DUENDE Y MISTERIO DEL FLAMENCO. 1952. 77´. B/N.
Dirección: Edgar Neville; Guión: Edgar Neville; Dirección de fotografía: Enrique Guerner; Montaje: Mercedes Alonso y Sara Ontañón; Música: Enrique Granados, Isaac Albéniz, Antonio Soler, flamenco popular; Decorados: Sigfrido Burmann; Producción: Edgar Neville, para Cesáreo González-Suevia Films (España)
Intérpretes: Fernando Rey (Narrador); Conchita Montes (Tapada de Vejer); Antonio, Pilar López, Luz María Larraguivel, Juan Belmonte, Antonio Mairena, Juanita Acevedo, Niño de Almadén, El Pili, Aurelio de Cádiz, Fernanda y Bernarda de Utrera, El Niño de la Cantera, Manuel Morao, Carmen Ruiz, Lola de Triana, Manuel Romero, El Poeta, Rosarito Arriaza, Mely Jardines, Roque de Jerez, El Titi, Juan Ángel.
Sinopsis: Recorrido por los distintos palos del flamenco.
Varias décadas antes de que otro destacado cineasta español, Carlos Saura, tomara idénticos derroteros, Edgar Neville hizo un punto y aparte en su carrera y realizó Duende y misterio del flamenco, documental que analiza esta forma de arte gitano-andaluza a través de un viaje geográfico y estilístico que muestra los palos más señeros y los lugares más simbólicos del cante jondo. Aún hoy, el trabajo de Neville se considera una de las mejores contribuciones a la difusión del arte flamenco.
Neville filma desde el conocimiento y el respeto, alternando los acercamientos de los compositores clásicos a la música popular de Andalucía con los cantes y los bailes surgidos desde lo más profundo de esas áridas tierras. Lo único que le discuto al director madrileño es que se centre en exceso en el baile, que no es precisamente la forma de arte flamenco que más disfruto, aunque reconozco que es la de más encanto visual, la más atractiva para el neófito y la que más contribuye a la cuidadísima estética de la película. Sin embargo, opino que cuando uno tiene a mano a toda una Llave de Oro del cante, como es Antonio Mairena, o a dos dignas representantes de lo más auténtico del flamenco como Fernanda y Bernarda de Utrera, debe dárseles más cancha. Eso, por no hablar del papel demasiado secundario (muy típico en el flamenco clásico, todo sea dicho) concedido a esa maravilla que es la guitarra flamenca. Dicho esto, el trabajo de Neville es digno de elogio, por su afán didáctico, por su búsqueda de la belleza y por su capacidad para lograrla, ya sea en la música, en la danza o en la composición de los planos, muchos de ellos tomados en lugares tan emblemáticos como la bahía gaditana o el Sacromonte granadino.
El recorrido de Neville comienza en el cante grande, en la siguiriya y la soleá. Existe una frase muy famosa, cuyo autor ahora mismo no me viene a la mente, que dice que sólo pueden entender el flamenco aquellos que han sentido pena en el alma. Un bon vivant como Neville demuestra entenderlo, de eso no hay duda. Pero el flamenco es también la alegría de la fiesta, las palmas, los jaleos, esos cantes gaditanos que levantan el espíritu y, cómo no, los fandangos alosneros, las granaínas, el golpe de los tacones contra el tablao y esa gracia que se tiene o no se tiene y que guarda una relación muy estrecha con ese misterio y ese duende que dan título a la película. Para cerrar el círculo, al final Neville vuelve a lo más jondo, a ese martinete bailado por Antonio. No podía haber mejor forma de culminar este viaje alrededor de una forma musical que es sin duda la más excelsa de cuantas han sido creadas en España. Quejío y embrujo, narrado por la voz más distinguida del cine español, que no es otra que la de Fernando Rey.
Duende y misterio del flamenco es una obra imprescindible, tanto para aquellos conocedores del cante jondo que deseen rememorar las raíces de este arte, surgido de los estratos más bajos de la sociedad, como para quienes sientan curiosidad por acercarse a él sin poseer sobre la materia conocimientos que vayan más allá de lo superficial. Un trabajo bello y didáctico, en el que faltan Falla y Lorca porque el franquismo jamás hubiese permitido su presencia, pero que por lo demás es difícilmente mejorable.