THE FOUNTAINHEAD. 1949. 110´. B/N.
Dirección: King Vidor; Guión: Ayn Rand, basado en su novela; Director de fotografía: Robert Burks; Montaje: David Weisbart; Música: Max Steiner; Dirección artística: Edward Carrere; Decorados: William Kuehl; Producción: Henry Blanke, para Warner Bros. (EE.UU.).
Intérpretes: Gary Cooper (Howard Roark); Patricia Neal (Dominique Francon); Raymond Massey (Gail Wynand); Kent Smith (Peter Keating); Robert Douglas (Ellsworth Toohey); Henry Hull (Henry Cameron); Ray Collins (Roger Enright); Moroni Olsen, Jerome Cowan, John Alvin, Griff Barnett, Tristram Coffin, Ann Doran, Jonathan Hale, Ruthelma Stevens, Tito Vuolo, Frank Wilcox.
Sinopsis: Un arquitecto de estilo revolucionario ve cómo los edificios que él sueña con construir van a parar a las manos de colegas más mediocres, pero mucho más flexibles a la hora de plegarse a los gustos de sus clientes y del público en general.
Con el paréntesis que supuso su participación en el film colectivo Una encuesta llamada Milagro, El manantial es el largometraje con el King Vidor siguió su carrera después de uno de sus films más exitosos y recordados, Duelo al sol. Se trata de la adaptación de una novela de Ayn Rand que fue muy popular en los Estados Unidos desde su publicación en 1943. El rodaje fue muy convulso por el extremo control que ejerció sobre él la autora, que se negó en redondo a hacer cualquier cambio en el guión que había escrito y, al contrario de lo habitual en Hollywood, consiguió su propósito. Con todo, King Vidor logró imprimir su sello en la película, y no poco de su poderío se debe a su trabajo.
El manantial es una novela de tesis, y en consecuencia una película de tesis, dada la absoluta fidelidad al original que impuso Ayn Rand para la adaptación cinematográfica. Esta tesis es la apoteosis del individuo libre, fiel a sus ideas y principios y no sometido a la opinión de la gente. Frente al espíritu gregario imperante en la sociedad, que entiende que el individuo debe sacrificarse en pos del bien común, Rand crea su hombre ideal en la figura de Howard Roark, un arquitecto (inspirado en Frank Lloyd Wright) de ideas demasiado avanzadas para su época, que sufre el rechazo de sus contemporáneos pero que, aún así, se muestra del todo inflexible en cuanto a renunciar a sus ideas a cambio de ser más popular y llevar una vida confortable. De hecho, Roark prefiere trabajar como obrero en una cantera antes que diseñar edificios en los que no cree. En su destierro conoce a Dominique, una rica heredera a la que seduce tanto en lo artístico como en lo sexual, aunque la abandona cuando recibe el encargo de construir un edificio en Nueva York. Allí, el trabajo de Roark sigue generando controversia, cuando no abierta hostilidad, como sucede con el crítico arquitectónico del diario más leído en la Gran Manzana.
Individualismo contra colectivismo. Esta fórmula, que es cosecha de Ayn Rand, entronca no obstante con una de las obras maestras de Vidor, Y el mundo marcha, para mí el mejor drama mudo rodado en los Estados Unidos junto a Avaricia, de Erich von Stroheim. El director logró, pese a las constantes intromisiones de la autora, llevar el film a su terreno: el de las pasiones arrebatadas (el protagonismo termina por llevárselo el peculiar triángulo amoroso que forman Roark, Dominique y el magnate periodístico Gail Wynand) y el estilo visual poderoso, en el que abundan los planos picados y contrapicados (el que pone el broche final a la película no puede ser más imponente). El guión de Ayn Rand convierte la película en demasiado discursiva, y son el huracán emocional que viven los protagonistas y la excelencia de las imágenes los factores que alejan a esta obra de un tono panfletario que no la beneficia. Cierto es que poco bueno han ofrecido, ofrecen y ofrecerán a la humanidad quienes nunca se han alejado del rebaño, y que los seres excepcionales merecen que les sean aplicadas reglas excepcionales. Sin embargo, la tesis de Rand de que todos los grandes logros del ser humano se deben al talento y la valentía de unos cuantos individuos fuera de lo común es demasiado simplista, pues no pocos de esos logros no se deben al producto de la mente de un ser prodigioso, sino al trabajo conjunto de algunos de ellos. La visión de Rand es demasiado mesiánica, y lo peor es que ella misma juega a ser como esos seres a los que idolatra, cuando no deja de ser una novelista más bien mediocre. Arrogarse para uno mismo la excepcionalidad sin poseer el suficiente talento, sin ser un verdadero genio, sólo te convierte en pretencioso, y la defensa a ultranza de las propias ideas, independientemente de la dirección en la que oscile el viento de la siempre cambiante opinión pública, es en principio muy loable… salvo cuando esas ideas son equivocadas, en cuyo caso no eres más que un terco estúpido. Vidor (y Robert Burks, uno de los mejores directores de fotografía en blanco y negro de toda la historia del cine, y Max Steiner, y los protagonistas) supera a Rand: los valores cinemtagráficos de El manantial superan los de su discurso, defendido en la actualidad por un colectivo tan reaccionario y tan aborregado (tan poco fiel al espíritu de Rand, en suma, aunque sólo somos responsables de nuestros valedores hasta cierto punto) como el Tea Party.
El carácter discursivo de la película, al que he aludido de forma reiterada, hace que a veces las interpretaciones de los protagonistas resulten algo envaradas. A Gary Cooper no acabo de verlo demasiado cómodo en la piel de ese genio intransigente que jamás sonríe y cuya autoconfianza es más ideal que humana. Mejor está Patricia Neal en el papel de una mujer compleja, apasionada, libre ante todos y rendida ante el genio. Y quien se lleva la palma en cuanto al trío protagonista es ese pedazo de actor llamado Raymond Massey, un antagonista de primera categoría. Los secundarios rayan a un muy buen nivel, en especial Henry Hull y un Robert Douglas que es el verdadero villano de la función, el apóstol del colectivismo, aunque para que éste se imponga sea necesario hundir al hombre de talento excepcional.
Gran película, se comparta o no su discurso. El manantial contiene los mejores atributos del Hollywood clásico, posee enormes virtudes cinematográficas y empuja a la reflexión. Se anuncia un remake: espero que, antes de rodarlo, consigan clonar a King Vidor.