SAUL FIA. 2015. 107´. Color.
Dirección: Laszlo Nemes; Guión: Clara Royer y Laszlo Nemes; Dirección de fotografía: Matyas Erdely; Montaje: Mathieu Taponier; Diseño de producción: Laszlo Rajk; Música: Laszlo Melis; Producción: Gabor Rajna y Gabor Sipos, para Laokoon Film Group (Hungría).
Intérpretes: Geza Röhrig (Saul Ausländer); Levente Molnar (Abraham); Urs Rechn (Biederman); Todd Charmont (Prisionero barbudo); Jerzy Walczak (Rabino Frankel); Sandor Szoter (Dr. Nyiszli); Amitai Kedar (Hirsch); Juli Jakab (Ella); Marcin Czarnik, Kamil Dobrowolski, Uwe Lauer, Christian Harting, Mihaly Kormos, Gergo Farkas, Tamas Polgar.
Sinopsis: Saúl está preso en un campo de exterminio alemán. Pertenece a un colectivo de presos utilizados por los nazis para trabajar, y reconoce como su hijo a un muchacho que sobrevivió a las cámaras de gas para morir poco después. Decide buscar a un rabino para darle al chico un entierro digno.
El húngaro Laszlo Nemes se dio a conocer en el cine como discípulo de Béla Tarr, director asiduo a los festivales cuyo cine oscila entre lo atractivo y lo cargante. El hijo de Saúl es el primero largometraje de Nemes, y tuvo el mérito de devolver a Hungría al primer plano del panorama cinematográfico internacional con un film que reúne diversos méritos y fue recompensado con un buen número de premios en distintos certámenes.
La principal virtud, y a la vez el mayor defecto, de El hijo de Saúl es su apuesta estética, consistente en ofrecer un punto de vista absolutamente subjetivo. La cámara sigue en todo momento al protagonista (que el primer plano de la película esté desenfocado ya es toda una declaración de intenciones), con lo que se consigue que el espectador sienta la experiencia de vivir en los campos de exterminio alemanes en la Segunda Guerra Mundial y que el film se diferencie de la infinidad de títulos que, desde diversos prismas, han abordado el tema del Holocausto. La invasiva posición de la cámara y su continuo movimiento pueden resultar molestas para el espectador en algunos momentos, pero esto se compensa con un enfoque que rehuye el sentimentalismo y apuesta por la frialdad: lo que se describe es lo suficientemente duro como para que el director tenga que recurrir a trucos sensibleros, y le agradezco sinceramente que no lo haga. Ni siquiera se afirma que el muchacho al que Saúl quiere enterrar dignamente, pese a que ello le suponga poner en riesgo su propia vida y la de muchos otros prisioneros («ya estamos muertos» dice cuando uno de ellos se lo recrimina) sea su propio hijo: su empecinamiento puede deberse a una fijación por hacer algo puro y noble en mitad del horror antes de que éste le arrastre hacia la muerte a manos de unos individuos que ejemplificaron como nadie lo peor de la naturaleza humana.
Pìenso que la película es mejor en el plano estético que en el narrativo, pese a la fuerza de algunas escenas (la ópera prima de Laszlo Nemes muestra cómo se utilizaron las cámaras de gas para el exterminio masivo -que lo fue tanto, que éstas no daban abasto- , así como el miserable trato -chanzas racistas incluidas- que los alemanes daban a los judíos), y a que el film nos enseñe, de un modo que linda con el humor más negro, que dentro de su horrible existencia, el protagonista es un privilegiado en la jerarquía de los campos, pues pertenece a un colectivo de trabajadores, elegidos por los alemanes para desempeñar las labores más duras, y esa pertenencia le permite mantenerse con vida, en contra de lo que le sucedía a la mayor parte de los prisioneros de su pueblo, que eran gaseados nada más llegar a lugares tristemente célebres como Auschwitz, Treblinka o Sobibor, y lanzarse a una cruzada personal, insignificante para todo el mundo (por momentos, también para el espectador, lo que denota cierta incapacidad narrativa para implicar del todo a la audiencia en los aspectos más puramente individuales de la trama), que quizá sólo busque ser una ráfaga de luz en la oscuridad más absoluta. El empleo que se hace de los difuminados me parece excelente, y en general las cuestiones técnicas están muy logradas, lo que prueba que Laszlo Nemes tomó buenas lecciones de su maestro.
Respecto a los actores, casi es obligado referirnos a uno solo, pues Geza Röhrig nos acompaña a lo largo de todo el metraje, y su mirada es la nuestra. Este actor, totalmente desconocido para mí, basa su trabajo en el laconismo más absoluto, pero logra transmitir la ciega convicción de su personaje de una forma que a veces el guión no consigue por sí solo. En general, la labor de los intérpretes es más que correcta, destacando el estoicismo de Sandor Szoter, la nobleza primaria de Urs Rechn… y que los actores que encarnan a los soldados y oficiales alemanes (nota alta para Christian Harting) son tan repugnantes como lo fueron las personas reales en las que se inspiran.
El hijo de Saúl no es otra película sobre el Holocausto, sino una cautivadora obra de ficción que retrata unos hechos que aún hoy, por todas partes, seres mononeuronales (no pocos de ellos, para más inri, se las dan de progresistas) intentan relativizar y trivializar. Estamos ante uno de esos films imprescindibles, por lo que cuentan y por cómo lo hacen, que deberían ser objeto de análisis en institutos y universidades.