DAYS OF HEAVEN. 1978. 93´. Color.
Dirección : Terrence Malick; Guión: Terrence Malick; Dirección de fotografía: Néstor Almendros; Montaje: Billy Weber; Dirección artística: Jack Fisk; Música: Ennio Morricone; Vestuario: Patricia Norris; Producción: Bert Schneider y Harold Schneider, para Paramount Pictures (EE.UU.).
Intérpretes: Richard Gere (Bill); Brooke Adams (Abby); Sam Shepard (El granjero); Linda Manz (Linda); Robert Wilke (Capataz de la granja); Jackie Shultis (Amiga de Linda); Stuart Margolin, Timothy Scott, Gene Bell, Doug Kershaw, Richard Libertini, John Wilkinson.
Sinopsis: Bill y Abby, que son pareja, y Linda, la hermana de él, huyen de Chicago para trabajar como jornaleros en una granja de Texas. Bill y Abby, que no están casados, aparentan ser hermanos, pero todo se complica cuando el granjero se enamora de ella.
El segundo largometraje de Terrence Malick fue Días del cielo, drama rural ambientado hace un siglo y cuyo marco son los campos de trigo de Texas. La película gustó a la crítica, que premió a Malick con el galardón al mejor director en el Festival de Cannes, pero obtuvo unos discretos resultados en taquilla. No creo, como he leído por ahí, que ésta sea la mejor película de Terrence Malick, pero sí que se trata de un film de gran calidad, que quizá pasó más desapercibido en su época de lo que debería porque, en aquellos años, el nivel del cine norteamericano era muy alto.
La historia, que viene precedida por unos títulos de crédito ilustrados con fotografías de obreros, campesinos y demás gente humilde de Norteamérica, arranca con las imágenes de una factoría que Bill, el protagonista, abandona tras pelearse con su patrón, al que deja malherido. Junto a su pareja, Abby, y su hermana adolescente, Linda, Bill emprende rumbo hasta Texas, donde los dos adultos consiguen empleo como jornaleros en la siega. Lo que allí les espera es un trabajo muy duro, un sueldo escaso, y las habladurías de quienes sospechan que Bill y Abby no son, como afirman, hermanos. La suerte de estos trabajadores sin estrella cambia cuando el dueño de la granja, un joven aquejado de una grave enfermedad, se enamora de Abby. No obstante, la verdadera relación entre ella y Bill acabará por salir a la luz.
Ya en su segunda película, Terrence Malick era un director con un estilo propio muy marcado. Las influencias pictóricas, que van de Millet a Hopper, pasando por Van Gogh, y el talento visual de Malick crean un universo estético de impactante belleza, faceta en la que este director es uno de los grandes. Con la fotografía de Néstor Almendros, que se llevó un merecido Oscar por su impresionante utilización de la luz natural (en la estela de lo que Kubrick había hecho en Barry Lyndon), y la sensible partitura de Ennio Morricone como puntos de apoyo, Malick crea una verdadera obra de arte, que en lo narrativo es quizás el film más accesible de toda su carrera. Apoyado, como en él es costumbre, mucho más en la voz en off (en esta ocasión, la de la adolescente Linda) y en lo que transmiten las imágenes que en los diálogos, Malick se centra en el triángulo amoroso que forman Bill, Abby y el granjero. Lo paradójico es que es Bill, hombre de carácter pendenciero y muy enamorado de Abby, quien empuja a la mujer a aceptar los favores del terrateniente, al saber que éste padece una grave enfermedad y creer que su amada enviudará pronto y su suerte habrá cambiado para siempre. Pero la miseria exige paciencia, que es una virtud de la que Bill carece, máxime cuando ve que Abby es feliz junto al granjero. Es magnífica la escena en la que ambos hombres salen de caza y Bill reprime en el último momento sus deseos de matar a su teórico cuñado, pero el momento cumbre, que marca a su vez el desenlace de la tragedia, coincide con la llegada de una plaga de langosta a las tierras del granjero. En lugar de hacer un tratado acerca de cómo el status social, las relaciones de poder entre individuos y los instintos sexuales marcan nuestros actos, el director deja que sean sus bellas imágenes y la voz de alguien que está fuera del triángulo quienes expliquen esto al espectador. Y hace muy bien.
Si algo falla en Días del cielo, si algo le priva de recibir la calificación de obra maestra que por otros aspectos merece, es su reparto. Del trío protagonista, sólo salvo a Sam Shepard, pues un joven Richard Gere demuestra ser un actor más esforzado que talentoso, y a Brooke Adams su papel le viene algo grande. Como los secundarios, a excepción de la joven Linda Manz, que no pasa de correcta, y de un buen Robert Wilke, carecen de peso, la labor de los actores es lo más flojo de la película.
Gran film, no obstante, en el que Terrence Malick ratifica un talento que no volvió a aparecer hasta dos décadas después, el tiempo que este intermitente director tardó en estrenar su siguiente, y también soberbia, película.