ON THE MILKY ROAD. 2016. 125´. Color.
Dirección: Emir Kusturica; Guión: Emir Kusturica; Dirección de fotografía: Martin Sec y Goran Volarevic; Montaje: Svetolik Zajc; Dirección artística: Nevena Mijuskovic; Música: Stribor Kusturica; Diseño de producción: Goran Joksimovic; Producción: Lukas Akoskin, Paula Vaccaro y Álex García, para Pinball London-BN Films (Serbia-Reino Unido).
Intérpretes: Monica Bellucci (La novia); Emir Kusturica (Kosta); Sloboda Micalovic (Milena); Predrag Manojlovic (Zaga); Novak Bilbija (Pastor); Milojka Andric (Anciana); Vitomir Jofic (Vito); Aleksandar Sasa Saric (El Gordo); Sergej Trifunovic, Bajram Severdzan, Davor Janjic, Petar Mircevski, Ninoslav Culum, Milorad Ukropina, Elvedin Musanovic, Branislav Fistric, Tomislav Sokic, Marko Ukropina, Milorad Supic.
Sinopsis: En plena guerra de los Balcanes, un lechero se enamora de la mujer que ha llegado a su aldea para desposarse en un matrimonio concertado.
Tras casi una década sin dirigir un largometraje de ficción, Emir Kusturica estrenó En la Vía Láctea en el festival de Cannes, certamen en el que el director nacido en Sarajevo ha logrado sus mayores éxitos. No fue el caso de esta película, basada en un episodio rodado por el líder de la No Smoking Orchestra para un film colectivo, y recibida con comentarios poco favorecedores por la crítica, que vio en ella un pálido reflejo de las mejores obras de Kusturica y condenó al film a una irrelevancia que, desde luego, no merece.
Emir Kusturica es uno de esos cineastas con un estilo único, que en el fondo siempre hacen la misma película. Su obra nunca ha dejado de generar controversias, en especial por su lectura política, pero antes que nada hay que hacer constar que estamos ante un personaje muy talentoso, que ha dirigido obras que deben pasar y pasarán a la posteridad. Quizá En la Vía Láctea no sea una de ellas, pero de ahí a desdeñarla hay mucho trecho, porque esta película contiene momentos de gran brillantez, que demuestran que Kusturica puede estar algo oxidado, pero retiene esa excéntrica genialidad tan suya. El director serbio nos cuenta la historia de Kosta, el lechero de una zona rural ubicada en la República Srpska. Músico y amigo de los animales salvajes, Kosta lleva su mercancía a través del frente en plena guerra de los Balcanes, y es amado por la un tanto desquiciada belleza local, Milena. La madre de ésta ha concertado un matrimonio de conveniencia entre su hijo, un héroe de guerra, y una mujer medio italiana que huye de un desdichado matrimonio con un oficial británico. Cuando Kosta y la recién llegada se conocen, la atracción mutua es instantánea, pero él va a casarse con Milena, ella con su hermano, la guerra parece eterna y, cuando deja de serlo y se firman los acuerdos de paz, aparecen los esbirros del militar inglés dispuestos a capturar a la esposa fugada sin reparar en medios.
Kusturica es tan sutil como la imagen con la que se inicia la película, la de unos patos bañándose en la sangre de un cerdo al que acaban de sacrificar. La crítica a la mayor cagada geopolítica de Occidente entre los años 50 y la guerra de Irak, que no es otra que la decisiva contribución a la partición de Yugoslavia, es feroz, y a veces panfletaria, pero, al margen de unos efectos especiales de medio pelo que no hacen mucho más que dar carnaza a quienes ya venían predispuestos a cargarse la película por su incómodo mensaje político, la verdad es que la vestimenta cinematográfica de la trama es excelente. El estilo barroco, excesivo, surrealista y onírico de Kusturica (que antes de nada nos avisa, mediante un rótulo, de que su film se basa en tres historias reales y muchas fantasías) brilla como en sus mejores tiempos, creando algunas imágenes mágicas y, sobre todo en la primera parte de la película, volviendo a ese humor básico y a esa brutal y festiva alegría de vivir que son dos de sus grandes marcas de fábrica. Luego, la película se hace más agria, y el final, pese a su indudable carga poética y belleza visual, no me convence del todo, pero, incluso en una obra irregular y a veces caótica, Kusturica puede llegar muy arriba como cineasta. Toda la escena de la fiesta anterior a las dos bodas que jamás llegan a celebrarse merece un diez, por poner un ejemplo. En cambio, la frenética huida de Kosta y su amada se acaba dilatando en exceso.
La música, otro elemento primordial en la obra de Emir Kusturica, corre esta vez a cargo de Stribor, hijo del director, y posee el encanto de siempre, pues la etílica alegría de los personajes interpretando a coro canciones populares serbias es contagiosa, y el acompañamiento a la acción funciona. Por su barroquismo visual, por su capacidad para crear imágenes cargadas de simbolismo y por su tino a la hora de combinar realidad y magia, Kusturica vuelve a dejar claro que es uno de los pocos cineastas que, sin llegar a tan altas cotas, sí puede considerarse heredero de algunas de las mejores virtudes de Federico Fellini.
Emir Kusturica no es el mejor actor del mundo, pero el hecho de interpretar a un personaje que le es muy próximo en muchos aspectos ayuda a que su interpretación sea más conseguida. No obstante, el vértice sobre el que gira el film a nivel actoral es sin duda Monica Bellucci, que consigue aquí una de las mejores interpretaciones de su carrera al servicio de un personaje que lucha y sufre, que ama y huye rayando siempre a muy buen nivel y demostrando que la italiana es más que una belleza única. Nota alta también para Sloboda Micalovic, salvaje y vital, y para uno de los rostros más habituales en el cine de Kusturica, el de Predrag Miki Manojlovic. Como es norma de la casa, aparecen secundarios impagables, personajes que sólo pueden surgir de la mente de este director, como el piloto del helicóptero, el camarero o la anciana. Por no hablar de lo bien que actúan los muchísimos animales que intervienen en la película, y hasta el gigantesco y malvado reloj austro-húngaro…
Excelente primera parte, desarrollo con altibajos y epílogo discutible: esto es En la Vía Láctea, notable film al que no me atrevo a calificar de menor porque, si hablamos de Emir Kusturica, semejante calificativo no puede ser menos propio.