L´ESPOIR. 1938. 77´. B/N.
Dirección: André Malraux; Guión: André Malraux, Max Aub, Boris Peskine, Denis Marion y Antonio del Amo, basado en la novela de André Malraux L´Espoir; Director de fotografía: Louis Page; Montaje: Georges Grace y André Malraux; Música: Darius Milhaud; Decorados: Vicente Petit; Producción: Edouard Corniglion-Molinier y Roland Tual, para Les Productions André Malraux-Productions Corniglion Molinier-Subsecretaría de Propaganda del Ministerio de Estado (Francia-España).
Intérpretes: Andrés Mejuto (Capitán Muñoz); Nicolás Rodríguez (Aviador Márquez); José Sempere (Comandante Peña); Julio Peña (Attignies); Pedro Codina (Schreiner); José María Lado (Campesino); Serafín Ferro, Miguel del Castillo.
Sinopsis: En mitad de la Guerra Civil, unos soldados republicanos intentan conseguir armas y suministros para avanzar posiciones en el rente aragonés.
El único largometraje dirigido por André Malraux fue Sierra de Teruel, film que traslada la pantalla lo narrado en uno de los capítulos de su novela L´Espoir, que a su vez es el testimonio de las vivencias del autor como miembro de las Brigadas Internacionales. Se trata de una obra propagandística que explica las vicisitudes de los soldados republicanos en el frente de Aragón. En este sentido, el film, costeado en buena parte por el legítimo gobierno español, estuvo lejos de lograr sus propósitos, pues apenas pudo verse un par de veces en Francia antes de su prohibición tras la ocupación alemana, y no fue estrenado en España hasta la muerte del dictador que triunfó en aquella guerra.
Algunos aspectos a destacar del film son la influencia del cine soviético, el afán documental y las duras condiciones en las que fue rodado. En cuanto al primer aspecto, se explica no sólo por cuestiones ideológicas, sino por los valores cinematográficos de las películas soviéticas más importantes, como las dirigidas por Eisenstein o Dovzhenko, que por entonces representaban lo mejor del cine europeo. A partir de una opción estética que busca el más absoluto realismo, el carácter épico de algunas escenas y la acertada utilización del montaje buscan despertar la emoción del espectador. No obstante, y por mucho que uno simpatice con la causa republicana, hay que decir que a Sierra de Teruel le falta, precisamente, épica, lo que es un hándicap no desdeñable en una película de propaganda. Existen escenas , como la batalla aérea o el traslado de los muertos y heridos desde el monte al valle, que funcionan muy bien pese a las precarias condiciones de rodaje, pero falta esa garra y, por qué no decirlo, ese talento manipulador que resulta tramposo en la ficción (aunque es muy útil y rentable cuando, como ocurre con frecuencia, tu público potencial se compone de mentes poco entrenadas), pero que es un requisito imprescindible en el cine de propaganda. Más que eso, el film es un desesperado intento (cuando se rodó, el bando republicano ya estaba perdiendo la guerra) de conseguir la implicación de las grandes potencias internacionales en la derrota del fascismo en España, cosa que, salvo en el caso de la Unión Soviética, no se consiguió. Las élites francesas e inglesas sentían más afinidad hacia el fascismo que hacia el comunismo, por lo que el apoyo oficial de estos países a la República fue poco menos que inexistente. En este sentido, Sierra de Teruel fue un grito en el desierto.
Ya he dicho que Malraux, que contó con la ayuda del gran escritor español Max Aub, describe más que desgarra, pero su película derrocha autenticidad. Se nota que quien dirige no habla de oídas, como tantos ceporros con resonancia pública que se meten a opinar sobre distintos conflictos internacionales sin tener ni puta idea. Malraux luchó en España, y su descripción de las penurias con las que se llevó a cabo la batalla contra el fascismo, de las carencias de elementos esenciales para la guerra y para la propia supervivencia diaria, no sale de lo oído en una tertulia de intelectuales. La película es pobre en cuanto a medios, pues la República no tenía apenas recursos para el cine, pero no en lo artístico. El guión está bien trabajado, y escenas como las aludidas con anterioridad, o aquella en la que un campesino que conoce el terruño como la palma de su mano se ve incapaz de señalarlo montado en un avión, denotan un talento que va más allá de lo meramente propagandístico.
En el reparto se combinan actores profesionales con lugareños de los pueblos en los que se rodó la película, y no puede decirse que las interpretaciones sean para tirar cohetes, pero sí proporcionan la buscada y necesaria autenticidad. Actores que con posterioridad tuvieron un largo recorrido en la escena española, como Andrés Mejuto o Julio Peña aportan su saber hacer, con mención especial para el primero.
Sierra de Teruel es, además de la descripción de unos hombres que lucharon con mucho más arrojo que medios, una llamada de socorro en busca de una ayuda que nunca llegó, y el preludio del drama de una Europa que, tristemente, empieza a recordar a la de entonces.