Uno de los signos más inequívocos de que el rock and roll se nos ha hecho viejo es la proliferación de bandas-tributo, fenómeno que uno no alcanza a entender. La fiebre no se limita a grupos disueltos desde hace lustros, sino que se extiende incluso a formaciones que siguen vivitas, coleando y haciendo exitosas giras cada cierto tiempo. Servidor, que por razones de edad no ha podido asistir a conciertos de los Beatles, Jimi Hendrix o Led Zeppelin, ni ver actuar a las formaciones originales de Deep Purple, Queen, Pink Floyd o Supertramp, no es de conformarse con sucedáneos. Es más, me parece un mal síntoma, un ejercicio innecesario de nostalgia que demuestra que el público rockero es, en el fondo, muy conservador. Si se trata de disfrutar de esos grupos legendarios, tenemos sus discos, DVD´s y la ingente cantidad de material recuperado (conciertos en directo, actuaciones en televisión…) que podemos encontrar en plataformas como Youtube. Si la cuestión es disfrutar de un buen concierto, sigue habiendo un buen puñado de bandas y solistas que, al menos en una gran ciudad, te los pueden ofrecer con cierta periodicidad. Es cuestión de tener curiosidad y acercarse a conocer a formaciones que no copan las listas de éxitos, ni aparecen en grandes festivales o programas de televisión, pero que hacen buena música original. También de abrir los oídos y comprobar que hay mucha vida musicalmente plena más allá del rock. Puede ser triste, pero sólo es posible un Freddie Mercury, un Bon Scott, un Jimi Hendrix, un John Bonham… como sólo hubo un Miles Davis, un John Coltrane y un Paco de Lucía, y a nadie en el jazz o el flamenco se le ocurre salir a un escenario disfrazado de ellos y ponerse a tocar sus canciones como un lorito bien adiestrado. Es absurdo pretender detener el tiempo, y los sucedáneos son la peor forma de recuperarlo. Prefiero disfrutar de los maestros que siguen en activo, de sus discípulos más aventajados y de los auténticos artistas que nos quedan.