DUERME, DUERME, MI AMOR. 1975. 93´. Color.
Dirección: Francisco Regueiro; Guión: Manuel Ruiz Castillo, Esmeralda Adam y Francisco Regueiro; Dirección de fotografía: Raúl Pérez Cubero; Montaje: Pablo G. Del Amo; Música: Felipe Campuzano (Interpretada por Las Grecas); Decorados: Luis Argüello; Producción: Serafín García Trueba, para Goya Film (España).
Intérpretes: José Luis López Vázquez (Mario Martínez); María José Alfonso (Amparo); Rafaela Aparicio (Portera); Laly Soldevila (Maite); Lina Canalejas (Encarnación); Manuel Alexandre (Paco Hernández Gil); Isabel Pallarés (Suegra); Beatriz Savón, Manuel Guitián, Antonio Orengo, Rafael Conesa, Elmer Modling.
Sinopsis: Una mudanza desencadena la tormenta en el matrimonio de Mario, un apocado oficinista. Harto de soportar las humillaciones a las que le somete su esposa, decide administrarle una dosis cada vez mayor de somníferos para mantenerla dormida.
El irregular e interesante director Francisco Regueiro ya poseía una consolidada trayectoria cuando estrenó Duerme, duerme, mi amor, una comedia negra llena de toques surrealistas que fue completamente ignorada en su momento y que, como sucede tantas otras veces, fue objeto de una tardía reivindicación que sirvió para darla a conocer entre las nuevas generaciones de cinéfilos.
La película, uno de cuyos guionistas es Manuel Ruiz Castillo, coautor del argumento de El extraño viaje, supone un intento de darle una vuelta de tuerca a la comedia de enredo a la española que hacía furor en su época, y apostar por un enfoque decididamente surrealista, en el que destaca esa capacidad tan celtibérica de hacer a sus personajes más reconocibles cuanto más exagerado es su retrato. Con un pie en la comedia más popular, y otro en la vía más ácida, aderezada con esperpento y misoginia, de Berlanga o Fernán Gómez, en Duerme, duerme, mi amor, tenemos los elementos clásicos (marido anulado por esposa histérica y dominante, portera cotilla, suegra molesta y tentadoras vecinas), pero cargados de vitriolo (la esposa lanza el váter por la ventana porque, recién iniciada la mudanza, es lo único que había para tirar; la portera es, además de fisgona, alcohólica y aficionada a espantar a las cigüeñas a escopetazos; la suegra acaba largándose con un guiri ligón; una de las vecinas, cuyo prometido está a punto de salir de la cárcel, está salida a más no poder y la otra, muy piadosa ella, sufre taquicardias cada vez que la entrepierna se le despierta). Lo irónico del caso es que a Mario, un anónimo oficinista, acaba de tocarle la lotería, pero ni así consigue enderezar su existencia en su nuevo barrio. Al final, decide que lo mejor es atiborrar a su esposa de somníferos, para que se esté quietecita y deje de hacer el vándalo con el ajuar doméstico, y lanzarse a la conquista de Encarnación, la vecina piadosa. Como es lógico, nada saldrá como Mario había previsto.
El leitmotiv musical de la película es Te estoy amando locamente, uno de los bombazos de la España tardofranquista que, aún hoy, es pieza de escucha obligada en los festejos patrios de mayor despliegue etílico. La elección de este tema no puede ser más acertada, pues describe la película a la perfección. Con gracia, y mala leche a espuertas, Regueiro se mofa de las mujeres, de los hombres, de sus casi siempre ridículos rituales de apareamiento, y de los casi siempre nefastos resultados de éstos. Con una puesta en escena que aporta una sobriedad a la que el guión renuncia sin complejos, la película avanza (un tanto a saltos, todo hay que decirlo) hacia un final que no sigue el tono imprevisible de lo anterior, pero sí resulta de lo más coherente.
Buena parte del mérito de Duerme, duerme, mi amor reside en un gran reparto, que está en estado gracia. Otras veces he hablado de la enorme calidad de José Luis López Vázquez, que aquí borda su típico personaje de españolito medio superado por las circunstancias e incapaz de ser algo más que un mindundi, por mucha lotería que le toque. A su lado, un magnífico plantel de actrices de entre las que es difícil destacar a alguna por encima de las demás. María José Alfonso, que se pasa media película dormida, está excelente en la otra media; Rafaela Aparicio aparece graciosísima en una versión desquiciada de su personaje de toda la vida; Lina Canalejas, con un personaje mitad objeto de deseo y mitad beata con furores, es otro de los puntos fuertes de la película, y la gran Laly Soldevila, con traje de novia y la libido por las nubes, está tan impagable como siempre. Breve pero interesante intervención de otro grande, Manuel Alexandre, y a destacar también el trabajo de la veterana Isabel Pallarés en una de sus últimas apariciones en la gran pantalla.
Delirante, estrambótica y divertida, Duerme, duerme, mi amor es una de esas películas que hacen reír y consiguen ir más allá. Un film claramente a rescatar.