THE THOMAS CROWN AFFAIR. 1968. 102´. Color.
Dirección: Norman Jewison; Guión: Alan R. Trustman; Dirección de fotografía: Haskell Wexler; Montaje: Hal Ashby, Byron Brandt y Ralph E. Winters; Música: Michel Legrand; Dirección artistica: Robert Boyle; Producción: Norman Jewison, para The Mirisch Corporation (EE.UU.).
Intérpretes: Steve McQueen (Thomas Crown); Faye Dunaway (Vicki Anderson); Paul Burke (Eddy Malone); Jack Weston (Erwin); Biff McGuire (Sandy); Astrid Heeren (Gwen); Addison Powell (Abe); (Pig); Gordon Pinsent (Jamie); Yaphet Kotto (Carl); Sidney Armus, Richard Bull, Peg Shirley, Ted Gehring.
Sinopsis: Un millonario ansioso de emociones fuertes y descontento de su condición planea un atraco de enormes proporciones. Culminada con éxito la operación, una investigadora de seguros es enviada para dar con el responsable del robo.
Un Norman Jewison en racha después del rotundo éxito de En el calor de la noche se puso al frente de un film de temática más ligera, El caso de Thomas Crown, cinta en la que el director se reencontró con una de las grandes estrellas del Hollywood de la época, Steve McQueen, con quien ya había colaborado en la magnífica El rey del juego. De nuevo, el dúo Jewison-McQueen triunfó con una película enormemente entretenida, aunque de menor calidad artística que la anterior.
El caso de Thomas Crown es un cruce entre el subgénero de atracos, al que se adscribe la primera parte de la película, y el drama romántico, que se adueña de la propuesta en la segunda mitad, cuando el millonario ladrón se encuentra con la investigadora enviada para desenmascararle. Las escenas iniciales, en las que se utiliza con profusión la por entonces novedosa técnica de la pantalla partida, son de excelente factura. La planificación de esas escenas es tan meticulosa y certera como la del atraco que describen, y la labor de montaje, en la que sobresale el futuro director Hal Ashby, brilla sobremanera. Culminado con éxito el robo, la película se zambulle sin complejos en el terreno de la sofisticación, pues no en vano el protagonista masculino es un millonario al que le gustan la adrenalina y la buena vida, y la mujer encargada de perseguirle es estilosa a más no poder. Ambos representan la virilidad y feminidad clásicas en grado sumo y el romance entre ellos surge de manera inevitable. Un romance, sin embargo, teñido de sospechas, ya que, rituales de apareamiento al margen, la investigadora está haciendo su trabajo, que no es otro que probar que el autor intelectual y principal beneficiario del espectacular atraco no es otro que el hombre del que se ha enamorado.
El caso de Thomas Crown es una película que, en el mejor sentido de la palabra, fluye. Lo hace retratando la incuestionable química entre sus protagonistas, al ritmo de la virtuosa partitura de Michel Legrand, realzada con la notable canción The windmills of your mind, e ilustrando las labores policiales de investigación. Nunca una partida de ajedrez ha tenido tal fuerza erótica y, aunque escenas como la del partido de polo o la carrera automovilística en la playa no tienen otra finalidad que satisfacer la vena narcisista de McQueen, la calidad del conjunto se impone sobre sus defectos. Jewison sabe dirigir con pulso firme los momentos de puro thriller, y a la vez dotar de ligereza y encanto la trama romántica, de forma que al espectador le resulta muy fácil dejarse llevar por la historia que se le cuenta, la cual desemboca en un final ambiguo que me convence.
Aunque Steve McQueen esté en su salsa en papeles como el de Thomas Crown, es Faye Dunaway, convertida en estrella después de Bonnie and Clyde, quien merece llevarse las mejores ovaciones en el aspecto interpretativo. Dunaway derrocha sensualidad y estilo, y es fácil entender que el protagonista masculino, dotado también él de un incuestionable magnetismo, no pueda sustraerse a los encantos de su inteligente perseguidora. Ambos protagonistas forman una pareja que, en pantalla, difícilmente podría funcionar mejor. El trabajo de distinguidos y prolíficos secundarios, como Paul Burke y, sobre todos, Jack Weston, aporta nuevas gotas de calidad al conjunto.
No estamos ante una película con afán de trascendencia, sino ante un entretenimiento comercial de primera calidad, que medio siglo después de su estreno puede disfrutarse casi tanto como entonces. El caso de Thomas Crown nos muestra a unos actores y a un director en su mejor momento, al servicio de una buena historia y rodeados de técnicos de primer nivel. Poco más se puede pedir.