Aunque, si hacemos caso al papanatismo imperante en los diarios de mayor difusión (con honrosas excepciones, como el artículo que publica Diego Manrique en El País de hoy), ahora resulta que Aretha Franklin era una feminista que además cantaba bien, los méritos de la cantante nacida en Memphis son muy otros: poseer una voz prodigiosa, adaptable a estilos muy diversos, que quizá no dio todos los frutos que debería porque la artista casi siempre orientó su carrera hacia la búsqueda del éxito comercial, lo que llevó a la publicación de diversos trabajos que no estaban a la altura de su talento. La última gran diva del soul murió anteayer, y creo que el mejor elogio que puede hacérsele es el que le dedicó otro grande de la música popular, Burt Bacharach, al comentar su versión de I say a little prayer: «Sin duda, era mucho mejor que la que grabamos nosotros».
Una muestra de un talento vocal que va mucho más allá de las cuatro canciones que conoce todo el mundo: