THE MCKENZIE BREAK. 1970. 107´. Color.
Dirección: Lamont Johnson; Guión: William Morton, basado en la novela de Sidney Shelley; Dirección de fotografía: Michael Reed; Montaje: Tom Rolf; Diseño de producción: Frank White; Música: Riz Ortolani; Producción: Arthur Gardner y Jules Levy, para Levy Gardner Laven-Brighton Pictures (Reino Unido-Irlanda).
Intérpretes: Brian Keith (Capitán Connor); Helmut Griem (Capitán Willi Schlütter); Ian Hendry (Mayor Perry); Jack Watson (General Kerr); Patrick O´Connell (Sargento Cox); Horst Janson (Teniente Neuchl); Alexander Allerson (Teniente Wolff); John Abineri (Capitán Krantz); Constantin De Goguel, Tom Kempinski, Eric Allan, Caroline Mortimer, Mary Larkin, Gregg Palmer, David Kelly.
Sinopsis: En la Segunda Guerra Mundial, centenares de oficiales alemanes están recluidos en un campo de prisioneros de Escocia. Los lidera el capitán Schlütter, que organiza frecuentes motines para ocultar un masivo plan de fuga. El servicio de espionaje británico envía al lugar al capitán Connor para que averigüe cuáles son las intenciones de los prisioneros nazis.
El director Lamont Johnson tuvo una discreta carrera, centrada en la televisión. Su primer largometraje, y seguramente el mejor, fue este drama bélico cuyo título fue traducido al español con la inventiva característica. A la sombra del éxito de La gran evasión surgieron diversas películas sobre fugas de presos durante la Segunda Guerra Mundial. En este subgénero se inscribe The McKenzie break, película que pasó bastante desapercibida en su momento y que hoy en día apenas ha conseguido abandonar esa posición.
La peculiaridad en este film, que adapta una novela basada a su vez en un suceso real ocurrido en Canadá en el año 1943, es que los prisioneros de guerra no pertenecen al bando aliado, sino al alemán. Se trata, en concreto, de más de medio millar de oficiales recluidos en un campo situado en la Escocia profunda, y liderados por un inteligente y cruel capitán de submarino, Willi Schlütter, un individuo para el que la Convención de Ginebra es papel mojado y cuya misión es sembrar el desorden en el campo para facilitar con ello la fuga de los prisioneros más valiosos para su ejército. Los ingleses saben que algo se cuece, y por ello envían a McKenzie a un capitán, irlandés por más señas, de maneras poco ortodoxas y cerebro sagaz. Lo que encuentra Connor al llegar al campo es un lugar más controlado por los reos que por quienes los vigilan: el resultado de la guerra es todavía incierto y los alemanes se muestran cohesionados y orgullosos, seguros de su victoria final con esa desmedida arrogancia tan suya. Apenas un puñado de prisioneros pertenecientes a las fuerzas aéreas se mantienen al margen de las maniobras de Schlütter, y éste les reprime con saña. Por fin, Connor llega a ser consciente del plan de fuga que trama el enemigo, pero decide que es mejor permitir la evasión para poder destruir el submarino enviado para devolver a Alemania a los fugados.
En esta clase de películas, el reto es que lo que precede al verdadero meollo de la cuestión, que es la fuga propiamente dicha, sea certero y entretenido. Lamont Johnson, que dirige de manera aplicada una historia que intenta, y casi siempre logra, resultar realista, supera el desafío con buena nota, gracias sobre todo al siempre interesante enfrentamiento a distancia entre Connor y Schlütter. Cuando el oficial británico, nada más llegar al campo, decide reconocer los barracones escoltado únicamente por un suboficial y haciendo gala de un notable aplomo, el joven capitán nazi comprende que le han enviado a un tipo, como mínimo, de su altura. El estilo es discreto, funcionarial en los momentos más flojos, pero la película nunca llega a aburrir, el clímax sí está rodado con la energía necesaria, y el ambiguo final es de lo mejor del film y deja un buen sabor de boca en el espectador. Lo más destacable en los aspectos técnicos es la contribución de Michael Reed al tono realista de una obra en la que el cielo nunca deja de ser gris, el barro mancha y los túneles subterráneos realmente lo parecen.
En el reparto apenas hay caras conocidas, pero sí mucha eficacia. Lo encabeza Brian Keith, excelente actor casi siempre relegado a roles secundarios y que asume aquí el protagonismo con resultados inmejorables. Gracias a él, vemos a Connor como el ser independiente, algo descreído y de pensamiento rápido que el sólido guión nos quiere mostrar. Helmut Griem es tan inteligente y tan hijo de puta como cabría esperar de un oficial nazi, y su duelo con Keith resulta atractivo desde el principio. El también notable Ian Hendry da vida con convicción al oficial al mando del campamento, que asume a regañadientes la jerarquía de Connor, y el resto de secundarios está de lo más correcto, en una película donde la presencia femenina es muy escasa, y la que hay, es innecesaria.
Buena película bélica que conviene recuperar, The McKenzie break llega más lejos que otras obras de mayores pretensiones y posee -repito- un gran final.