DIE HARD. 1988. 131´. Color.
Dirección: John McTiernan; Guión: Jeb Stuart y Steven E. De Souza, basado en la novela de Roderick Thorp; Director de fotografía: Jan de Bont; Montaje: John F. Link y Frank J. Urioste; Música: Michael Kamen; Dirección artística: John R. Jensen; Diseño de producción: Jackson de Govia; Producción: Lawrence Gordon y Joel Silver, para 20th Century Fox (EE.UU).
Intérpretes: Bruce Willis (John McClane); Alan Rickman (Hans Gruber); Alexander Godunov (Karl); Bonnie Bedelia (Holly Gennaro McClane); Reginald Veljohnson (Sargento Powell); Paul Gleason (Oficial Dwayme Robinson); William Atherton (Richard Thornburg); Hart Bochner (Harry Ellis); James Shigeta (Sr. Takagi); Clarence Gilyard, Jr. (Theo); De´Voreaux White (Argyle); Bruno Doyon (Franco); Dennis Hayden (Eddie); Robert Davi (Agente Especial Big Johnson); Hans Buhringer, Andreas Wisniewski, Grand L. Bush, Joey Plewa.
Sinopsis: John McClane, un policía de Nueva York, llega a Los Ángeles para reencontrarse con su familia en Nochebuena. Invitado a una fiesta navideña en el rascacielos en el que ella trabaja, McClane es testigo de la toma del edificio por un grupo de terroristas.
Una de las puntas de lanza del boom del cine de acción durante los años 80 es sin duda Jungla de cristal, película en la que, por encima de todos, destaca el sello del productor Joel Silver, uno de los más exitosos de la época. Su fórmula, que actualizó, a fuerza de espectáculo y explosiones, el cliché del tradicional héroe americano que se enfrenta en solitario a un sinfín de adversidades y consigue salir airoso de ellas, reventó taquillas y tuvo su mejor exponente en esta película, dirigida por un aplicado artesano como John McTiernan, que ya en su anterior film, Depredador, había dejado claro que se movía de maravilla en el cine de acción musculosa.
En muchos sentidos, Jungla de cristal es la americanada perfecta. Con un argumento que toma muchos elementos de un clásico como El coloso en llamas, con guarnición de productos setenteros como Pánico en el estadio o la saga de Harry el Sucio y toques propios de los films de acción de la Cannon, sencillo como un puzzle de ocho piezas pero eficaz al máximo, la película narra la epopeya del héroe americano de turno, John McClane, un policía de Nueva York que, por aquellas cosas del reencuentro navideño familiar, se ve atrapado en el asalto, por parte de unos terroristas, del rascacielos angelino en el que trabaja su ya casi exmujer. El protagonista lucha en solitario contra un grupo de profesionales del delito muy bien organizados, y consigue dificultar su plan para hacerse con la verdadera millonada que esconden las cajas fuertes del edificio. McClane es el héroe de acción ochentero por antonomasia, con camiseta mugrienta, discurso breve, adornado por una cantidad de tacos digna de un camionero, humor socarrón y hechos contundentes. En aquellos tiempos, en los que los mitos del cine fumaban tabaco rubio y hacían alarde de testosterona, la lucha de un hombre solitario (cuando McClane consigue llamar la atención del exterior acerca de lo que está ocurriendo en el rascacielos, encuentra más trabas que ayuda) contra un problema que le supera con creces, y que amenaza con matarle casi a cada paso, resultaba tan atractiva como en cualquier otra época. Si a esto le sumamos unas dotes considerables para el espectáculo aparatoso, unos carismáticos malvados (que son en su mayoría alemanes, como en las guerras mundiales) y un marco de lo más apropiado para el cine de acción, tenemos un bombazo.
McTiernan sabe lo que se hace: al principio, dosifica la acción y presenta a los personajes, que tampoco son muy complejos que digamos, de un modo satisfactorio. Una vez iniciada la caza, sumerge con estilo al espectador en una espiral de espectáculo a raudales, en la que sobresalen la excelente fotografía de Jan de Bont, el trabajo de edición y la contundente música de Michael Kamen. Lo peor de una película de gran presupuesto es que no lo parezca: en Jungla de cristal, el (mucho) dinero está en la película, y por suerte no todo se gastó en hacer explotar helicópteros, lacra habitual del género. El espectador de inteligencia normal sabe que lo que le están contando no hay quien se lo crea… pero se lo cree. O lo disfruta igual, que es de lo que se trata, porque estamos ante un espectáculo de masas que no pretende ser otra cosa que puro cine de evasión.
Jungla de cristal lanzó al estrellato a su protagonista, Bruce Willis, hasta entonces conocido por su trabajo en la comedia televisiva Luz de luna y que en la gran pantalla sólo había destacado en Cita a ciegas. Willis ha hecho otras cosas interesantes, pero sin duda John McClane es el personaje de su carrera, y así sería incluso si esta película no hubiese dado lugar a una lucrativa saga. Es un rol hecho a su medida, y Willis lo clava. Es obvio que hay que destacar al jefe de los villanos, el gran Alan Rickman, un actor de primer nivel. Sin su presencia, la película sería menos buena, porque el resto de terroristas apenas posee perfil propio. Reginald Veljohnson cumple en el papel del único aliado exterior del héroe, y Bonnie Bedelia impone carácter a un personaje que no puede ser más tópico. Secundarios típicos de la época, como Paul Gleason o Robert Davi, aportan su toque de calidad a una película que supone la cima del cine de acción ochentero, junto a Terminator y Robocop. Más de dos horas de puro espectáculo, que consigue hermanar sus rutinarios ingredientes de un modo muy superior a la media. Sin duda, la cima de la carrera de John McTiernan, y también de la de su máximo artífice, Joel Silver, que en parte compensa el daño que le hizo al cine con varias de sus otras producciones.