IF… 1968. 111´. B/N-Color.
Dirección: Lindsay Anderson; Guión: David Sherwin, basado en el guión The crusaders, de John Howlett y David Sherwin; Director de fotografía: Miroslav Ondricek; Montaje: David Gladwell; Música: Marc Wilkinson; Dirección artística: Brian Eatwell; Diseño de producción: Jocelyn Herbert; Producción: Michael Medwin y Lindsay Anderson, para Memorial Enterprises-Paramount Pictures (Reino Unido).
Intérpretes: Malcolm McDowell (Mick Travis); Richard Warwick (Wallace); David Wood (Johnny); Christine Noonan (La chica); Rupert Webster (Bobby Phillips); Robert Swann (Rowntree); Hugh Thomas (Denson); Peter Jeffrey (Rector); Arthur Lowe (Mr. Kemp); Mona Washbourne (Matrona); Mary MacLeod (Mrs.Kemp); Graham Crowden, Michael Cadman, Peter Sproule, Anthony Nicholls, Geoffrey Chater, Ben Aris, Robin Askwith.
Sinopsis: Mick es un chico rebelde cuyo carácter no se aviene a las rígidas normas del internado en el que estudia. Junto a otros dos compañeros, tratan de crear su propio espacio de libertad, lo que les convierte en candidatos a la represión y el castigo.
El segundo largometraje del cineasta británico Lindsay Anderson, If…, fue tal vez el de mayor éxito, ya que la película ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Planteado como una protesta contra el anticuado y represor sistema educativo británico, el film supo captar un ambiente social marcado por las revueltas juveniles de mayo del 68 y se ganó un reconocimiento crítico y popular que, hoy en día, merece ciertos matices. Como tantas otras obras directamente condicionadas por la época en que se rodaron, If… ha envejecido mal.
Anderson aborda, desde una óptica izquierdista, la dicotomía entre opresión y rebelión, enmarcando su obra en un internado inglés regido con arreglo a los tristemente comunes principios del patriotismo rancio, la beatería castradora y el férreo control a los alumnos, que obviamente incluye castigos físicos a quienes osen apartarse de la línea marcada. Desde el principio, y en consonancia con una época que ayudó a desmontar un sinfín de tradiciones, la mayoría de ellas sin sentido, el director toma partido por los rebeldes, que son un grupo de tres alumnos cuyo líder es un chico de talante libertario llamado Michael Travis. Puestos a analizar el contenido político, pienso que Anderson acierta en dos cosas: en exponer la debilidad del sistema, que causa las revoluciones por sus muchas veces desproporcionados castigos a la disidencia, y en concluir que no se derrota al poder establecido repartiendo flores. Falla, sin embargo, en una cuestión decisiva, pues obvia que el destino de las revoluciones es la derrota sin paliativos, o bien su inevitable conversión en una nueva tiranía que acaba por adoptar un buen número de las taras de la anterior. Sin duda, la época en la que se rodó If… (cuyo título ya denota sus intenciones de ser vista como el reverso de la obra de Kipling) era más viva, pero también más ingenua, que la actual.
En lo estrictamente cinematográfico, tampoco resulta muy complicado adivinar cuándo se hizo la película. Cuestiones estilísticas, como la alternancia de escenas rodadas en color con otras filmadas en blanco y negro, delatan a Anderson como un cineasta que, partiendo de la sobriedad del primer free cinema, opta por vestir su cine con ropajes más propios de la Europa continental, en la onda de Antonioni o de los cineastas de la nouvelle vague. La fotografía, de Miroslav Ondricek, se decanta por la alternancia de colores básicos, en línea con una narración bastante maniquea. El guión, que se estructura en siete partes, casi todas precedidas de cánticos e himnos tradicionales, alterna aciertos y errores, agudeza y tópicos, escenas y diálogos de gran calidad con pasajes más prescindibles en los que la búsqueda de lo experimental se antoja forzada. Existe, claro está, una descarada exaltación de la juventud, sin duda la etapa más bella y libre de la vida, pero que casi siempre viene lastrada por una notable puerilidad, defecto que se hace patente en muchas acciones de los protagonistas de una película a la que una mayor profundidad en la definición de los personajes no le hubiera venido mal.
If… fue la película que dio a conocer a Malcolm McDowell, antes de que Stanley Kubrick le ofreciese el papel de su vida en La naranja mecánica. La verdad es que ese aspecto perverso de McDowell, actor luego encasillado en roles de individuos mentalmente desequilibrados, resulta ideal para que su personaje sea más ambivalente y menos naïf de lo que podría haber sido en manos de un actor con un físico más tierno. En general, las interpretaciones son bastante buenas, lo mismo las de otros jóvenes como Richard Warwick, Robert Swann o la bella y cinematográficamente desaprovechada Christine Noonan (otra cosa es que las apariciones de su personaje sean a veces incoherentes), que las de veteranos de nivel como Peter Jeffrey, Arthur Lowe o Graham Crowden.
Lindsay Anderson olvidó aquí que una crítica sutil puede ser a veces más eficaz, por mucho que lo que se juzgue sea condenable a gritos. Esta voluntad de denuncia, muy aplaudida (y comprensible) en su época, se convierte en un factor negativo a la hora de valorar la resistencia al tiempo del discurso, e incluso de la estética, de una película notable por muchos motivos.