12 YEARS A SLAVE. 2013. 133´. Color.
Dirección: Steve McQueen; Guión: John Ridley, basado en el libro de Solomon Northup; Dirección de fotografía: Sean Bobbitt; Montaje: Joe Walker; Dirección artística: David Stein; Música: Hans Zimmer; Diseño de producción: Adam Stockhausen; Vestuario: Patricia Norris; Producción: Brad Pitt, Steve McQueen, Arnon Milchan, Dede Gardner, Jeremy Kleiner, Bill Pohlad y Anthony Katagas, para Regency Enterprises- River Road Entertainment-Plan B Entertainment- Film4- Summit Entertainment (EE.UU.- Reino Unido).
Intérpretes: Chiwetel Ejiofor (Solomon Northup/Platt); Michael Fassbender (Edwin Epps); Benedict Cumberbatch (Mr. Ford); Lupita Nyong´o (Patsey); Paul Dano (Tibeats); Garret Dillahunt (Armsby); Sarah Paulson (Sra. Epps); Paul Giamatti (Freeman); Brad Pitt (Bass); Kelsey Scott (Anne Northup); Scoot McNairy (Brown); Taran Killam (Hamilton); Christopher Berry (Burch); Bill Camp (Radburn); Chris Chalk (Clemens); Adepero Oduye (Eliza); Michael Kenneth Williams, Rob Steinberg, Liza J. Bennett, J. D. Evermore, Andy Dylan, Thomas Francis Murphy.
Sinopsis: A mediados del siglo XIX, un hombre negro que vive en libertad en el estado de Nueva York es secuestrado y enviado al Sur, donde se verá convertido en esclavo.
El británico Steve McQueen, que había conseguido un importante éxito con Shame, firmó la película más premiada del año 2013 con 12 años de esclavitud, crónica de la vida de un hombre que sufrió en sus propias carnes la indignidad del tráfico de personas, pese a haber vivido en libertad hasta la edad adulta. Este poderoso drama se benefició de la corriente reinante favorable a premiar las películas dirigidas por cineastas pertenecientes a minorías étnicas y fue el gran triunfador en la noche de los Oscar, además de recibir otro buen número de galardones y obtener el respaldo casi unánime de la crítica especializada.
Ya desde su primer largometraje, Hunger, McQueen había demostrado talento y querencia por las temáticas fuertes, cualidades que saltan a la vista en 12 años de esclavitud, obra que posee el don de no caer en esa estomagante costumbre moderna de reescribir el pasado de acuerdo a los insufribles cánones de la corrección política, pues no interpreta nada, sino que describe, lo cual es mucho más potente (la realidad siempre lo es) y, sobre todo, mucho menos estúpido. El drama de Solomon Northup no es tanto la esclavitud, que también, sino el haber vivido buena parte de su vida como hombre libre. Por razones obvias, este hombre no podía poseer el grado de sumisión que caracteriza a quienes nacieron esclavos y no conocían otra forma de vida. De ahí que afirme que su objetivo es vivir, no sólo sobrevivir: él, a diferencia de gran parte de las personas de su misma raza, sabía lo que eran el bienestar, la cultura y la libertad (en mi opinión, si en la primera categoría incluimos la salud y un adecuado sustento económico, las únicas cosas verdaderamente importantes en la vida), así que su pérdida (que incluía también una familia con esposa y dos hijos) era aún más grave.
McQueen, apoyado en un guión de lo más certero, opta por el realismo para describir una sociedad profundamente injusta y explotadora, en la que unos pocos hombres poseían poder absoluto sobre quienes estaban bajo su yugo, en especial, y ya es decir, si esa carne de cañón tenía la piel negra. El director no ahorra a su público la mezquindad de los traficantes de esclavos, la crueldad de los terratenientes y capataces (de hecho, McQueen pone especial énfasis en mostrar los castigos físicos, el chasquido del látigo y el brutal resultado de sus impactos contra la piel), y la ignominia de una actividad que en diversos lugares del mundo se sigue practicando de formas no muy distintas a las que se describen en la película, y en otros muchos se realiza de forma algo más disimulada, pues si algo caracteriza a la especie humana es su capacidad para explotar a los demás en beneficio propio. Tampoco se esconde la cobarde, aunque comprensible, sumisión de muchos esclavos: no hay explotación posible sin explotados obedientes. Con todo, y como se ha dicho, el director describe y deja el análisis para el publico, lo que a la larga es más efectivo… si ese público no es idiota. Se opta con acierto por la sobriedad en la puesta en escena (incluso la banda sonora, de Hans Zimmer, queda en un discreto segundo plano y no se utiliza para buscar la conmoción fácil del espectador), que por otra parte es de muchos kilates: sólo hay que ver las escenas que discurren en el barco que transporta a los futuros esclavos, o las que narran la venta de éstos, para comprobar que estamos delante de un tipo que sabe hacer buen cine, rodeado de técnicos competentes en grado sumo.
No deja de tener su punto de ironía que, de todos los que aparecen en la película, el único personaje de raza blanca que es partidario de la abolición de la esclavitud sea canadiense, ni que las mejores interpretaciones las ofrezcan actores caucásicos. No es que el trabajo de Chiwetel Ejiofor sea malo: al contrario, es esforzado y más que digno, pero al lado de un maravilloso Michael Fassbender, que vuelve a triunfar a las órdenes de McQueen, o de ese crack llamado Benedict Cumberbatch, aquí en el papel de un terrateniente de buen fondo pero pusilánime, la labor del protagonista principal queda un escalón por debajo, a la altura de los de Paul Dano, Sarah Paulson (cuyo personaje muestra a la perfección el temperamento de la típica dama blanca sureña) o un Brad Pitt que se reserva para sí el personaje de mayor poso moral. A Paul Giamatti le vemos poco, pero muy bien, y quien brilla de veras es Lupita Nyong´o, actriz casi debutante que supo darle a su personaje toda la intensidad que el guión demandaba.
Quizá, la película definitiva sobre la esclavitud. Con toda seguridad, el film que Spike Lee querría haber hecho. Un documento poderoso, y de notable valor cinematográfico (perdurará, cosa que no sucede con la inmensa mayoría de las películas simplemente testimoniales), sobre una de esas costumbres que forman parte de la naturaleza humana y hoy en día nos parecen abominables. En todo caso, la definitiva confirmación de que hay otro Steve McQueen dispuesto a figurar en un puesto importante en la historia del cine.