughey (Killer Joe Cooper); Emile Hirsch (Chris); Juno Temple (Dottie); Gina Gershon (Sharla); Thomas Haden Church (Ansel); Marc Macaulay, Carol Sutton, Graylen Banks, Danny Epper, Jeff Galpin.
Sinopsis: Chris, un joven camello en apuros, planea asesinar a su madre y cobrar su seguro de vida con el fin de saldar las deudas que tiene con un clan mafioso. Para cometer el crimen, Chris decide contratar a Joe Cooper, un policía de Dallas que también es asesino a sueldo.
La todavía última película de William Friedkin supuso la recuperación de un cineasta que fue verdaderamente grande en la década de los 70 y que después, como le ocurrió a tantos otros directores de su generación, se vio inmerso en una decadencia creativa y comercial de la que ha resurgido muy a cuentagotas. Killer Joe, adaptación de una obra teatral de Tracy Letts, es la mejor película de Friedkin en los últimos treinta años.
A partir de un texto rebosante de cinismo, casi un escupitajo en el reluciente rostro del sueño americano, el director saca su mucho oficio para conseguir unas imágenes impactantes y de calidad, en las que la violencia es mostrada sin tapujos y la captación de las miradas y rostros de los protagonistas dice tanto como sus palabras. A diferencia de lo que ocurre en los films de Tarantino o sus más o menos certeros imitadores, en Killer Joe no se utiliza el humor para atemperar el efecto de la sangre: lo peor del ser humano se nos presenta sin máscara, pudiendo llegar a ser cómico si se posee mucho olfato para captar el humor negro, pero no de forma directa. Y, sin embargo, varias de las mejores cosas de la película (empezando por su final) son, precisamente, las que no se ven. Rex, quizá el personaje con mayor influencia en todo lo que ocurre, apenas aparece en pantalla, y lo mismo ocurre con Adele, la mujer cuyo asesinato supone el punto de partida y eje central de la historia. Lo que sí vemos es a una familia a la que llamar desestructurada es quedarse muy corto, y a uno de los mejores psicópatas del cine contemporáneo. Joe Cooper simboliza de manera perfecta la atracción del mal: es frío, calculador, despiadado y perverso, pero a la vez está dotado de un magnético encanto que, unido a su crueldad, le concede todos los triunfos para manipular a su antojo a ese puñado de perdedores sin cerebro ni ética que un mal día decidieron contratarle.
Queda claro que ni la vejez ni el ostracismo han hecho perder a William Friedkin su energía y su capacidad para crear imágenes poderosas: su fuerza visual, unida a la labor del talentoso Caleb Deschanel, se traduce en una estética que demuestra plano a plano que quien tuvo, retuvo y que, con una buena historia, Friedkin todavía puede dar alegrías a los cinéfilos. El tono negrísimo marca la narración, que no es para todo el mundo pero ofrece al espectador pocas oportunidades para desengancharse de ella. Puede que el texto desprenda un excesivo regocijo en cuanto a nadar en el fango y que la sordidez deje poco espacio para todo lo demás, pero considero que el mayor defecto de la película es no hacer alusión al maravilloso tema que compuso Benny Golson y del que toma el título. Dicho esto, la muy texana música del film es más que correcta.
Si bien todas las interpretaciones de los protagonistas me parecen loables, hay dos que sobresalen: la primera es la de Matthew McConaughey, un actor que, desde que eligió dedicarse a interpretar y no a facturar bodrios que le convirtieran en estrella, ha acreditado un talento que ha rebasado las expectativas. Su interpretación es, en muchos aspectos, similar a la que hizo Christian Bale en American psycho, y así es como debe ser, porque Joe Cooper es una versión texana del psicópata surgido de la pluma de Brett Easton Ellis. La otra estrella de la película es Juno Temple, joven actriz a la que apenas conocía y que, por su saber hacer y su capacidad de riesgo, hace que la película escale algún que otro peldaño. Thomas Haden Church, en el papel de un perdedor absoluto, Emile Hirsch, que interpreta a un joven con mucha más iniciativa de la que su escasa inteligencia haría aconsejable, y Gina Gershon, que da vida a una femme fatale tan cutre como el resto de miembros de su familia y protagoniza una escena que sin duda hizo aumentar las ventas de Kentucky Fried Chicken, brindan trabajos de un nivel poco visto en sus respectivas carreras.
Película sucia en el mejor de los sentidos del término, Killer Joe me parece un film de culto automático, una obra del todo reivindicable de un director que, desde que en 1985 estrenara Vivir y morir en Los Ángeles (otra película claramente a recuperar), no había dado en el clavo con tanta precisión.