CEREMONIA SANGRIENTA. 1972. 88´. Color.
Dirección: Jorge Grau; Guión: Jorge Grau, Juan Tébar y Sandro Continenza, basado en una historia de Jorge Grau; Dirección de fotografía: Fernando Arribas y Oberdan Troiani; Montaje: Pedro del Rey; Música: Carlo Savina; Decorados: Cruz Baleztena; Producción: José María González Sinde, para X Films-Luis Films (España-Italia)
Intérpretes: Lucía Bosé (Erzebeth Bathory); Espartaco Santoni (Karl Ziemmer); Ewa Aulin (Marina); Ana Farra (Nodriza); Silvano Tranquilli (Médico); Lola Gaos (Carmilla); Enrique Vivó (Alcalde); María Vico (Maria Plojovitz); Ángel Menéndez (Magistrado); Adolfo Tous, Ismael García Romen, Raquel Ortuño, Loreta Tovar, Franca Grey, Ghika, Miguedl Buñuel, Fabián Conde.
Sinopsis: A principios del siglo XIX, una aristócrata centroeuropea, descendiente de la célebre condesa Bathory, busca un remedio que evite su envejecimiento. Mientras, en sus tierras se suceden los hechos relacionados con vampiros.
Después de alternar el documental con films de diversos géneros, Jorge Grau dirigió Ceremonia sangrienta, una película de terror con vocación internacional, que sigue la senda marcada por la productora británica Hammer, se ambienta en la Centroeuropa de la era napoleónica y mezcla el vampirismo con la leyenda de la condesa Bathory.
Cuando se estrenó Ceremonia sangrienta, en 1972, tanto el terror estilo Hammer como el giallo italiano, que son los claros referentes del film de Jorge Grau, ya habían producido sus mejores películas y enfilaban una decadencia que, en el caso de la productora británica, era ya bastante notoria. La renovación del cine de terror estaría marcada en esos y en los posteriores años por films norteamericanos de espíritu independiente, como los dirigidos por Tobe Hooper, George A. Romero y Wes Craven, antes de que el género encontrara el filón que supusieron las novelas de Stephen King. Por tanto, Ceremonia sangrienta es un film algo pasado de moda, que juega las bazas de la sangre y el erotismo pero carece de inspiración. Jorge Grau no es Terence Fisher, y tampoco es que el guión de la película sea nada excepcional. Es cierto que al principio, con el desfile de antorchas y el juicio a un médico acusado de vampirismo, se consigue una atmósfera inquietante, pero con la aparición de los protagonistas y la introducción de la historia de la aristócrata que busca recuperar la juventud perdida, y con ella el interés sexual de su marido, siguiendo las sanguinarias costumbres presentes en su árbol genealógico, el film pierde interés. Más allá de algunos momentos terroríficamente convincentes, y de alguna aguda reflexión de raíz voltairiana, en Ceremonia sangrienta percibo más rutina que brillo y más seguimiento de caminos ya muy trillados que verdadera originalidad. La escenografía es modesta, qué duda cabe, pero no vienen de ahí las mayores carencias del film sino, repito, de un guión plano, que da la sensación de haber sido escrito con premura.
Grau hace uso del zoom y de los planos cortos buscando provocar el miedo en el espectador y, también, para aprovechar los espacios cerrados en los que se desarrolla la práctica totalidad de la película. Lo consigue sólo a medias, pues los planos de los ojos de Karl Ziemmer, o los de ese agujero en el techo por el que se escapa la sangre de las jóvenes sacrificadas a mayor gloria de la eterna juventud de la condesa, terminan por ser reiterativos. El erotismo de la película, arriesgado en su tiempo, parece hoy de parvulario, y esto tampoco ayuda a mitigar la sensación de que Ceremonia sangrienta es una película que no ha soportado demasiado bien el paso del tiempo. La música de Carlo Savina sigue un poco el tono general del conjunto: algunos momentos de calidad dentro de un conjunto que no logra alejarse del tópico.
El apartado interpretativo tampoco ayuda: Lucía Bosé, lejos ya de su mejor época como actriz, hace lo que puede por darle algo de vida a un personaje sin matices, con éxito irregular. Por su parte, la actuación de Espartaco Santoni es terrorífica en el peor sentido de la palabra: con buena vista, el playboy italiano abandonó poco después el mundo de la interpretación y decidió que era más divertido alternar con la jet-set. El cine se lo agradeció. Sólo las veteranas Ana Farra y, sobre todo, Lola Gaos, consiguen unas actuaciones de nivel. Sin duda, el papel de esta última en la película merecía ser más relevante. Lo demás, jóvenes de buen ver y veteranos que han tenido momentos mejores.
En definitiva, una película sólo apta para nostálgicos del cine de terror europeo de los 70. Eso sí, su relativo éxito permitió a Jorge Grau continuar su relación con el cine de terror con la mucho más inspirada No profanar el sueño de los muertos.