La sala Barts se llenó anoche para ver en directo a la nueva sensación del jazz, Kamasi Washington, que brindó a la concurrencia un interesante anticipo fuera de fechas del próximo Festival de Jazz de Barcelona. Washington, que en poco tiempo ha pasado de ser un artista semidescono0cido al estrellato, gracias a sus colaboraciones con celebridades como Kendrick Lamar y, sobre todo, a su monumental álbum The epic, ofrece una música que va más allá de lo estrictamente jazzístico y toca todos los palos de la música negra.
Dos horas largas de concierto, sin bises, y sensaciones encontradas para quien esto escribe. Washington es un tremendo saxofonista, que suena como sonarían Sonny Rollins y Maceo Parker si fueran la misma persona, se hace acompañar de una banda potentísima y crea buenas canciones, pero no me llegó a entusiasmar. Primero, porque a su directo le faltan los matices que sí aparecen en su disco: la actuación fue una pura exhibición de músculo, a un volumen innecesariamente alto, que buscaba conquistar al público por K.O. y, en mi caso, lo consiguió sólo a medias. Si canciones como la que el líder dedica a su abuela –Henrietta our hero– supieron ir más allá de la pura demostración de poderío, otros pasajes me resultaron prescindibles. Por ejemplo: si tienes a dos baterías tocando a todo trapo durante todo el concierto, ¿es necesario que ambos músicos compartan un largo solo? Incluso el contrabajo sonaba fortísimo, y la voz de Patrice Quinn, que estaba como en trance dentro de su cabina, quedaba a veces ahogada entre tamaño despliegue decibélico. Ojo, lo que se oía era música de mucha calidad, pero a ratos me pareció estar en un concierto de Sun Ra con el equipo de sonido de Slayer. El público, entre los que había al menos tantos modernos como seguidores del jazz, aplaudió mucho, y algunas de las larguísimas canciones que se interpretaron fueron dignas de ovación, pero uno cree que Kamasi Washington debería utilizar su gran destreza como saxofonista y su habilidad como compositor para ofrecer directos menos fieros. A veces, demasiado puede no ser suficiente.
Sin atronar todo el rato, la cosa mola mucho: