Ahora que parece confirmarse que el asesino de la furgoneta de Barcelona bebió de su propia medicina en Cambrils, he de decir que admiro profundamente a quienes manifiestan no sentir miedo ante la tristemente materializada amenaza del terrorismo yihadista en la Ciudad Condal. Mejor dicho, les admiraría si les creyera. Temer a unos asesinos que matan de manera indiscriminada, cuando uno vive en el lugar de mayor implantación del terrorismo islamista en toda la Península Ibérica (lo cual, por cierto, es para hacérselo mirar) no es cobardía, sino puro sentido común. Una cosa es decir que, de todas formas, hay que seguir viviendo, y hacerlo; faltar a la verdad es algo bien distinto.