MRS. MINIVER. 1942. 134´. B/N.
Dirección: William Wyler; Guión: Arthur Wimperis, George Froeschel, James Hilton y Claudine West, basado en la novela de Jan Struther; Director de fotografía: Joseph Ruttenberg; Montaje: Harold F. Kress; Música: Herbert Stothart; Dirección artística: Cedric Gibbons; Producción: Sidney Franklin y William Wyler, para Metro Goldwyn Mayer (EE.UU).
Intérpretes: Greer Garson (Kay Miniver); Walter Pidgeon (Clem Miniver); Teresa Wright (Carol Beldon); Dame May Whitty (Lady Beldon); Reginald Owen (Foley); Henry Travers (Mr. Ballard); Richard Ney (Vin Miniver); Henry Wilcoxon (Párroco); Christopher Severn (Toby Miniver); Brenda Forbes (Gladys); Clare Sandars (Judy Miniver); Marie de Becker (Ada); Helmut Dantine (Piloto alemán); John Abbott, Connie Leon, Rhys Williams.
Sinopsis: La señora Miniver es una dama de la burguesía británica, cuya damilia no tendrá otro remedio que enfrentarse al drama de la guerra.
Inmerso en una etapa de su carrera en la que todo lo que tocaba se convertía en arte mayor, William Wyler se apuntó un nuevo triunfo con La señora Miniver, drama de trasfondo bélico cuya indisimulada finalidad era apoyar la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial, y en concreto alabar el coraje con el que los ingleses se enfrentaron a los bombardeos alemanes. Más allá de su función propagandística, el resultado cinematográfico es de alto nivel, hasta el punto de que el film fue el ganador de los Oscars más importantes, entre los cuales los de mejor película y mejor director.
Pocas obras cinematográficas han expresado mejor que La señora Miniver cuáles son las consecuencias para la población civil cuando se convierte en víctima de un conflicto bélico a gran escala. Wyler, que siempre supo elegir muy bien los textos literarios que debía llevar al cine, y que solía además tener a sus órdenes a guionistas brillantes, nos pone primero delante de una familia modélica, para ir introduciendo de manera progresiva la tragedia causada por las bombas. Como buena película de propaganda, La señora Miniver deja muy claro quiénes son los máximos culpables del conflicto, y es evidente que la Historia le ha dado la razón. El tono primero es amable, casi de comedia ligera, y esto hace que el espectador se implique aún más en el drama de la familia protagonista, que, como la mayoría de la gente antes de aquella, y de cualquier otra catástrofe, vive despreocupada mientras el horror va tomando posiciones. Lo que empieza siendo un verano feliz, en el que las mayores preocupaciones consisten en saber si puedes permitirte un coche nuevo, o un sombrero caro, degenera en algo muy distinto una vez las tropas nazis invaden Polonia y el gobierno británico, como hicieron otros muchos en Europa, respondió a la agresión declarando la guerra a Alemania. Al principio, la guerra es todavía algo lejano para ese feliz matrimonio burgués, pero cuando el idealista hijo mayor de los Miniver, que ha iniciado un noviazgo con una joven de la alta sociedad, se alista en las fuerzas aéreas, y los primeros cazas alemanes sobrevuelan los cielos ingleses, la cosa cambia, y el horror de la guerra toma el protagonismo en la película, como lo tomó en toda Europa.
Wyler filma como lo que siempre fue, un magnífico director de cine, uno de esos elegidos que a su notable oficio unía un halo de inspiración que para tantos otros resultaba inalcanzable. Ya sea en las escenas de corte intimista, como aquellas en las que las parejas comparten confidencias, en las de mayor peso dramático, como la irrupción del piloto alemán en la casa de los Miniver cuando en ella sólo están la esposa y sus dos hijos pequeños, pues su marido ha acudido con su embarcación a rescatar soldados en Dunkerque, o en las más espectaculares, de entre las que sobresalen aquellas que muestran los bombardeos aéreos y sus efectos sobre las poblaciones, el talento de Wyler, esa viril elegancia que sitúa a este director en la categoría de los grandes invisibles, como Ford, Hawks o Capra, se hace patente en cada plano, en cada sutil movimiento de cámara, en las maneras y las palabras de los personajes, en el modo de resaltar los méritos de la escenografía y el vestuario. Es evidente que se da una visión muy exagerada en lo positivo de lo que era la sociedad inglesa cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, al tiempo que se ofrece una versión muy edulcorada de su recalcitrante clasismo, pero el film es un infalible sistema de relojería para provocar la emoción del espectador. Y, en estos tiempos en los que uno piensa en Inglaterra y siente más vergüenza ajena que otra cosa, no está de más recordar que, durante la Segunda Guerra Mundial, pocos hicieron tanto como los ingleses para resistir, y más adelante descabezar, al monstruo bárbaro. Por eso, el discurso final puede ser pura propaganda, pero de la buena.
Tiene menos fama que otros en este aspecto, pero William Wyler fue un gran director de actrices, y en La señora Miniver luce de nuevo otra de sus mejores cualidades como cineasta. Buena prueba de ello la constituye la soberbia interpretación de Greer Garson, que da vida con tanta verosimilitud como intensidad a una mujer dotada de coraje, que sabe adaptarse a las circunstancias y ser al final mucho más que la burguesita despreocupada del principio. Garson consiguió a las órdenes de Wyler la mejor interpretación de su carrera, pero sólo hay que ver las actuaciones de Teresa Wright y May Whitty para darse cuenta de que lo de la actriz protagonista no es ni de lejos casualidad. En la parte masculina, Walter Pidgeon se enfrenta a su personaje de marido perfecto con su buen hacer de siempre, y el joven Richard Ney jamás subió más alto en su carrera. Por último, hay que aplaudir el trabajo de un conmovedor Henry Travers, y la serena firmeza de otro Henry, Wilcoxon, encargado de pronunciar el discurso que cierra la película.
El hecho de que La señora Miniver, película a la que el tiempo ha tratado muy bien porque, por desgracia, su temática no nos es hoy ajena, haya quedado oscurecida frente a otras películas de William Wyler no significa que este film no sea sobresaliente, sino que estamos ante un director para el que la excelencia no era la excepción. Gran película, con todas las letras.