EL CEBO/ES GESCHAH AM HELLICHTEN TAG. 1958. 88´. B/N.
Dirección: Ladislao Vajda; Guión: Friedrich Dürrenmatt, Ladislao Vajda y Hans Jacoby, basado en la novela de Friedrich Dürrenmatt Das Versprechen. Diálogos en español de Miguel Pérez Ferrero y José Santugini; Dirección de fotografía: Heinrich Gartner; Montaje: Hermann Haller y Julio Peña; Música: Bruno Canfora; Diseño de producción: Max Röthlisberger; Producción: Lazar Wechsler, para Chamartín Producciones- Praesens Film (España- Suiza)
Intérpretes: Heinz Rühmann (Comisario Matthai); María Rosa Salgado (Sra. Heller); Sigfrit Steiner (Detective Feller); Gert Fröbe (Schott); Michel Simon (Jacquier); Siegfried Lowitz (Teniente Henzi); Anita Von Ow (Annemarie Heller); Margrit Winter (Sra. Moser); Berta Drews (Sra. Schott); Heinrich Gretler, Ewald Balser, Hans Gaugler.
Sinopsis: Un vendedor ambulante encuentra el cadáver de una niña en mitad del bosque. El comisario Matthai, encargado de comunicar la noticia a los padres de la pequeña, les promete que encontrará al asesino. No convencido de la culpabilidad del vendedor, al que todos acusan, Matthai investiga el crimen por su cuenta.
El director Ladislao Vajda cerró la parte más brillante de su filmografía con El cebo, coproducción hispano-suiza en la que participaron un sinfín de actores y técnicos alemanes y que adapta una novela de un autor helvético, Friedrich Dürrenmatt. Se trata de uno de los grandes films policíacos del cine europeo de posguerra, que bebe de obras mayores como M, El vampìro de Düsseldorf, de Fritz Lang, y que a su vez supuso una gran influencia para muchísimas películas posteriores sobre asesinos en serie.
«Hay personas así de malas», replica el estoico comisario Matthai cuando el Sr. Moser, padre de la niña cuyo asesinato va a investigar, le dice que ni el mismo Satanás sería capaz de cometer una crueldad semejante. El cebo es una película moderna en el mejor de los sentidos, en la que la sobriedad de los diálogos y de la puesta en escena no es obstáculo para que su visionado resulte conmovedor. Todo se centra en la investigación policial del mencionado crimen, a cargo de un verdadero profesional que se siente del todo vinculado a la promesa (por algo el título de la novela adaptada es precisamente éste) hecha a unos padres destrozados por una pérdida tan atroz como incomprensible. A nivel oficial, el caso concluye con el suicidio del hombre acusado no sólo de este, sino de otros dos asesinatos de niñas cometidos en cantones cercanos en el último lustro. Matthai, que conoce al sospechoso, no le cree un asesino y decide investigar por su cuenta, aunque sólo puede apoyarse en su propia intuición y en un dibujo hecho por la víctima, que parece contener información relevante sobre el verdadero criminal. Cuando Matthai conoce a una niña casi idéntica a la asesinada, decide tenderle una trampa a su desconocido sospechoso, usando a la niña como cebo.
Resulta complicado retratar el desenmascaramiento de un asesino en serie de manera más inspirada, concisa y opuesta al efectismo barato que la empleada por Vajda. El espectador ve el cadáver de la niña a través de los ojos aterrorizados del hombre que lo descubre, y sigue a partir de ahí, punto por punto, la labor de investigación, hasta que se nos descubre al culpable de una manera que sólo puede calificarse de magistral. Lo primero que conocemos de él es su figura en un dibujo infantil; más tarde, oímos su voz y le vemos convertido en el saco de arena de su castradora esposa; más tarde, descubrimos su rostro a través del espejo retrovisor de su automóvil, y sólo le vemos como encarnación real (que recuerda al monstruo de Frankenstein) de la figura del dibujo cuando se repite la escena de éste y el asesino se encuentra en el bosque con su siguiente víctima, que no es otra que la niña empleada por Matthai para detenerle. Todo cuadra: en la narración, en la composición de los planos (abundan los contrapicados para hacernos entender por qué los niños describen al sospechoso como un gigante, o simplemente para adoptar el punto de vista de éstos), en el modélico montaje y en la conclusión. A muchos espectadores, sobre todo de estas o parecidas latitudes, las reacciones de los personajes pueden parecerle frías, pero no hay que olvidar que la acción se desarrolla en Suiza, un lugar en el que lo razonable es lo usual.
Gran parte del reparto es de nacionalidad alemana, lo que a priori no me provoca demasiado entusiasmo, pero la labor de los actores es más que correcta. El experimentado Heinz Rühmann, intérprete que no me produce ni frío ni calor, convence como policía de maneras corteses y obsesiva profesionalidad. La española María Rosa Salgado, que tampoco me parece una actriz de primera fila, sabe estar, y quienes mejor partido sacan de sus personajes son Michel Simon, cuyos inicios se sitúan en el cine mudo, y Gert Fröbe, actor de notable carrera internacional que, con muy poco, es capaz de mostrar el lado más monstruoso del ser humano.
El cebo es una magnífica película, de esas que uno no se cansa de ver pese a lo escabroso de su temática. Lo mejor de la obra de Ladislao Vajda, y una verdadera joya del cine europeo.