Con la designación de su primer, e imagino que último, gabinete, Pedro Sánchez está haciendo gala de un sentido del humor que no se le conocía hasta ahora. Lo del gobierno paritario me parece bien, y nunca he dudado de la capacidad de Sánchez para encontrar el mismo número de incompetentes de uno y otro sexo, pero lo de nombrar a Mínim Huerta ministro de Cultura, o de cualquier otra cosa, es un chiste malo, sin gracia. Vale que para ministro sirve cualquiera, y para ministro de Cultura, más, pero puestos a hacer coña, se pone a Cañita Brava, se queda uno más ancho que alto y el descojone sería, esta vez sí, general. Y no me cabe duda de que el bueno de Cañita lo haría mejor como ministro que la antigua comparsa de Ana Rosa. Espero que los discursos no se los escriba el negro de su antigua jefa, y que la degeneración de la especie (porque en apenas unas décadas hemos pasado de Jorge Semprún a …esto) no vaya más allá. De lo contrario, cuando los simios se rebelen me tendrán de su parte.