SALVADOR. 1986. 118´. Color.
Dirección: Oliver Stone; Guión: Richard Boyle y Oliver Stone; Dirección de fotografía: Robert Richardson; Montaje: Claire Simpson; Música: Georges Delerue; Diseño de producción: Bruno Rubeo; Producción: Gerald Green y Oliver Stone, para Hemdale Film Corporation (EE.UU.).
Intérpretes: James Woods (Richrad Boyle); James Belushi (Doctor Rock); Elpidia Carrillo (María); John Savage (John Cassady); Michael Murphy (Embajador Kelly); Tony Plana (Mayor Max); Colby Chester (Jack Morgan); Cynthia Gibb (Cathy Moore); Will MacMillan (Coronel Hyde); Valerie Wildman (Pauline Axelrod); Juan Fernández (Teniente); José Carlos Ruiz (Arzobispo Romero); Jorge Luke, Salvador Sánchez, Rosario Zúñiga, Martín Fuentes, Ramón Menéndez,, John Doe, Art Bonilla.
Sinopsis: Richard Boyle es un periodista en crisis que decide regresar a El Salvador justo cuando en el país estalla una sublevación contra el gobierno militar.
Después de dirigir un par de films de terror no especialmente memorables, y de firmar varios guiones que le otorgaron prestigio dentro de la industria, el auténtico perfil como cineasta de Oliver Stone apareció en Salvador, film de denuncia que describe el importante papel de los Estados Unidos en la propagación del fascismo en Latinoamérica. Basado en la experiencia como reportero de Richard Boyle, que coescribe el guión, Stone critica de manera vehemente el lado más oscuro de la política exterior norteamericana en una película que reúne las mejores características de su cine y que le situó a las puertas de un estrellato al que accedió por todo lo alto con su siguiente obra, Platoon.
Visto que su vida personal y profesional no puede caminar por peores derroteros, Richard Boyle decide volver a El Salvador, país en el que ya ejerció como periodista al regresar de la guerra de Vietnam, en un desesperado intento por conseguir un reportaje que le devuelva el prestigio que su carácter indómito y su afición al alcohol le han hecho perder. Le acompaña un pinchadiscos radiofónico en horas bajas apodado Doctor Rock, y juntos emprender la ruta hacia un país en el que los militares han tomado el poder y los escuadrones de la muerte siembran el terror entre los simpatizantes de las organizaciones obreras y campesinas. Stone cambia algunos nombres, pero las personas reales que están detrás de sus versiones cinematográficas son muy fáciles de reconocer. El menos neoyorquino de los directores nacidos en la ciudad que nunca duerme no pretende ser objetivo ni dulcificar su bien documentada historia, sino poner al público estadounidense frente a las terribles consecuencias de la política exterior que, con su voto, avala elección tras elección. En su afán de derrotar al comunismo, el Tío Sam entrenó a gentes sin escrúpulos de toda Latinoamérica para que, una vez de regreso a sus países, tomaran el poder e impusieran su ley a base de represión y asesinatos masivos. A Oliver Stone se le pueden criticar el maniqueísmo (aunque también documenta y critica las ejecuciones sumarias perpetradas por la guerrilla revolucionaria), la falta de sutileza y su nulo interés en ocultar sus técnicas de manipulación al espectador, pero no su sentido del ritmo ni la falta de puntería a la hora de dirigir sus dardos. “Compatriotas, nuestro gobierno asesora y ampara a gobiernos corruptos y asesinos con tal de evitar el auge del comunismo”, es su mensaje. El asesinato del arzobispo Romero, así como el de cuatro monjas (que previamente habían sido violadas) por parte de miembros de los escuadrones de la muerte, aparecieron en los noticiarios y no formaron parte de ninguna conspiración judeocomunista. En plena era Reagan, esa actitud tenía mucho mérito. Sólo cineastas foráneos, como Costa Gavras, se habían atrevido a tanto.
En lo estilístico, y más allá de los epilépticos títulos de crédito, aún podemos ver a un Oliver Stone cercano a lo clásico, lejos del montaje ultrafragmentado y de la puesta en escena anfetamínica de que hará gala en no pocas obras de la década posterior. Salvador supuso también la irrupción de uno de los grandes directores de fotografía de las últimas décadas, Robert Richardson, y su trabajo consigue llamar la atención por su calidad. La música de Georges Delerue oscila entre la estridencia del tema principal, el lirismo de las composiciones que retratan a María y al pueblo llano salvadoreño; a esto hay que añadir la presencia de himnos guerrilleros célebres en su época.
Salvador se beneficia de la formidable interpretación de James Woods, uno de esos tipos durísimos que además saben actuar. Él es una de las grandes virtudes de una película irregular en lo interpretativo: James Belushi parece estar interpretando a su hermano, aunque eso lo hace bien, John Savage y Michael Murphy cumplen pero les falta garra para estar a la altura de Woods, Elpidia Carrillo lidia con un personaje adornado con todos los clichés que la mujer latina posee para los outsiders yanquis, y Cynthia Gibb aprovechó sólo a medias una de las escasa oportunidades que tuvo de actuar en una película importante. Los malos, ya sean los latinos como Tony Plana o Juan Fernández, o los esbirros del Tío Sam que les apoyan, como Will MacMillan o Colby Chester, son malos de verdad, sin dobleces, pero también sin matices.
Salvador es la primera gran película de un gran director de cine. Es, desde su primer fotograma, un film que lleva el sello de Oliver Stone: educa, impacta y nunca aburre. Cine de denuncia muy bien hecho, tan bueno como necesario.