TARDE PARA LA IRA. 2016. 89´. Color.
Dirección: Raúl Arévalo; Guión: Raúl Arévalo y David Pulido; Dirección de fotografía: Arnau Valls Colomer; Montaje: Ángel Hernández Zoido; Música: Vanessa Garde y Lucio Godoy; Diseño de producción: Antón Laguna; Producción: Beatriz Bodegas, para Agosto la Película- La Canica Films (España).
Intérpretes: Antonio de la Torre (Jose); Luis Callejo (Curro); Ruth Díaz (Ana); Raúl Jiménez (Juanjo); Manolo Solo (Santi); Font García (Julio); Pilar Gómez (Pili); Alicia Rubio (Carmen); Gaizka Ardanaz, Luna Martín, Chani Martín, Enrique de la Torre, Inma Sancho, Paco Benjumea, Berta Hernández.
Sinopsis: Curro sale de la cárcel después de cumplir una condena de ocho años por haber estado implicado en el atraco a una joyería que acabó con una mujer fallecida y un hombre en coma. Nada más volver a su barrio, Curro ve cómo esos hechos vuelven a estar presentes.
El debut en la dirección del actor Raúl Arévalo no pudo ser más exitoso, pues triunfó en taquilla, acaparó premios y fue, para muchos, la mejor película española estrenada durante el año 2016. Se trata de un thriller seco y duro, de referencias más estadounidenses que patrias, sobre la consumación de una venganza largamente tramada. Para quien esto escribe, un film magnífico.
Tarde para la ira se sobrepone con rapidez a su presunta condición de película pequeña. Lo es en medios y presupuesto, pero no en talento. La venganza es uno de los grandes temas del arte desde el principio de los tiempos, y Arévalo y su coguionista, David Pulido, no juegan a inventar la sopa de ajo, sino que van al grano y nos cuentan una historia que hemos visto centenares de veces, pero lo hacen con un talento indudable. Viendo la película, he recordado esa gran letra de Rubén Blades que dice que las cuentas del alma no se acaban nunca de pagar. La gente actúa diariamente como si los actos no tuvieran consecuencias, pero las tienen, vaya si las tienen. Sobre todo cuando hay un tipo silencioso que se niega a olvidar. Nos han machacado siempre con frases brillantes sobre la inutilidad de la venganza, seguramente dichas con el noble fin de preservar una estabilidad social siempre precaria, pero un servidor piensa que lo único malo de la venganza es no poderla consumar. Cobrarse las deudas da gustico, pueden creerme. Con una novia muerta a golpes y un padre en coma producto de las heridas recibidas durante el atraco a la joyería de su propiedad, Jose no tiene nada que perder, porque lo que de bueno tenía su vida le fue arrebatado de la manera más cruel posible en unos pocos y aciagos minutos. Por eso, cuando Curro, el único detenido por ese atraco, y también el único no implicado en los hechos violentos que ocurrieron en el interior de la joyería, vuelve a su barrio tras su larga estancia en prisión se desencadena una revancha perfectamente diseñada desde mucho tiempo atrás.
Raúl Arévalo nos planta en las narices, con la sutileza de un boxeador, un drama duro, en el que se muestra la cara más oscura del ser humano. La puesta en escena es eficaz, impropia de un neófito (esos planos del destornillador sobre la mesa, ese final abrupto…): se nota que Arévalo ha trabajado a las órdenes de grandes directores, y que en los rodajes aprendió mucho de ellos. El montaje, que siempre es un factor importante en el resultado final de una película, es excelente, por lo que el film posee la concisión, el laconismo y la dosificación de la tensión que necesita. Me gusta especialmente el retrato de los barrios periféricos, con sus bares de toda la vida, de pizarra y partida, sus rumbas arrebatadas como hilo musical y sus gentes, que se mueven entre fiestas y broncas sin saber que pronto pagarán por el mayor error de sus vidas. De todos los protagonistas, Jose es el que menos habla, y también el único que utiliza el cerebro: su aspecto engaña a quienes le rodean, seres más primarios y, en apariencia, más duros: de ahí la reacción de Curro cuando, en los sótanos de un gimnasio marginal, descubre que el tipo que busca a sus cómplices en el atraco, y que también ha conseguido enamorar a su mujer, es capaz de cualquier cosa: malos, lo somos todos, pero sólo los inteligentes son capaces de convertir su maldad en arte.
Siempre se espera de los actores que se han pasado al otro lado de la cámara que sean capaces de sacar lo mejor de sus colegas de profesión. Con Antonio de la Torre, Raúl Arévalo lo tenía fácil, pues se trata de un actor excelente, de esos que poseen el talento de saber interpretar desde dentro, expresando a partir de la contención. El trabajo del malagueño es formidable. Del resto de intérpretes destaco a Ruth Díaz, en el papel de una mujer honesta, pasional y con mal ojo para los hombres, a un acertado Luis Callejo y, sobre todo, la breve pero brillante aparición de Manolo Solo, protagonista de la escena que marca el giro definitivo de la película.
Tarde para la ira merece los muchos elogios que se le han dedicado, y también los míos. Es una película que se sufre y se disfruta de manera intensa, un ejercicio de cine sin edulcorantes que hace concebir las mejores esperanzas en la futura carrera como director de Raúl Arévalo.