HELL OR HIGH WATER. 2016. 102´. Color.
Dirección: David Mackenzie; Guión: Taylor Sheridan; Director de fotografía: Giles Nuttgens; Montaje: Jake Roberts; Música: Nick Cave y Warren Ellis; Diseño de producción: Tom Duffield; Dirección artística: Steve Cooper; Producción: Sidney Kimmel, Peter Berg, Carla Hacken y Julie Yorn, para Sidney Kimmel Entertainment-Oddlot Entertainment-Film 44- LBI Productions (EE.UU.).
Intérpretes: Jeff Bridges (Ranger Marcus Hamilton); Chris Pine (Toby Howard); Ben Foster (Tanner Howard); Gil Birmingham (Ranger Alberto Parker); Dale Dickey (Elsie); William Sterchi (Mr. Clauson); Katy Mixon (Jenny Ann); Buck Taylor (El viejo); Jackamoe Buzzell, Kristin Berg, Amber Midthunder, Joe Berryman, Taylor Sheridan, Gregory Cruz, Melanie Papalia, Kevin Rankin, Margaret Bowman, Marin Ireland, John-Paul Howard, Heidi Sulzman.
Sinopsis: Dos hermanos se dedican a atracar bancos en zonas rurales de Texas, mientras un veterano ranger sigue sus pasos.
Una de las sorpresas más agradables que dio el cine norteamericano en 2016 fue Comanchería, trabajo que significó el fruto de la colaboración entre un director de acreditada solvencia y un actor que tomó la decisión más acertada de su vida metiéndose a guionista. A la vez thriller policial y neo-western, la película puede verse como un soberbio retrato de los angry white men, la clase trabajadora empobrecida de la América profunda que demostró su cabreo instalando a un demente en la Casa Blanca.
Comanchería posee el don de alcanzar lo específico a partir de lo tópico, y lo universal desde lo local. La película reúne todos los ingredientes que pueden esperarse de este tipo de producciones: personajes fuera de la ley, policía duros, huidas a través de carreteras polvorientas de rectas interminables, tiroteos, deudas que se pagan con sangre y reflexiones en el porche de aire crepuscular. Pero allí donde infinidad de films se instalan en lo rutinario, el inteligente guión de Taylor Sheridan consigue llegar mucho más allá gracias a unos caracteres muy bien perfilados, a unos lúcidos diálogos y a unos apuntes de crítica social brillantemente introducidos. La odisea de los dos hermanos atracadores, un divorciado y un ex-convicto, forma parte de un plan diseñado hasta el milímetro por el menor de los Howard lo mismo que lo que vemos en pantalla es el resultado de un ingenioso plan trazado por Sheridan, que el escocés David Mackenzie filma con la precisión propia de alguien que hubiese vivido toda la vida en el suroeste de Texas, zona eminentemente rural y antiguo territorio comanche. En la película, los malos no son los atracadores, enfurecidos representantes de unas gentes olvidadas que no encuentran mejor forma de salvar el único patrimonio familiar que puede sacarles de su sempiterna pobreza, sino quienes sacan provecho de la ruina ajena. Todo está sintetizado de forma magistral en la reflexión de Alberto, el ranger mestizo ayudante de Hamilton: «Hace 150 años, los abuelos de esta gente se hicieron con estas tierras expulsando de ellas a mi pueblo. Ahora, ellos -dice señalando a una de las sucursales bancarias candidatas a ser atracadas por los Howard- se las han arrebatado, y no les ha hecho falta ejército alguno». Créditos rápidos, casas de empeño… mercaderes de la desgracia, merecida o no. Sus carteles anunciadores aparecen en todas las carreteras que atraviesan los protagonistas, y alrededor de todos los restaurantes y cafeterías en los que podemos ser testigos de la particular idiosincrasia de los lugareños, Muchos de ellos (simbolizados por los empleados y clientes del primer establecimiento al que llegan los rangers para investigar) consideran a los ladrones de bancos unos héroes que se rebelan contra un sistema injusto que les exprime dándoles muy poco a cambio. Otros lo ven de distinta manera: por eso, cuando a los Howard se les ocurre atracar un concurrido banco en día de paga, en un estado en el que todo el mundo va armado hasta los dientes, es evidente que la cosa no puede acabar demasiado bien.
La manera de filmar de David Mackenzie, inspirada y llena de ritmo, el modélico montaje y la evocadora música compuesta y seleccionada por Nick Cave y Warren Ellis se unen a los ya mencionados aciertos del guión para formar un inspiradísimo todo, en el que el conjunto es mejor que la suma de sus partes. Creo que Comanchería es uno de los mejores homenajes que el cine contemporáneo ha dado a Sam Peckinpah, cuyo espíritu sobrevuela esta obra mayor, disfrazada de film de género, que nos habla de la desesperanza, de la pérdida de los viejos valores morales, de la necesidad de redención y de las causas y consecuencias de la violencia como recurso.
Cuando se ve a Jeff Bridges al frente de un reparto, siempre puede esperarse algo bueno. 45 años después de La última película, la obra maestra de Peter Bogdanovich con la que se dio a conocer, Bridges regresa a Texas para dar vida a un agente de la ley de la vieja escuela, en un personaje falsamente secundario que engrandece cada segundo de los que aparece en pantalla. Ben Foster y Chris Pine demuestran con sus interpretaciones de los hermanos Howard que ninguno de sus anteriores trabajos para la gran pantalla estaba a la altura de su talento (en especial, en el caso de Foster), y también Gil Birmingham, parco y socarrón, está al nivel que se le exige. Más allá de los personajes principales, la naturalidad con la que recitan sus afilados diálogos todos y cada uno de los secundarios que intervienen en la película merece, como mínimo, un notable.
Gran película, que en mi opinión quedará como una de las mejores que ha dado el cine norteamericano en la presente década. Ni le falta ni le sobra absolutamente nada. Todo en ella encaja a la perfección, hasta desembocar en un final excelente.