HOUSE OF GAMES. 1987. 102´. Color.
Dirección: David Mamet; Guión: David Mamet; Dirección de fotografía: Juan Ruiz Anchía; Montaje: Trudy Ship; Música: Alaric Jans; Diseño de producción: Michael Merritt; Producción: Michael Hausman, para Filmhaus-Orion Pictures (EE.UU.)
Intérpretes: Lindsay Crouse (Margaret Ford); Joe Mantegna (Mike); Mike Nussbaum (Joey); Lilia Skala (Dra. Littauer); J. T. Walsh (Hombre de negocios); Steve Goldstein (Billy Hahn); Ricky Jay (George); William H. Macy (Sargento Moran); Karen Kohlhaas, Jack Wallace, Meshach Taylor, Patricia Wolff, Scott Zigler.
Sinopsis: Una eminente psicóloga se introduce en el mundo del juego para socorrer a un paciente y descubre un universo de una intensidad hasta entonces inexistente en su vida.
El paso a la dirección de largometrajes era la consecuencia lógica para alguien como David Mamet, que había alcanzado un gran prestigio como dramaturgo y guionista. Lo dio con Casa de juegos, para muchos una de sus mejores películas, que a su vez supone un compendio de sus virtudes y defectos como cineasta. El film goza de un justificado status de obra de culto, y se le considera una de las más interesantes aproximaciones cinematográficas al mundo de los estafadores.
Al principio, nos encontramos con una eminente psicóloga, que disfruta del éxito conseguido gracias a un libro en el que analiza los comportamientos compulsivos, pero cuya vida personal es plana y carente de emociones. Por eso, cuando acude a un local donde se celebran partidas de cartas para interceder por un paciente con muchas deudas, la doctora descubre en sus propias carnes la naturaleza de la compulsión, no como un abstracto objeto de estudio, sino como una de esas pasiones que hacen interesante la vida, pero pueden llegar a arruinártela, y no en sentido figurado. El puente hacia el lado oscuro de la doctora Ford es Mike, un elegante y atractivo estafador que la introduce en su mundo y le permite vivir experiencias de una intensidad hasta entonces desconocida para ella. La psicóloga, el estafador y sus cómplices saben que el interés científico alegado por ella no es más que una excusa porque, como dice la canción de Pata Negra, “todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral… o engorda”. Como si descendiera por un tobogán, la doctora pasa de conocer los métodos de los estafadores a colaborar en sus delitos, hasta que todo se hace demasiado peligroso y la experta sobre el papel descubre que lo más probable es que, en ese experimento, ella sea el ratón, no la científica.
La inspiración de Mamet es de lo más evidente, y la hallamos en el cine negro clásico. Los ambientes, el modo de fotografiarlos, el talante de los personajes y los diálogos tienen un marcado tono retro (subvirtiendo, eso sí, los roles sexuales clásicos) que le sienta muy bien a la película. Mejor guionista que director, Mamet ofrece una puesta en escena teatral y algo plana, pero apoyada en un libreto que funciona como una delicada pieza de relojería hasta que, como les ocurría a algunos grandes futbolistas de antes (ahora ya no regatea casi nadie), al llegar al final le sobra el último quiebro, que convierte en poco verosímil una trama que, hasta entonces, alternaba con singular acierto el aire neo-noir con el análisis del funcionamiento de los engranajes de la pasión, algo que muchas veces es destructivo, pero que es imprescindible para no convertirse en un cadáver andante. La doctora, que hablaba de ella sin experimentarla (algo de lo que pecan multitud de supuestos expertos en las más variadas materias), la descubre de verdad al conocer a Mike, alguien que pone de manifiesto la vacuidad de su aparentemente exitosa existencia y libera un torbellino interior que cambiará para siempre a la fría psicóloga.
Ocurre que las interpretaciones no son todo lo afortunadas que deberían, empezando por la de la protagonista, Lindsay Crouse. A la por entonces esposa de Mamet el papel de la doctora Margaret Ford le viene grande, y su desempeño es rutinario y poco expresivo. Mucho mejor está Joe Mantegna, actor idóneo para el papel de Mike que está a la altura de lo que se espera. Los secundarios aprueban, pero poco más, en parte porque dos distinguidos actores como J.T. Walsh y William H. Macy aparecen demasiado poco.
Imperfecta pero muy reivindicable, Casa de juegos es una película con encanto, que es mucho más de lo que puede decirse de la inmensa mayoría de los filmes que nos trajo el cine norteamericano allá por 1987.